Pasadas varias décadas, mi hambre atroz, ese afán por ingerir cantidades sobrehumanas de comida, quiso pasar factura. El joven esbelto que deglutía dieciocho perritos calientes y lograba mantener la línea comenzó a ver cómo su metabolismo, llevado al límite, se rebelaba. De pronto todo no era hartarse y vivir la vida, sino que determinadas regiones del cuerpo empezaron a transformarse: primero el flotador, luego la panza cervecera y después la papada, la molleja, el colgajo, las bañas… Casi sin darme cuenta me había convertido en una bombona de butano, maciza y redonda, increíblemente pesada. Mi madre dice que es que tengo los huesos grandes y que si subo ‘un kilito’ parece que he ganado diez. Y una mierda. Mi barrigón no lo justifica ni una estructura ósea de mamut, cachalote o tiranosaurio. Es, como suele decirse, pura manteca.
El caso es que había que poner remedio urgente, porque ni se me pasaba por la cabeza dejar de comer. La solución: hacer deporte. Así que me lancé a la calle a correr, no por poner el corazón a punto, ni por tonificar mi musculatura, ni por estar cañón, no. Lo hacía para poder hartarme sin contemplaciones. Durante un tiempo logré cogerle el tranquillo. Fíjate que hasta me compré una camiseta de licra transpirable, de profesional, y un pantalón tipo malla que me puse solo una vez porque se me metía por el culo cada dos por tres, lo que me obligaba a estar todo el rato pellizcando la tela para reubicarlo, ahí en medio de La Laguna, y no era plan. En fin, que de pronto, una tarde, me lesioné. Como Nadal hace unos meses, lo que yo todavía no he regresado a la pista. Ahí me quedé.
Pues no se lo van a creer, pero he vuelto a engordar. Me di cuenta al ponerme el otro día un abrigo tres cuartos precioso, color azul muy oscuro, que mi amigo Enrique me regaló hace un tiempo porque le quedaba grande. Bueno, pues cuando me disponía a salir a la calle pasé por delante del espejo de la entrada, uno de cuerpo entero, y ¿saben a quién vi reflejado en él? Al jodido Kim Jong-un, caminando por el pasillo de mi casa. Hasta hoy me dura el bajón. Porque una cosa es estar gordo y otra muy distinta tener el porte de un líder de la República Democrática Popular de Corea a punto de bombardear todo lo que se le ponga por delante. Eso es demasiado fuerte.
Ayer encontré esta fotografía de la Agencia Central de Noticias Coreana (KCNA) y tuve serias dudas. ¿Es Kim a punto de disparar un misil o soy yo en un cibercafé con mi abrigo tres cuartos? ¿Es esa mierda de mueble y cablerío la que controla el arsenal nuclear de Corea del Norte? ¿Por qué pone (ponemos) los pies así, apoyados en el talón del mocasín? ¿Por qué me están dando ganas de apretar ese botón rojo del ratón? ¿Somos la misma persona? ¿Dónde compraron la regleta y el alargador?
Kim Jong-un, ¿en un ‘vicio’ de los 80 o disparando un misil? / KCNA-Reuters-AFP