Revista Cultura y Ocio

York, la fortaleza del norte

Por Manu Perez @revistadehisto

Cuna de civilizaciones, York rezuma historia por los cuatro costados. Sin duda, el periodo que más ha marcado su fisonomía ha sido la Edad Media.

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De hecho, cuenta con la muralla medieval más larga de Europa y la segunda catedral gótica más grande del norte del viejo continente. Si de algo puede presumir York es de historia. No en vano fue cuna de romanos, vikingos y normandos, y el resultado hoy es un marco incomparable.

York, la fortaleza del norte

La ciudad fue fundada por los romanos en el año 71 d. C. bajo el nombre de Eboracum, convirtiéndose en una de las dos capitales de la Britania romana. Incluso, llego a ser durante dos años el lugar desde donde Septimio Severo gobernó todo el imperio.

En 866, la ciudad sufrió el azote vikingo en manos de nada menos que Ivar el Deshuesado, uno de los hijos del legendario Ragnar Lodbrok. Bajo el dominio vikingo, Jórvic, que así se llamaba por aquel entonces y de donde procede el nombre actual, fue un importante polo comercial como lo demuestra el hecho de que aquí se acuñaran monedas vikingas.

La herencia vikinga de esta ciudad pesa. Por ejemplo, prácticamente todas sus calles acaban con la expresión ‘gate’, procedente de la palabra vikinga ‘gata’, que significa ‘vía, sendero’. Es el caso de Whip Ma Whop Ma Gate, una de las calles más pequeñas de la ciudad, que paradójicamente tiene el nombre más largo.

Murallas

York puede presumir de albergar las murallas medievales de mayor recorrido de Inglaterra: 3,4 km. Construidas entre el los siglos XII y XIV, hoy se puede dar un relajante paseo por sus almenas. Lo que otrora fue un trajín de soldadesca hoy es un remanso de silencio y un balcón privilegiado para avistar la ciudad.

Y eso que a finales del siglo XVIII las autoridades locales quisieron demoler estos muros para contribuir a la expansión de la ciudad, pero la fuerte presión ciudadana obligó a retirar el proyecto.

Una fuerte conciencia respecto al legado histórico que llega hasta nuestros días. Así, hace algunos años, la multinacional McDonald’s tentó al consistorio de York prometiéndole una jugosa suma de dinero y una amplia zona ajardinada si le dejaban poner una ‘M’ gigante de su logo en una de las puertas medievales de la ciudad. El ayuntamiento declinó la oferta.

La muralla conserva sus cuatro puertas, que incluyen algunas de las características típicas de la arquitectura defensiva medieval: barbacana, rastrillo, puente levadizo y torre de vigilancia.

Una de ellas es Micklegate Bar, que se puede visitar. Era la puerta de entrada a York empleada por las comitivas reales y donde colgaban las cabezas de los reos y los ejecutados por ser considerados enemigos del reino, algunos de alta alcurnia como fue el caso Richard Plantagenet, padre de Eduardo IV y Ricardo III. En este ‘minimuseo’ uno puede divertirse imaginando como quedaría nuestra cabeza degollada ensartada en una pica.

Catedral

Entre sus casas milenarias con las típicas bigas negras que contrastan con la cal blanca, se erige imponente otra joya medieval de la ciudad: la segunda catedral gótica más grande del norte de Europa, después de la de Colonia.

La llamada York Mister cuenta con un gran rosetón datado de 1500 aproximadamente  que conmemora el fin de la Guerra de las Dos Rosas con

la unión de las casas reales de York y de Lancaster. Destaca también en su vidriera frontal un corazón de tracería florentina, el conocido como Heart of Yorkshire.

Pero esta urbe inglesa todavía guarda otros tesoros del Medievo, como la Torre de Clifford. Encaramada a una mota artificial, fue construida por Guillermo el Conquistador para hacer frente a la rebelión del norte.

En 1190 fue el escenario de un truculento suceso: ese año se produjo una revuelta contra los judíos, que buscaron refugio en dicha torre, donde se declaró un incendio que acabó con la vida de 150 judíos. Pero no fue el único acto funesto. De hecho, la torre recibe el nombre de Roger de Clifford, que murió ahorcado en su interior tras traicionar al rey Eduardo II.

Pero el rey Enrique VIII prohibió todos los monasterios en Inglaterra en 1530. Los monjes de St. Mary recibieron una pensión en 1540 y los edificios de la abadía se convirtieron en un palacio donde el Rey residía en el transcurso de sus visitas a la ciudad. Hoy es un lugar lleno de magnetismo, donde la frondosidad de los árboles parece proteger la desnudez de los ventanales, en una perfecta simbiosis.También conviene pasear relajadamente por el parque donde se encuentran las ruinas de la Abadía de St. Mary, lo que en su día fue uno de los monasterios benedictinos más poderosos de Inglaterra. De hecho, el abad era uno de los clérigos más poderosos de su época, a la par del arzobispo de York. Así es York. Cada rincón, cada piedra, nos habla de su dilatada historia.

Autor: Iván Sánchez Raya para revistadehistoria.es

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