Revista Viajes

Yo, una vez, me sentí libre

Por Pilag6 @pilag6
Yo, una vez, me sentí libre

Era de noche. Una noche. Mientras caminaba por las calles de Kioto, sólo podía pensar en la sopa caliente que me esperaba a la llegada. Había terminado mi turno en el hostal y me dirigía a mi casa que quedaba a unas seis cuadras de allí. La avenida por la que transitaba era ancha, tenía veredas enormes y algunos faroles rojos hacían de luz. La luna ausente dejaba lugar a un cielo limpio, oscuro. Caía agua nieve y mis ganas de llegar eran cada vez más urgentes.

Los negocios que vendían piezas de cerámicas pintadas a mano, llevaban largas horas cerrados. Yo trabajaba en el único hostal del barrio. No había locales, o bares. Sólo casas, templos y silencio.

Sabía que tenía que doblar en una callejuela angosta y sin veredas. Pero necesitaba prestar atención, para no perderme. La casa en la que vivía era de madera. Tenía un baño tradicional y otro inteligente. Recordé que llevaba en mi bolso una copia de la llave de la puerta de entrada.

Caminaba. Iba midiendo mis pasos. De vez en cuando, miraba detrás. En estado alerta, como me había acostumbrado desde pequeña para no ser una menos. Un hombre. Algunos hombres volvían del trabajo. Todos iban observando el suelo, como buscando alguna respuesta. ¿Volverían a sus casas o se irían a algún bar a beber sake tibio? Yo continuaba caminando. Miraba mis pies. Mis manos. Sentía el frío de un invierno sin guantes. Empecé a sonreír. Yo miraba mis manos. Mis manos vacías sin la llave preparada para abrir una puerta en apuros. Yo miraba mis pies. Mis pies tranquilos sabiendo que no iban a necesitar de corridas arrebatadas. Me reía más y más fuerte.

Yo era libre. Yo fui libre, aunque sea una sola vez.

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