Editorial Alfaguara. 246 páginas. 1ª edición de 1956, ésta de 1979.(ninguna de las dos portadas que se muestran aquí es la de la edición que he leído. La de Adriana Hidalgo sería la más fácil de encontrar ahora en España, y la de Alfagura debe ser la que precede a la que tengo yo, ya con una imagen en la portada, de 1979)
Sensini es quizás el mejor cuento de Roberto Bolaño, y uno de los mejores que he leído nunca, capaz de emocionarme cada vez que lo releo u hojeo. En él, el narrador nos cuenta que, cuando a los veintitantos años, vivía en Girona y era “más pobre que una rata”, participó en un concurso de cuentos, donde obtuvo el tercer accésit. La sorpresa para él fue que, al recibir el libro editado por el ayuntamiento que organizaba el premio con el ganador y los seis finalistas, se percató de que el segundo accésit (que no el ganador) pertenecía al escritor argentino Luis Antonio Sensini. El narrador pide la dirección de Sensini al ayuntamiento que organizó el premio e inicia una relación, primero epistolar y luego personal, con él.
Dice el narrador de este cuento sobre Sensini: “Yo había leído una novela suya y algunos de sus cuentos en revistas latinoamericanas. La novela era de las que hacen lectores. Se llamaba Ugarte y trataba sobre algunos momentos de la vida de Juan de Ugarte, burócrata en el Virreinato del Río de la Plata a finales del siglo XVIII. (…) Sensini (…) pertenecía a esa generación intermedia de escritores nacidos en los años veinte, después de Cortázar, Bioy, Sabato, Mujica Lainez, y cuyo exponente más conocido era Haroldo Conti. (…). A mí me gustaban (…). Mi favorito, de más está decirlo, era Sensini, y el hecho de alguna manera sangrante y de alguna manera halagador de encontrármelo en un concurso literario de provincias me impulsó a establecer contacto con él, saludarlo, decirle cuanto le quería.”
Allá por el año 1999 leí por primera vez, en un tren, el cuento de Sensini, envuelto por la tristeza que Bolaño imprimía al fracaso del sueño del escritor, su escasa relevancia social, su olvido. Lo acabé de leer, intenté empezar otro, bajé el libro, y me dediqué a contemplar el paisaje tras la ventana del tren. Un cuento que había leído como si fuese una invención melancólica y magnífica.
Hoy sé que el narrador de Sensini es el propio Bolaño, que el cuento que le hizo acreedor de aquel tercer accésit se llama El contorno del ojo (está enlazado en este blog en una de las etiquetas de Bolaño), que Luis Antonio Sensini en realidad es Antonio Di Benedetto (Mendoza 1922, Buenos Aires 1986), exiliado en España después de que la dictadura militar argentina le encarcelase y torturara, y que la novela Ugarte en realidad se llama Zama. El libro que he leído durante los últimos días.
De Di Benedetto la editorial Alfaguara publicó casi todas sus obras durante los años 70, fue un escritor reconocido en vida, traducido a varios idiomas, del que Jorge Luis Borges ha dicho: “Ha escrito páginas esenciales que me han emocionado y que siguen emocionándome”, Augusto Roa Bastos: “Zama es uno de ese libros fundamentales que han creado su propio lenguaje; una escritura inimitable hecha de extremo rigor y despojamiento”, Juan José Saer: “Las tres principales novelas de Antonio Di Benedetto, Zama, El silenciero y Los suicidas en razón de la unidad estilística y temática que las rige, forman una especie de trilogía y, digámoslo desde ya para que quede claro de una vez por todas, constituyen uno de los momentos culminantes de la narrativa en lengua castellana de nuestro siglo”. Y, como diría Bolaño, Di Benedetto es hoy día (al menos en España) un escritor casi olvidado.
En la librería La Central, anexa al museo Reina Sofía de Madrid, pude comprar la semana pasada Zama en la edición de Alfaguara de 1979, un volumen envuelto en su plástico original, totalmente nuevo (impreso en Móstoles, para más información).
Zama es una novela de las que hacen lectores y trata de algunos momentos de la vida de Diego de Zama, burócrata en el Virreinato del Río de la Plata a finales del siglo XVIII.
El libro se divide en tres partes marcadas por tres fechas, tres momentos en la vida de Zama, 1790, 1794 y 1799.En 1790 Zama tiene 35 años y es un burócrata destinado en una ciudad de la que se da alguna referencia y que, tras investigar por Internet, parece ser Asunción del Paraguay. Zama espera un traslado que le acerque a alguna metrópoli, Buenos Aires, Santiago de Chile, donde pueda vivir con su mujer e hijos (en ese momento lejos, en Buenos Aires); mientras espera carta de su familia o noticias sobre su traslada trata de conquista a alguna de las blancas de la colonia, que calme su sed.La novela escrita en 1956 no pretende ser una novela histórica –aunque la verdad es que la ambientación es magnífica- sino que entroncaría con el existencialismo francés, ya que la espera de Zama acaba teñida de un tinte kafkiano, un abandono cósmico que le hará decir en la página 185: “El horror. El horror del absurdo que nos atrapa. Este es el horror de la fascinación”.
Es 1790, un año después de la Revolución Francesa, y en Asunción de Paraguay la esclavitud sigue estando a la orden del día, y más para Zama, creyente en viejos valores.En esta primera parte aún nos encontramos con un Zama guerrero, vigoroso, aunque también burlado.
En la parte correspondiente a 1794, la melancolía de la derrota comienza a envolver a Zama, empobrecido por los retrasos que sufre de su sueldo por parte de la corona española.
Y en 1799, Zama, sorpresivamente, se convierte en un hombre de acción, que se une a una partida del ejército que sale de la ciudad, que le tiene atrapado, para intentar capturar a un delincuente huido. Pero la marcha de Zama es contraria a la civilización y la metrópoli que tanto anhela, y en todo momento, en territorio indio, el lector teme que, como al Arturo Cova de La vorágine, lo acabe devorando la selva.
El realismo de Zama se acaba deshaciendo en varios momentos, en varias apariciones o ensoñaciones que dan un aire misterioso al texto. Sobre el lenguaje de esta novela dice Juan José Saer: “Di Benedetto es uno de los pocos escritores que ha sabido elaborar un estilo propio, fundado en la exactitud y en la economía y que, a pesar de su laconismo y de su aparente pobreza, se modula en muchos matices, coloquiales o reflexivos, descriptivos o líricos, y es de una eficacia soprendente”.
Al leer Zama he supuesto que Gabriel García Márquez lo leyó también y que esta novela influyó sobre su El coronel no tiene quien le escriba, publicada en 1961. También, en su reconstrucción histórica, me ha recordado al Juan José Saer de Las nubes.
Ya he comprado en La Central El silenciero (que leo ahora) y Los suicidas, para completar la trilogía de la que habla Saer, en la editorial argentina Adriana Hidalgo, que tiene distribución en España. Al parecer en Argentina la figura de Di Benedetto está siendo rescatada con éxito, y esperemos que en España su nombre vuelva a sonar junto a los grandes del siglo XX de la narrativa hispanoamericana. Mientras tanto, como dice Roberto Bolaño en su cuento Vagabundo en Francia y Bélgica, hablando de otro escritor olvidado, yo lo leo, yo me preocupo por él, porque nadie más lo hace y porque era muy bueno.