Revista Viajes
Por: Verónica Marmolejo y Julia López
Regresé a Yucatán, a recorrer zonas arqueológicas que ya conocía y otras que aún no, a zambullirme en las claras aguas de sus cenotes y a caminar por Mérida, Valladolid e Izamal, a ver flamencos en Celestún y a comer salbutes, cochinita pibil y sopa de lima.
Yucatán antoja todos los sentidos y una vez que te convence y estás allá... hechiza de tal forma que aún no te vas y comienzas a pensar en volver. Será por la Blanca Mérida, por su comida, por su gente, por sus colores o por Chichén Itzá, por lo que sea, todo pretexto es válido para visitar este estado al sureste de México, en la península del mismo nombre.
Llegamos a Mérida una calurosa mañana de abril y cómo no habría de ser así, si bien dicen que Yucarán tiene dos estaciones: calor y calor con lluvia; pues en primavera aplica la primera, así que más vale buscar alguna buena forma de refrescarse como la deliciosa agua de chaya y las olas del mar que bañan Puerto Progreso y Celestún, por ejemplo.
Además volví a Hacienda Xcanatun, del que simplemente puedo decir que es uno de los hoteles más hermosos de este país, basta con dar un paso en su interior para saber que la estancia será única e incomparable. Sus altos techos, ceibas, muros, portones y ventanas dejan ver cómo fue en su primera época de esplendor, porque la segunda sin duda alguna es la actual.
Luego de pasar unos días en Mérida, degustar la mejor de las cocinas típicas yucatecas en el restaurante La Tradición y visitar las zonas arqueológicas y cenotes cercanos, fuimos hasta Celestún a cumplir uno de mis anhelos: ver flamencos en su hábitat natural, qué espectáculo más hermoso!!
Pero a Celestún también llegamos a encontrar descanso en el Hotel Xixim, arena clara y playas casi vírgenes, alejadas de los enormes resorts y el bullicio. Encontré en este destino un paraíso desgraciadamente muy mal aprovechado por Yucatán, algo olvidado y hasta podría decir que descuidado, pero no en el sentido de que esté sucio o mal puesto, por el contrario, es una ciudad pequeño, limpia y linda, pero es evidente que no se la ha puesto la atención adecuada para convertirse en un lugar capaz de recibir al turismo, sin cambiar su riqueza natural por favor.
Luego fuimos a Valladolid y qué gusto ver esa pequeña ciudad tan bonita! Su plaza limpia y arreglada, su gente amable y dando buen servicio al visitante, con novedades en atractivos que desgraciadamente no alcancé a visitar pero ese es uno de los pretextos para hacer otro viaje a Yucatán.
Esa noche la pasamos en The Lodge at Chichén y aprovechamos para ir a ver Noches de Kukulkan, el espectáculo nocturno en Chichén Itzá. Vaya tan grata sorpresa ver que es de la mejor calidad imaginable y a la altura de los mejores del mundo, que por cierto es gratuito hasta junio (2015). Definitivamente casi me llena de orgullo y digo casi porque siendo tan maravilloso mi ánimo decayó ante la poca amabilidad y prepotencia del personal de Chichen Itzá.
Después nos trasladamos a un pueblito blanco y amarillo, carismático y agradable llamado Izamal. Ahí nos hospedamos en el Hotel Rinconada del Convento, justo a un lado de su imponente Convento de San Antonio de Padua.
Más o menos así fue nuestro viaje a Yucatán, a grandes rasgos les puedo contar que sus carreteras son seguras, están en excelentes condiciones y con buena señalización.
Fue un viaje entrañable en familia, en el que pude mostrar a mi pequeña la grandeza de los antepasados de estas tierras, de su cultura y las tradiciones del sureste de su país.
A detalle les iré contando en días próximos, pero definitivamente les puedo advertir que si van una sola vez a Yucatán, querrán regresar una y otra vez, porque no hay tiempo que alcance para recorrer este estado con tanta riqueza.