Revista Cultura y Ocio

Yo quise ser Wim Mertens

Por Calvodemora
Yo quise ser Wim Mertens durante dos horas hace casi treinta años, pero la calle me sometió, me dijo que era Emilio Calvo de Mora Villar, un estudiante de la Facultad de Magisterio que había ido, por su cuenta, sin que nadie le animara a ver a Wim Mertens al Gran Teatro de Córdoba. Me invadió la felicidad sencilla del que se siente abastecido de placer de un modo absoluto, sin que ningún átomo de su entera existencia flaqueara, contradijera lo que la cabeza decía a cada momento: yo quiero ser Wim Mertens, yo quiero ser Wim Mertens. Después (suele pasar) la realidad pasa factura, cobra sus peajes, te aturde, te convence de que no puedes ser otra persona. No sabemos nunca si habrá alguien que quiera ser uno. No me cabe duda de que en una vida cabe un instante en que alguien desee cambiar su biografía por la nuestra, su desgracia por la nuestra, su dolor por el que imagino que llevamos dentro. Son experiencias intercambiables, asuntos que no somos capaces de razonar. La pieza que acompaña este post me lleva acompañando todo ese tiempo. No sé la de veces que la he escuchado. No ha habido formato en que no la machaque. El vinilo de un amigo, que me prestó en los años en que comprar discos era un imposible, en una cinta de cromo TDK (creo, manejo nieblas en estos asuntos) y en rutilante (todavía) CD que compré en cuanto pude, cuando comprar un CD era un acontecimiento y todavía no estábamos en las nubes y en los streamings. Yo creo que algo hermoso se ha perdido con la bendita tecnología, pero algunas cosas no cambian, no pueden cambiar: que yo escuche Struggle for pleasure (hoy, de nuevo, bautismalmente) y sienta que existe la belleza y está ahí para que yo la abrace. De verdad que salí del teatro queriendo tocar el piano. Luego no he mirado a ninguno con el afecto que entonces imaginaba. Los escucho con deslumbramiento, pero no soy capaz de sentir que yo pueda ser Wim Mertens. Además era un tipo flacucho, de poco atractivo óptico, uno de esos que se te cruzan por la calle y no caes en la cuenta de que poseen el secreto de la creación en sus dedos. 
 

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