Revista Cultura y Ocio
Ante la noticia de que hace ya cincuenta años del rodaje de la magnífica película El apartamento, me he dado un respiro en la escritura de la novela para revisar, casi sin respirar, la agridulce historia del pobre diablo Jack Lemmon y su damisela encarnada en una jovencísima Shirley McLaine. Fluyen las escenas con tan pasmosa facilidad que uno pensaría que lo fácil es rodar una obra maestra. Hace pocos días, vi Sin perdón, después de algunos años desde su estreno, y de nuevo volvió a desfilar ante mis ojos una historia sencilla y sincera, la del viejo asesino redimido que no perdona el maltrato atroz a una prostituta ni la muerte torturada de su compañero de trasiegos Morgan Freeman. Gran Torino es otro regalo del que fuera Harry el Sucio y que parece empeñado en demostrarle al tiempo lo equivocado que está creyendo que le tiene la partida ganada.
Enumero estas películas, como podría hablar de muchas otras, anteriores o posteriores, todas con características comunes: rodadas sin tremendos presupuestos, desprovistas de estrellas de a millón de dólares el kilo, y que funcionan aún hoy como un mecanismo de relojería. Así que, después de asistir, entre incrédula y desalentada, a varias películas con aspiraciones de romper la taquilla o dejarnos boquiabiertos: Avatar, Inglorious Basterds, o Robin Hood, y pensar, "Billy Wilder que estás en los cielos, asístelos porque no saben lo que hacen", me acomodé en el sofá para celebrar que Jack y Shirley llevan cincuenta años jugando a cartas.