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Yoguis hasta debajo de las piedras

Por Yogaandcoffee

Yoguis hasta debajo de las piedras
Teníamos que estar en Playa den Bossa a las 9:30h. Partimos a las 9h, y el tráfico de temporada alta, para un trayecto que normalmente se haría en 20 minutos, nos iba a hacer llegar tarde. Y no quería llegar tarde. Es un corte llegar cuando la clase ya está empezada y todo el mundo colocado y concentrado ya en los ejercicios de respiración. Por suerte no fue difícil encontrar aparcamiento al lado del lugar y al final solo llegábamos 5 minutos tarde. Pero para nuestra sorpresa nos encontramos una tarima vacia. Empezamos a mirar a un lado y a otro y Carlos me pregunta si estoy segura de que es el lugar correcto. Miro el Facebook por si han cancelado la clase pero no hay nada al respecto. 

Al poco llegaron una mujer y una chica la cual confirmó que el lunes pasado sí habían hecho yoga ahí. Cada lunes y jueves. Me revienta la falta de seriedad que tiene mucha de la gente que se dedica a esto. Ya que se afanan en anunciar las clases en las redes sociales para que vaya cuanta más gente mejor, por lo menos podrían tener la consideración de anunciar cuando lo cancelan… 

Yoguis hasta debajo de las piedras

Me hacía ilusión hacer yoga en la tarima frente al mar… Pero en fin, por lo menos aprovechamos un poco la playa. No hubiera sido la playa elegida, pero era lo bastante temprano como para que aún no hubiera demasiada gente. Así que me atreví a probar cómo se sentía hacer el pino fuera de mi “hábitat natural” (o sea, en casa, con la pared de referencia, la esterilla, los guantes de yoga para no resbalar cuando sudan las manos, y la colchoneta apoyada en la pared para no dar de cabeza contra ella cuando me voy más para adelante de lo que debo). A pesar de que Carlos se puso detrás para parar una posible espaldarazo, se siente muy distinto sin la pared de referencia y con las manos en la arena. Por poco me elevase hacia arriba ya aparecía el vértigo y parecía que estaba más recta de lo que en realidad estaba. La posición que adoptas con el cuerpo es innatamente distinta… ¿cómo explicarlo? Los hombros van más hacia adelante, miras más hacia adelante y no tanto hacia el suelo entre tus manos, y curvas más la espalda. Supongo que por el miedo a pasarte y caer de espalda (aunque dicen que es difícil que eso ocurra si haces el pino en L, sin subir las dos piernas). Pero increíblemente te mantienes más en el aire aunque no adoptes totalmente la posición vertical. Aunque no fui capaz de sostenerme más de un segundo en la posición (en L, sin subir las dos piernas es más fácil encontrar el equilibrio), estuve contenta de haberlo intentando. Se me quitó un poco el miedo y eso reforzó mi autoestima.

Yoguis hasta debajo de las piedras

Un bañito en el mar y cuando me disponía a secarme al sol se nos acerca una señora en tanga que podría tener cualquier edad comprendida entre los 55 mal llevados a los 75 años bien llevados (difícil de saber hoy en día hasta para mí, que tengo obsesión con la edad y me alegra ver a gente muy mayor que parezca joven, mejor dicho que “sean” jóvenes, demostrando que la edad es solo un número y que se puede hacer de todo se tenga la edad que se tenga), y nos pregunta (supongo que al ver nuestras esterillas enrolladas) que si habíamos venido a hacer yoga en la tarima. Respondimos que sí pero que no se había presentado nadie a dar la clase. Nos dice que ella es conocida de la profe y que en el grupo de WhatsApp había informado que anulaba la clase de hoy. “No estamos en ese grupo de WhatsApp, es la primera vez que venimos. Lo vimos en Facebook “, respondo. “Ay, si lo llego a pensar antes le podría haber dicho que yo podía dar la clase en su lugar. No lo pensé. Yo también soy profesora de yoga”. “Ya… bueno, una pena pues nos apetecía mucho practicar junto al mar, justo hoy coincidían nuestros días libres y era una buena ocasión”. De alguna manera me repite lo de que ella podría haber dado la clase en su lugar. Cuando se estaba alejando me fijé en su figura y pensé que ojalá tuviera esos 75 bien llevados. “Esta esperaba que le dijeses que vale, que nos diera la clase ella…”, me dice Carlos. Pues no lo había pensado pero tenía razón. La mujer quería llevarse un dinerillo extra. Y la verdad es que si me hubiera dado cuenta del detalle no me habría importado probar ya que estábamos allí, a pesar de que ya estoy harta de ver gente en Ibiza que va de iluminada e intenta sacar dinero de cualquier cosa. Pero sí, hubiera probado tras acordar un precio de antemano.

Intentaremos volver otro día, a ver si hay más suerte

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