Revista Deportes
No soy del Atleti, pero voy a disfrutar este año cuando gane la Liga. Lo haré a pesar de que mis inclinaciones futboleras son merengues, pero está bien que de vez en cuando la fatalidad se vista de fiesta y nadie la reconozca cuando la mire. Y el Atleti es la fatalidad, es el pupas, es el dolor en un ojo cuando creías que ya no te iba a doler más. Todo lo demás, la fiebre colchonera, el ardor de la grada cuando juegan con equipos sin el brillo de los de arriba, se lo dejo al forofo integrista, al que no se pierde un partido de su equipo y sabe la alineación de corrido y hasta se permite comentarios sobre cómo se despliegan y cómo serían imbatibles. No hay equipos que lo ganen todo siempre, y está bien que sea así. Aburre lo previsible y dan ganas de cerrar los ojos o de mirar a otro lado. De este Atleti me quedo con su discreción absoluta. Tal vez de ahí parta el éxito y de esa discreción, de ese no sentirse grande del todo, sino un grande circunstancial y fortuito, provengan todos los triunfos que se le presentan. Y si no gana ningún trofeo (es norma que la fatalidad antes nombrada viene sin aviso y corta aquí y corta allá a su antojo y sin miramientos) quedará la sensación de que pudo ganarlo todo, y eso es también un triunfo. Si ganan los de siempre (el Madrid, el Barcelona) no habrá diversión o la habrá de un modo anestesiado, repetido, sin la alegría de lo novedoso, sin toda la bondad de lo que no está previsto. No es solo ya el hecho de que gane el débil (el equipo de Simone no es débil, en modo alguno) sino de que los clásicos, los que llevan un palmarés más vistoso, cedan un poco, dejen a los demás reinar, aunque solo sea durante un curso deportivo. Luego está la memoria de quien subscribe esto: la idea de que hace treinta años (más tal vez) yo era del Atleti. Lo era cuando Leivinha, Gárate, Capón, Ayala, Reina. Cosa de los cromos. O de la elástica. Creo que de chico tuve una camiseta rojiblanca.