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Yusef komunyakaa; "dien cai dau".

Por Malaventura
Yusef komunyakaa; Arrastrándose por el barro, por debajo del fango como un ángel excavando en las raíces de la muerte, avanza el soldado con su casco y su escopeta. Pelotones que cruzan vaguadas y caminos, moviéndose rápido como siluetas esquivando el ojo de los francotiradores. Sombras de guerrilleros serpenteando entre la maleza, hombres soldado convertidos en plantas, en árboles, en ramas, en parte de la jungla, intentando pasar desapercibidos a los ojos del enemigo; que el adversario sólo vea la naturaleza exuberante y no la amenaza de la muerte. 

Niños, mujeres, viejos transportan municiones como transportan sacos de arroz. La imagen de una pagoda convertida en sangre seca. ¡Preparados! ¡listos!, la voz de la artillería, la voz que acompaña a los obuses se mezcla con las voces del enemigo, las voces que nos dicen que ya estamos muertos; las voces de los que van a morir, las voces de Ray Charles y Tina Turner se te meten dentro de la cabeza. Un grito que sale de los arbustos en llamas, cualquiera puede saltar por los aires: hoy puedes ser tú mañana puedo ser yo, rotos en pedazos. ¿Qué visión celestial le lleva a un hombre a cruzar la alambrada, a no detenerse frente a las balas, a luchar con su cuerpo desnudo forrado de explosivos?, ¿la falta de justicia?, ¿el desprecio a quien les considera inferiores?

Para engañar a la esperanza, para aferrarse a la subsistencia, al sobrevivir, al cuando salgamos de este agujero; páginas de revistas con chicas desnudas, películas porno, actuaciones de famosos que animan a la tropa, habitaciones con jóvenes guapas prostitutas de pies silenciosos y perfume francés que prometen amor, la droga que corre por las venas bajo ventiladores metálicos. Pasar el tiempo tendido en la cama despierto, recordando lo que uno era antes, imaginar que se está en otro lugar para no romperse por dentro en el ahora.

Despertar de la mañana, morteros lejanos, sonido de las ametralladoras, olor a pólvora, proyectiles que devuelven a la realidad, helicópteros que despegan. El recuerdo de las caras juveniles desaparecidas de la formación, ataúdes gris plata que viajan en la bodega de los aviones del gobierno, nombres grabados en piedra de aquellos que nunca volverán a caminar sobre la tierra. Explosiones, colinas quemadas con napalm; olor a lluvia, olor a barro, olor a humo, olor a fuego; olor a sangre pegada en los rostros, pegada en el pelo, pegada en el cuerpo: olor a guerra. 

En la hermosa noche, cientos de estrellas brillantes, la Luna resplandece por encima de los árboles, bajo ella las cargas explosivas, las minas, y en el visor nocturno que acerca a los hombres los disparos de fusil que matan las sombras.


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