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“Tito era la única religión que se permitía en Yugoslavia. Quien no le adoraba, desparecía para siempre. Y los yugonostálgicos son conscientes de ello, pero aprendieron a amarle y enseñaron ese adoctrinamiento a sus hijos, jóvenes nacidos tras la muerte del líder, que también desearían volver a ese país desaparecido. Y hasta el extranjero puede acabar, fácilmente, añorando aquellos tiempos de la Yugoslavia que nunca llegó a conocer”.