Ortega y Gasset, con su máxima “yo soy yo y mis circunstancias”, nos advirtió de la importancia de los contextos y de la influencia decisiva de todo aquello que nos rodea, nos envuelve y nos afecta.
Desde hace años vengo aportando un leve matiz a esa célebre frase y que considero fundamental, sobre todo es estos momentos. Me gusta afirmar que “yo soy yo… y lo que hago con mis circunstancias”.
Nunca me gustaron los determinismos porque eclipsan el sagrado espacio de la libertad humana y oscurecen cualquier resquicio para la esperanza y el cambio. Atrás queda un determinismo filosófico al que no se recurre en una sociedad que apenas reflexiona ni piensa. El determinismo que puede recorrer hoy las venas de nuestro pensamiento y las arterias de nuestras acciones late con dos pulsaciones básicas, una sociológica o ambiental (somos según el ambiente o contexto social) y la otra biológica (somos según los genes).
La misma ciencia nos ayuda hoy a ver los determinismos como condicionantes.
Y se empieza, por ejemplo, a hablar de epigenética, es decir, lo que está por encima o va más allá de ella. Según el entorno y como tú respondes al mundo, un gen puede crear 30.000 diferentes variaciones. Se ha llegado a afirmar, por ejemplo, que menos del 10% del cáncer es heredado y que es el estilo de vida lo que determina la genética.
Cambiar nuestra manera de vivir y de percibir el mundo es cambiar nuestra biología.
No vemos el mundo como es, vemos el mundo como somos.
Somos en buena parte el resultado de nuestras creencias, pero podemos cambiarlas.
Combinemos sabiamente las palabras creer y crear.
En primer lugar seamos conscientes de nuestras creencias, dejemos que nos habiten para dejar así de ser simples huéspedes de ellas: seamos sus actores y no sus víctimas. Hagamos de nuestras creencias espacios de creatividad, lugares para el encuentro y el diálogo con otros y sintámoslas como una energía movilizadora y para el cambio.