Hace unos días Petunia (una muñeca de Kyara) lloraba desconsoladamente. Kyara intentó de todo para consolarla, le dio teta, la alzó, la llevó de paseo, le cantó, jugó con ella, pero parecía que solo lograba calmarla por unos minutos. Cuando ya no tuvo más ideas se sentó en el piso, sentó a Petunia en su regazo, la acunó y le dijo: “Aquí está mamá, yo te cuido”
No hay nada más serio para un/a niñ@ que su juego, es vida o muerte, no hay “deber ser” solo ser. Y yo la miro jugar y me pregunto ¿En qué momento perdemos la capacidad de conmovernos con el otr@? ¿En qué momento las necesidades del otr@ y nuestros deseos empezaron a contraponerse en una lucha por la supervivencia? ¿Por qué está socialmente más cotizado proveer/producir que cuidar?
Estoy convencida que lo que nos ha hecho sobrevivir y desarrollarnos como especie es nuestra capacidad de amar y por ende de cuidar. Y también estoy convencida que el cuidado nos lleva a relacionarnos con el mundo desde una postura ética radical, donde priman el respeto, el reconocimiento y la responsabilidad.
Se hace imposible cuidar sin reconocer en el otro un ser humano concreto, con sus necesidades, sueños, emociones, posibilidades y sin registrar en nosotros mismos un ser humano concreto con sus propios alcances, límites y deseos. Es así como en el acto de cuidar nos humanizamos y humanizamos al otr@ como seres singulares pero interconectados, cuyas vidas se entrecruzan en profundos actos de solidaridad y reconocimiento mutuo, donde se respeta y valora al otr@ por lo que es, no por lo que debería ser o por lo que yo quisiera que sea. Lo que implica atender y observar las necesidades específicas de otro y no a lo que yo quiero que el otro tenga o sea.
Es así, como el cuidado se establece desde una perspectiva de interacción y no de intervención, donde quien cuida y quien es cuidado desarrollan relaciones horizontales, basadas en el afecto y la posibilidad de intercambiar papeles.
Cuidar es un acto de amor orientado por el profundo deseo de ver al otr@ crecer y desarrollarse al máximo. Es por eso, que el acto de cuidar es transformador en sí mismo y nos atraviesa en nuestra humanidad, ayudándonos a crecer.
Por otro lado, el cuidado, la mirada particular sobre el otr@, el afecto, la solidaridad son valores que atentan contra el acatamiento a la autoridad, rompen la obediencia y la sumisión. Desde la perspectiva del cuidado, cuando las estructuras sociales o las reglas vigentes atentan contra la integridad o el bienestar del otr@, lo natural es salirse de la estructura o saltarse la norma, porque lo que realmente importa es que nadie salga dañado o afectado Las estructuras están al servicio de la vida y no al revés, es una ética que propende por la vida desde la noviolencia
Cuestión de ética
Nuestros actos se sustentan en posturas éticas y creencias que hemos ido desarrollando y sobre todo que hemos ido heredando. Ningún acto es gratuito, detrás de él se esconde una particular visión sobre el mundo y l@s otr@s construida de manera social e individual.
Somos una sociedad donde se valora lo racional por encima de lo emocional, donde lo abstracto prima sobre lo concreto y la búsqueda de normas y leyes universales que puedas ser aplicadas sobre tod@s y en cualquier caso, es una meta. En este sentido el concepto de igualdad es más bien una camisa de fuerza, un engaño que en vez de ayudarnos a realizarnos como individuos nos reprime y nos hace temer y negar la diversidad. No somos iguales, debemos ser igualmente reconocidos y respetados, pero no somos iguales. Nos han vendido la necesidad de ser iguales como el gran paraíso, olvidándonos que ese hecho nos despoja de nuestra historia, nuestra identidad, nuestra humanidad.
Además de esto, en la cultura patriarcal, los hombres son educados para la autoridad no para la solidaridad y la ternura y las mujeres somos socializadas para la sumisión y la dependencia, no para la asertividad y la autonomía. Los hombres son conducidos para ser agresivos y por ende entrenados para el uso de la violencia. Las mujeres, por otro lado somos condicionadas para temerla. Desde esta perspectiva el otr@ siempre será un enemigo, ya sea para dominarlo o temerlo, en esas condiciones cuidar es un bien escaso.
Sin embargo siempre hay espacio para otra realidad posible, así lo demostró Carol Gilligan en su libro “In a different voice” donde vio la luz la ética del cuidado. En este libro, producto de sus estudios e investigaciones, Carol Gilligan recupera las voces y vivencias de las mujeres, desafiando así las, hasta el momento imperantes teorías sobre el desarrollo y capacidad moral, en especial la Ética de la Justicia.
Basándose en sus propios estudios y el trabajode las investigadoras Nancy Chodorow y Jean Lever sobre las diferencias de género en la socialización y en tres estudios empíricos sobre conflictos morales en la vida real; Gillian demostró que la ética del cuidado (propia, aunque no exclusiva, de las mujeres y los grupos étnicos y sociales vulnerables) propende por relaciones donde las partes son reconocidas y vistas mutuamente, donde la solidaridad, el respeto, la búsqueda de la armonía, la co-responsabilidad y la consideración de las partes como singulares y diversas, pero con igual importancia, son las bases fundamentales. Una ética que se consolida en la vida cotidiana y sus pequeños actos y que estimula la protección de la vida en todas sus manifestaciones.
La capacidad de cuidado es nuestra, es patrimonio de la vida sin ella no habríamos llegado hasta aquí. Las relaciones de cuidado, consigo mism@ (auto-cuidado), con l@s demás y con el entorno nos garantizan que continuemos vivos y juntos. Con su práctica, construimos día a día las condiciones posibles para convivir pacíficamente. Son la manera como los seres humanos vamos tejiendo, cada un@ con cada un@, la paz existente.