“Vengo de hablar con el psicólogo rubio”, suele repetir el gurú Fabián Casas, explicando los diálogos de Jim Beam. Piki me lo contó. Y de esa terapia retorno. Delirando con amigos entre botellas que nunca vuelven. Contando cada paso de la inundación. Como la placenta que derrama mi departamento en las mañanas de sol. Y mi gato pide más, mientras el venerado doctor G apunta notas lacanianas y se hace ciento diez mil siete pajas y nunca puede acabar.
Dale nomás con las tribunas vacías de almas buscando un futuro. Que no me importa, no me importa nada.
O casi.
Se hizo tarde para el cierre. Tarde para hacerse de un recuerdo perdurable. Para contar los pasos de a pie.
Me vuelvo por el mejor camino con el agua hasta el cuello, escuchando tu voz que se pegó en las costillas.
Che, bala del .22. Chica del sicariato. Te quiero por eso mismo. Secate tu melena con el ventilador.
Si me voy de viaje a Machu Pichu, tal vez te mande un remís de La Tablada. Y si muero -si me muero- tengo a tres amigos que contarán quién me mató. Lo mejor de la vida late en este mi propio y único corazón.
Hoy brindé por vos, por esos ojos grises. Una letra de Tom Petty confederado; bien del Sur.
Las voces se amontonan como perritos falderos. Se desborda el freezer y hasta Disney revivió.
¿Si mañana es lunes o domingo a quién carajo le importa, muertos para relatar porque sí? Prendele mecha al tabaco puro Doña Flor, te lo dije Carusita, haceme un buen favor. Y no me despiertes temprano con el inventario del amor.
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