Cuando estaba embarazada de Kyara leí una frase, no recuerdo dónde, ni recuerdo de quien, que me tocó profundamente, seguro como todo gran encuentro llegó a mi en el momento justo, porque la verdadera suerte no está en el encuentro en si (ya sea éste con personas, ideas o cosas) si no en que ese encuentro se de en el momento exacto en que podamos reconocerlo. La frase decía algo así como: ojalá podamos decir yo soy su madre y no, es@ es mi hij@!
Parece un simple juego de palabras, pero alberga tanta sabiduría y es tan revolucionaria que hasta aterra un poco. Invita a invertir el orden de este sistema, a transformar las leyes que explicita e implícitamente gobiernan nuestra vida. Significa básicamente que la vida nueva tiene prioridad. Que no tenemos hij@s, si no que somos m/padres.
Confieso que me cuesta horrores decir “mi hija”, porque Kyara no es mía; el lenguaje tiene el poder de crear realidades y no quiero bajo ningún concepto que ella esté supeditada a mi. Ya bastantes limitaciones tengo como madre como para añadir en el lenguaje una trampa tan poderosa como la adjudicación de pertenencia. Pero decir “yo soy su madre” es aún más profundo que solo poner su nombre en vez de decir “mi hija”.
Porque, si yo soy su madre y soy consecuente con este nuevo orden, están fuera de lugar las manipulaciones emocionales, el juego de “te quiero más, te quiero menos, me enfado si haces o dices, mira que triste que estoy”. Yo soy su madre, la reconozco tal y como es, la amo tal y como es, nada de lo que haga podrá cambiar ese hecho, nada de lo que diga tampoco. Yo soy madre, soy yo quien da y ella quien recibe, soy yo quien tiene que ver que hace con sus carencias y vacíos, sus necesidades no resueltas, su desamparo acumulado y no ella quien con su comportamiento se endilga el trabajo de hacerme feliz y “facilitarme la vida”, en definitiva son mías las responsabilidades y suyos los derechos.
Si por el contrario, nos movemos en la esfera de “ella es mi hija” siempre queda abierta la puerta a que algo que ella haga cambie ese hecho, aunque sea momentáneamente; significa que puedo jugar con hacerla hija mía, la niña de mis ojos, el tesoro de mi vida cuando me satisface, enorgullece y agrada y decirle “no se a quien habrás salido” cuando se oponga a mis deseos y expectativas.
Si yo soy su madre es mi trabajo observarla y no solo darla por vista, observar sus deseos, sus intereses, sus amores y búsquedas en vez de asumir que al ser “mi hija” es como yo, se lo que le conviene y además lo se todo sobre ella. Si yo su madre mi lugar es el silencio para que su voz se perfile y se escuche; es mi responsabilidad acompañarla y respaldarla en su camino, no en el que “mi hija” debería seguir. Soy yo quien debe confiar en sus ritmos y procesos, en su capacidad de aprender y aprehender y no ella quien debe correr al ritmo de lo que marca los estándares.
Si yo soy su madre, soy quien debe procurarle un mundo más amoroso, respetuoso, pacífico (lo que por cierto empieza por procurarle una madre cada vez más amorosa, respetuosa, pacífica) y no ella quien debe adaptarse a esta sociedad enferma. Soy yo quien debe generar un ambiente que reconozca y respete su identidad, su singularidad y no ella quien debe camuflarse y negarse a si misma para ser lo que lo que los demás esperamos de ella. Soy yo quien debe encontrar el coraje para hacer frente a mi mezquindades y miserias, la valentía para plantar cara por lo creo, la responsabilidad de hacerme cargo de lo que me corresponde y la conciencia de saberme en penumbra y no ella quien debe acostumbrarse a “que la vida es así”. Soy yo quien debe legarle más que mis “no puedo” o “hasta aquí llegué” y procurarle sostén y amparo para que vuele más alto
Si yo soy su madre mi regazo y mi amor estarán siempre disponibles para ella. Si ella es mi hija podré negarle el acceso al sostén solo porque no es como yo deseo que sea.
No tengo dudas, es hacia “yo soy su madre” donde elijo caminar