Esa fue la primera pregunta que me hice cuando una profesional del tema me dijo que yo había sido víctima de violencia de género.
A veces nuestro cerebro puede ser nuestro mejor aliado y, otras, nuestro peor enemigo. Cuando lo denomino enemigo me refiero a esas situaciones concretas que nuestro cerebro transforma y que nos hace no darnos cuenta de la situación en la que estamos envueltos.
Actualmente, en la televisión por ejemplo, vemos mujeres que cuentan historias desgarradoras de experiencias con sus parejas, anuncios en los que nos dan pautas de cómo identificar que estamos siendo maltratadas e incluso disponemos de un teléfono de emergencias al que llamar para pedir ayuda. Pero en la mayoría de los casos, incluso con esto delante de nuestros ojos, no somos capaces de verlo: no hay persona más ciega que la que no quiere ver.
Aún puedo imaginarme, sentada en el salón con mis padres (desconocedores de esta historia aún hoy) viendo todo esto e incluso comentando personas conocidas que estaban pasando por esta situación y no ser capaz de sentirme identificada. Dos años y medio de tortura, maltrato físico y psicológico y aún pensando que era “el amor de mi vida”. Era una mala racha pero que nos queríamos mutuamente muchísimo y ese sufrimiento era parte del amor. Qué equivocada estaba.
No recuerdo cómo empezó todo. Solo que me enamoré de ese chico y de repente yo era de su propiedad. Si, de su propiedad. El podía salir, ver a sus amigos, vestir como quería, decidir a donde ir, hacer sus cosas, estar centrado en sus estudios, etc. Yo no. Yo tenía que ser una persona nula, dejar mi carrera universitaria (era mi primer año) porque yo no iba a poder terminarla puesto que no servía para desempeñar ese trabajo en un futuro, vestirme como una chica decente y no como “una puta”, respetarlo estando en casa sin salir (hasta que él lo marcara) y sin ver a mis amigos y, por supuesto, no dejar de mirar el móvil ni un segundo. Claro, el tenía que localizarme y yo estar disponible.
¿Cómo se llega a esto? Pues a día de hoy no tengo explicación alguna. Sólo sé, que un día en las fiestas de mi pueblo, le pedí por favor poder ir con el y ver a mis amigos después de un año y medio. El decidió que nos fuéramos a casa porque un amigo de toda la vida se había acercado a saludarme. Nos montamos en el coche, le recriminé que eso había sido un acto de celos total y me dio tal ostia en la cara que me dejó la parte derecha de mi mejilla pegada en la ventana del coche. ‘Bueno, no pasa nada…estábamos nerviosos, fue un acto reflejo y el estaba muy arrepentido. No va a volver a pasar’. No es que no volviera a pasar, es que se convirtió en mi forma de vida con él: insultos, palizas, prohibiciones, me escupía en la cara para divertirse, tirarme platos cuando le llevaba la contraria, mantener sexo cuando y como el quisiera, etc. ‘¿Pero eso no es maltrato?’ preguntaba una amiga y a lo que yo contestaba: ‘No, yo me defendía, con lo cual no me maltrataba, era algo mutuo’. Claro, no iba
a pasar la vergüenza de reconocer que yo, tan independiente y con tanto carácter, estaba siendo maltratada por un hombre.Amigas y amigos, ESTO ES SER MALTRATAD@ con todas las letras y en mayúsculas. Y lo peor de todo esto es que eso no se olvida, no pasa de largo. No te olvidas de eso. El que pasen diez años y no lo hables no significa que no haya condicionado a tu forma de vivir. Puedo aseguraros que la relación con mi familia cambió, dejé mis estudios universitarios y a aún sigo teniendo pesadillas por esto. Me he vuelto una persona insegura, que no me valoro, que me maltrato a mi misma, que no me veo capaz de conseguir nada en esta vida, que las relaciones sentimentales después de esto han sido un desastre por la alerta y desconfianza que me ha generado. Que a la primera palabra fuera de tono me siento maltratada (¡sin sentido alguno!), desmayos por estrés, sentimiento de vacío y mil cosas más. Todo lo que mis padres trabajaron en mi para hacerme una mujer independiente, con excelentes resultados académicos y con carácter y actitud para enfrentarme a cualquier adversidad en esta vida, esta persona se lo cargó en dos años y medio.
Han tenido que pasar diez años de ansiedad, depresión y dolencias físicas para que al final todos se dieran cuenta que era fruto de esa mala experiencia en la cual sigo trabajando en la actualidad.
Hay que quererse mucho a sí mismo y tener la valentía de denunciar esto. No estamos solos ni somos los únicos. Me afectó muchísimo, pero también he aprendido y hoy puedo contarlo abiertamente para que el resto sea consciente de la repercusión. Esto me pasó con diecinueve años. No lo denuncié y esa persona sigue haciendo su vida de maltratador desde entonces. Goza de la “suerte” de haber encontrado a otra víctima que lo vive en silencio.
Un toque de lucidez a su debido tiempo me habría hecho, aún si cabe, más fuerte. Habría tratado esto a tiempo y esa persona habría recibido lo que se merece. Hoy soy una víctima olvidada luchando con mis propias emociones.