Ir a conciertos, distinguir tipos de árboles, asistir a representaciones teatrales, jugar tirados en la alfombra, aprender a reconocer las constelaciones, leer juntos, pintar cantos rodados, hacer bizcochos, cazar pelusas, modelar gatitos de plastilina... De entre los cientos de proyectos que me vienen a la mente para realizar con Guisantito cuando nazca uno que no debo olvidar es adentrarle en el mundo del yoga igual que Abuelo Guisante hizo conmigo. Recuerdo con mucha ilusión las tardes de chándal y pies al techo, las clases de respiración (que tanto me ayudaron a conciliar el sueño en noches de pesadilla) y la apreciación del silencio. Hoy día me sigue ayudando para concentrarme en épocas de estrés y físicamente es el ejercicio que mejor me sienta cuando me ataca la malvada ciática.
Me alegra que haya sido precisamente Abuelo Guisante quien me vaya a facilitar la tarea gracias al regalo del precioso libro (¡monísimo!) del que os voy a hablar hoy. Ideado por Chistiénne Wadsworth e ilustrado por Lynn Chang-Franklin, nos lo trajo mi padre de un viaje Madrid y el pobre ha andado unas semanas extraviado por la casa (el libro, digo, no Abuelo Guisante). La ilusión ha sido ahora doble al encontrarlo (aún envuelto en un sobre azul: motivo por el que no lo reconocía).
La mayoría de los mortales no entenderá qué lógica hay en un libro para gatos y menos aún qué fuste tiene que además trate sobre yoga. ¡Es precisamente lo mejor del libro! El propio concepto de yoga para gatos es tan original y divertido que me hace sonreír ya desde el título (¿por qué racionalizar un juego, un divertimento tan hermoso?). Conexiones como ésta con mi padre me ayudan a entender de dónde vengo.
La portada no podía ser sino naranja (¿de qué otro color podía ser, amiga M.?) y el gato protagonista y atlético tiene tanta panza como yo con mis 2.700 gramos de Guisantito dentro. No piensen que por tratarse de un libro tan marciano no tiene una estructura lógica: sus capítulos ayudan a la comprensión de la disciplina (en este caso gatuna) partiendo de la reflexión inicial con un test en el que como gato has de establecer la posición normal de tus garras y si pierdes "un tiempo exagerado observando un invisible punto negro en la pared". Yo he dudado con las respuestas de la pregunta 3 donde se cuestiona si el contorno de mi cuerpo se asemeja más bien a 1) un cilindro; 2) una almendra; 3) una pera; 4) una rueda de queso. Sin embargo con la segunda pregunta no he tenido ningún problema en marcar la última opción; "Considero que mi capacidad para saltar de forma ágil desde una posición sentada del suelo a la cama... es algo imposible debido al vaivén de mi voluminosa tripa". Jajjaja.
Este libro deja claros, con un esmerado gráfico, los lugares de los chakras felinos y la importancia del ronroneo para aliviar tensiones. Quién no sepa después de estas páginas cuáles son los movimientos de deditos y de cola aconsejables o siga sin conocer las posturas básicas del león o el cadáver es que no tiene el instinto felino avispado. Como en todo manual occidental de esta disciplina los nombres de las asanas aparecen en un dialecto comprensible para el lector autóctono pero además aporta el toque exótico del nombre original (que más de un listillo se aprenderá para fardar en el gimnasio). Así la postura del Dragón parte del antiguo nombre de Rugidandra y la asana conocida como la Ensaimada proviene del vocablo Ensaimashta (confiteros, ¿conocíais este dato cultural?).
Lectores míos, por muy extraño que os parezca sé que si respiráis hasta diez concentrando toda vuestra energía en vuestro tercer ojo (el de la frente se sobreentiende) recordando lo que os he contado acerca de este libro publicado por Océano daréis con un amigo o vecino a quien le encantaría. ¿Me equivoco? Porque, ¿quién no tiene en su círculo más cercano un felino con falta de estiramiento?
pd: Esta entrada, además de al Abuelo Guisante, está dedicado a Miau (en la foto con su precioso color morado), que murió de cáncer de plastilina tras la irradiación continua del microondas, su emplazamiento habitual (encima del micro, no dentro, no soy tan animal). No narro su doloroso final pues se me antoja tremendamente lacrimoso para mi estado.