Dicen que las cabinas telefónicas tienen los días contados. Van a desaparecer y pronto pertenecerán al recuerdo de la gente de mi generación porque creo que somos los últimos que de verdad las necesitamos y las utilizamos. Luego ya llegaron los teléfonos móviles, pero durante los primeros 20 ó 25 años de nuestras vidas las cabinas fueron fundamentales en más de un sentido.
Por eso me da pena que se esfumen para siempre del paisaje urbano, porque las relaciono con mis primeros pasos, con mi adolescencia, con los primeros amores y las primeras lágrimas, con todo un universo donde las emociones estaban a flor de piel y los sentimientos se magnificaban hasta límites insospechados.
Yo no creo en eso de que cualquier tiempo pasado fue mejor, para nada. Más bien me parece lo contrario, que cuanto más avanzamos mejor estamos. Pero con las cabinas telefónicas lo que me sucede es que siento como si se fuese toda una época. Con ellas desaparecen esas tardes de invierno, oscuras y lluviosas en las que iba con algún amigo hacia la cabina a llamar a la chica del momento. También desaparece un elemento fundamental del barrio, como lo son la farmacia, el estanco, la droguería o el bar.
Yo dejaría una en cada barrio ¿qué les cuesta? Aunque nadie la usara, simplemente por el puro placer de verla y no tener esa sensación de que se deshace el barrio que conociste, que las indulten como al toro de Osborne en las carreteras. Pero ya sé que no, que van a arrasar con todas porque es lo más práctico y lo más barato, porque no tienen tiempo de sensiblerías estúpidas y ñoñas y porque con su dinero hacen lo que quieren ellos, no lo que queremos nosotros.
De todas formas yo personalmente tengo otras cosas de las que ocuparme, como de mí mismo, por ejemplo. Es increíble la cantidad de problemas que tengo y lo poquísimo que puedo hacer por resolverlos. Tengo terribles problemas de salud, no menos terribles de dinero y otro montón más que pertenecerían a la categoría de “problemas comunes que todos tenemos” y no puedo hacer nada más que confiar en las personas que me quieren y me cuidan.
Dejarme llevar, eso es todo. Ni más ni menos.
Como las cabinas, parece que yo también pertenezco al pasado.