
La figura literaria de Guy de Maupassant suele nutrirse de una serie de hermosos tópicos típicos en aquellos autores que suelen ser muy mencionados pero poco leídos, sobre todo en España, donde gozó en su tiempo de una fortuna crítica que el paso de los decenios ha virado hacia un cierto aire de anecdotario donde destaca, al situarlo en una parte clave del conjunto, Bartleby y compañía, de Enrique Vila-Matas.
La inmortalidad literaria de Maupassant pareció ser una obsesión que terminó en locura, y en este sentido sus coordenadas vitales no se alejan mucho de la historia de Yvette, que también puede relacionarse sin duda alguna con el aprendizaje que el escritor de Dieppe recibió de su maestro, Gustave Flaubert. La nouvelle del alumno tiene en algunos instantes fundamentales reminiscencias de Madame Bovary, aunque en realidad su verdadera inspiración no deja de ser la vida de su autor, alocado en su triunfo prematuro, abocado al disfrute de los días entre París y esa periferia festiva, alejada del centro desde una temible cercanía, como si una fina línea separara lo visible de lo oculto del exceso.Al fin y al cabo Maupassant, maestro de concisión y dueño de una prosa afilada como pocas para su época, dominaba muy bien el arte de contar las aventuras de jóvenes que se sumergen en la mundanidad de la capital francesa. Pienso en Bel Ami como máximo ejemplo, pero en el caso que nos concierne las situaciones reflejadas son un boceto de lo que vendrá entre salones de lujo y engaño, personalidades a la deriva y la magnífica hipocresía de las costumbres que flotan entre máscaras donde la fiesta es sólo un camino para apaciguar notorias amarguras. La protagonista de la nouvelle es la ingenuidad en forma de encanto capaz de llevar su condición a extremos peligrosos. Yvette ha vivido poco y las lecturas no dan la experiencia. Su madre la protege en medio de espacios donde la ilusión de la opulencia y los piropos de cuatro desgraciados son un pan agradable a los oídos. Nada ofrece complicaciones y las noches se repiten en su tono ocioso entre juego, bailes y charlas banales. En estas irrumpen dos crápulas sensacionales, entregados a la causa con el fervor del devoto. Saval irá a por la progenitora y Servigny a por la pequeña sin muchos remilgos en una carrera que al ser narrada por Maupassant cambia de color con intencionalidad, dándole a cada fase de la trama una dimensión distinta que remarca su evolución interna. Por eso pasamos del jaleo de la calle Berry a la supuesta calma del campo colindante a la ciudad de la luz, íntimo entre cuatro paredes y generoso en la voluntad de encontrar la diferencia en lo excéntrico de la juerga. No deja de ser lógico que ambos opuestos colisionen en una isla.
