Dedicado a mi amigo Fredy Ovando Grajales,
arquitecto y profesor en Chiapas (México).
Ayer nos ha sorprendido y consternado a todos la noticia de la muerte de Zaha Hadid.
Era aún joven, 65 años, y no padecía ninguna enfermedad preocupante. Apenas una bronquitis (era propensa: tenía una tos crónica muy característica) que se estaba tratando en Miami y que desencadenó un inesperado ataque cardíaco.
Hace tiempo escribí en este blog sobre el "efecto estrella" de las "Zahas Hadides", y en ese texto comentaba que todos estos arquitectos eran ya corporaciones, entes abstractos e impersonales, aunque en su origen hubieran sido jóvenes brillantes. Lamentaba, pues, que su personalidad se hubiera opacado tras el estrellato y se hubiera atrincherado tras una empresa, una marca, una máquina.
Pero la inapelable muerte nos pone frente a la persona, y volvemos a ver a la Zaha Hadid que un día fue.
La primera noticia que tuve de Zaha Hadid fue sólo unos pocos días después de que la tuviera Juan Daniel Fullaondo, que a su vez la tuvo unos pocos después que Antonio Fernández Alba. Este último había descubierto unos fantásticos dibujos de aquella desconocida en una revista en Londres, se la trajo para Madrid y se la enseñó a su amigo Juan Daniel.
Los dos estaban entusiasmados, impactados. Fullaondo nos habló de esa mujer con pasión, con fascinación.
De alguna manera podría recordar a una cierta visión post-moderna del constructivismo, y esos dibujos ideales podrían emparentar con los de Yakov Chernikhov. (Esto lo digo yo; él no lo dijo. Pero quiero suponer que habría estado de acuerdo).
Los dibujos eran algo más que meras ilustraciones. Parecían expresar una gran sabiduría arquitectónica muy polémica y combativa. Eran el manifiesto de quien no puede construir pero tiene mucho que decir (y también mucho que construir a la primera oportunidad que tenga). Exactamente igual que todos aquellos brillantes y desgraciados arquitectos soviéticos.
También eran dibujos que ponían de manifiesto toda la confusión post-moderna de aquella época, toda la ambigüedad ideológica y todo el talento y la potencia de proponer estructuras delicuescentes y tramas superpuestas, contradictorias y dotadas de "profundidad teórica", "complejidad semiótica" o como lo queráis decir.
Esto fue más o menos hacia la mitad de la década de los 1980s. Muy pronto (desde luego mucho más que los rusos) Zaha Hadid construyó: Hizo su estación de bomberos de Vitra en 1993 y... Bueno, no era lo mismo. No tenía la misma tensión. Pero, claro, es que eso era muy difícil. Había que confiar en que siguiera construyendo. A ver qué tal evolucionaba.
Pues mal. Evolucionó mal. Es cierto que mantener esas expectativas con su obra construida era imposible. ¿Qué habría pasado si Chernikov hubiera construido? ¿Qué habría sabido construir el mismo Leonidov? Nadie lo sabe, pero podríamos temer decepciones parecidas.
A partir de ahí las obras construidas de Zaha Hadid (ya Zaha Hadid Architects) se fueron banalizando, y ya no es que lamentemos el efecto que produce la cruda realidad sobre las ilusiones, sino la progresiva sordidez de la corrupción de todo lo que supone la comodidad, el éxito, la fama, etcétera.
Pero dejemos esa triste deriva, no sólo porque en las notas necrológicas se acostumbra a ser amable con la finada, sino porque precisamente, como he dicho antes, la bronquitis, el ataque cardíaco y la muerte nos han puesto delante de los ojos de nuevo a la mujer, y por eso mismo hemos tenido la lúcida visión de aquella joven iraquí que estudió arquitectura en Gran Bretaña y que rompió muchas barreras y muchos tabúes armada de su brillante talento gráfico y de sus terribles ganas de provocar una revolución. Si esta finalmente no se produjo, las reclamaciones al maestro armero.
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