La semana pasada, un transeúnte que paseaba por una ciudad de Japón se encontró con un loro que se hallaba perdido desde hacía un par de semanas. El pájaro era incapaz de volver al hogar por sus propias alas, sin embargo sabía de memoria el nombre y la dirección del dueño. Me llamó la atención que el loro fuera gris siendo natural de África, que hablara perfectamente japonés y que tuviera los ojos redondos habiendo pasado tanto tiempo en la provincia de Chiba, en el centro de Japón. Por lo visto, los loros pronuncian palabras e imitan sonidos pero no cambian ni de fisonomía ni de color.
El loro no ha dado explicaciones sobre el motivo que lo impulsó a saltar por la ventana. Los veterinarios sospechan que tuvo un flechazo y fue tras su amor que pasó volando voluptuosamente por delante de su casa. Luego la relación no debió funcionar y el loro se quedó descompuesto y sin novia. Cuando lo encontraron desorientado por la calle, el loro dijo: «Soy Yosuke Nakamura». Después recitó, con la voz fatigada de tanto volar en balde, la dirección de su domicilio. Cuando dos agentes de policía llamaron a la puerta de Nakamura Yosuke-Kun encontraron al dueño del loro. Le devolvieron el animal y el señor quedó muy agradecido. Les dijo que en realidad no estaba preocupado porque el loro apenas vuela y, consecuentemente, no podía andar muy lejos. La casa del hombre del loro estaba repleta de libros. Imaginé que Yosuke Nakamura abría esos libros en ausencia de su dueño y memorizaba párrafos que luego contaba a las visitas. El loro no repetía palabras sino que contaba historias. El hecho de saber el nombre y la dirección era una minucia si lo comparábamos con todo el saber humano que se ocultaba en el interior de los libros.
Ahora el loro japonés guarda silencio. No cuenta nada de su fugaz aventura. No habla de amor. La expresión de su cara refleja cierta decepción. Quizá sólo pretendía reclutar al resto de loros grises que viven encerrados en jaulas por todo el territorio de Japón y convencerlos para regresar a África. Pero los inmigrantes africanos han perdido el hábito de volar y no tienen fuerza para soportar tantos días de viaje. Tal vez Yosuke Nakamura intentaba reclamar la atención de su dueño que, desde hacía algún tiempo, apenas le hacía caso. En realidad, los pensamientos del loro son un completo enigma, lo mismo que resulta difícil comprender que aprendiera a expresarse en un idioma que nadie le enseñó, pues aunque el dueño se sentaba con él y le repetía su nombre y su dirección, nunca le incitó a reflexionar sobre los motivos de su cautividad y la injusticia de una sociedad que trata a los loros como si fueran simples pájaros parlantes que no hacen otra cosa que imitar la voz de su amo.
En Algún Día│José Antonio Garriga Vela.