Revista Cultura y Ocio
Yo tenía un álbum. En él pegaba con cariño y emoción mis más antiguas fotografías: aquellas viradas al sepia por el tiempo, aquellas que atraparon un instante del bebé que fui, del niño dentro del que crecí. También las había de mis padres y abuelos. Incluso conservaba como valiosas rarezas algunas de mis bisabuelos. En sus páginas fui colocando mis fotos de adolescente, de juventud, de madurez. Allí encontraron lugar preferente las del noviazgo, la boda, las de la vida en común de casado... Todas tenian un elevado valor, todas rememoraban instantes inolvidables.
Pero desde hace algunos años el tiempo se detuvo en una de sus páginas. Fue a partir el día que compré mi primera cámara digital. Desde entonces empecé a dedicar apenas un segundo a preparar cada foto y tan solo unos momentos a mirarlas para luego archivarlas en una carpeta virtual que, al final, quedará perdida u olvidada en alguna lejana rama del árbol de directorios del PC. También es posible, ya me ha pasado, que en algún trasiego de bits su imagen se corrompa y jamás pueda volver a contemplarla. Perdidas, deterioradas o borradas en un descuido nuestras fotografías desaparecen por millares. Se destruyen a la misma velocidad que fueron creadas.
Mi viejo álbum guardaba recuerdos añejos, como envejecidos en la lenta barrica de la vida. Cada vez que realizabas una cata te sorprendía con reminiscencias recuperadas, con emociones antiguas conservadas en el tiempo. Ahora dispongo de infinidad de fotos. El vino nuevo se colecta por toneladas. Imágenes ligeras, de uso temprano, como mosto de cosecha joven. Lo bebes y, rápidamente, te olvidas.
Tomo mi móvil y visito mi galería. Ingentes cantidades de imágenes, la mayoría enviadas como chiste o gracieta y con personajes que me importan un bledo. Deslizo mi dedo buscando algo que me interese de verdad... Voy descartando fotos de tarjetitas, presentaciones, vídeos poco o nada cómicos... Paso pantalla ante fotos parecidísimas de mis conocidos sin solución de continuidad... Al final encuentro alguna que merece la pena, quizás por su belleza, acaso por su protagonista... pero no me provoca nunca el mismo sentimiento que las fotos de mi viejo álbum. ¿Por qué será?