Sin pensar ni calcular consecuencias, sin maldad ni juicio,
Zapatero se fue a cenar con el enemigo
Su actitud irreflexiva, su forma de hablar y actuar es típica de una persona que no piensa lo que va a decir y hacer. Muchos leoneses que lo conocieron antes de ser un pez tan gordo, antes de que entrara en política, antes incluso de alcanzar la mayoría de edad, podrían contar unas cuantas anécdotas, situaciones y hechos desconcertantes acerca de este buen señor.
Como se sabe, él ha vivido casi toda su vida en León, una ciudad pequeña en cuyo centro todo el mundo termina por encontrarse y por saber de todo el mundo. Tendría el joven Zapatero unos 15, 17 años, cuando frecuentaba un bar llamado El submarino (era largo y estrecho) para echar la partida a las cartas; perdía casi siempre, claro, y por una causa u otra debía dinero a la mitad de los jugadores. Un día lo cazaron haciendo trampas y, como es lógico, le llamaron de todo y le dijeron que no volviera por allí, que nadie jugaría con él. El hecho no pasa de una tontería de adolescente; pero lo del día siguiente es muy revelador: a la hora de siempre allí apareció como si nada hubiera ocurrido. Anonadados, los demás le gritaron que a qué volvía, que era un tramposo…; él callaba y mostraba una grande y pasmada sonrisa, incomprensiblemente ajeno a la situación, evidenciando una sorprendente falta de recursos mentales para entenderla, como si no fuera capaz de asimilar lo vergonzante del trance. Los jugadores se volvieron a sus naipes y coincidieron en un rotundo y general “¡este tío es tonto!”. Tras terminar Derecho a trancas y barrancas y contra el pronóstico de sus más allegados (conocedores de su limitada capacidad de trabajo y voluntad) sustituyó a un profesor durante dos o tres meses. Los que tuvieron la suerte de acudir a sus clases afirman que era caótico, incapaz de terminar una explicación, se dispersaba y concluía muy lejos de la cuestión a tratar. Asimismo, una de sus alumnas cuenta cómo este profe le suspendió un examen del que salió contenta, de manera que cuando fue a pedir explicaciones comprobó que el hombre no había dado la vuelta a la página y, por tanto, no había leído todo el ejercicio…; el amigo Zapatero le dijo a la chica que no tendría problema con la nota.
Sin solución de continuidad el curioso y simplón personaje pasó del pupitre al sillón oficial, pues nunca estuvo verdaderamente incorporado al mercado laboral. Así, cuando ocupaba uno de sus primeros cargos, recibió a unos jóvenes que le fueron a pedir subvención para una iniciativa cultural. Cuentan los interesados que el tipo habló mucho más que los pedigüeños, glosó las excelencias de la cultura en general y las bondades del proyecto en particular. Sin embargo, una vez terminada la reunión, los solicitantes se preguntaron entre ellos en qué había acabado la cosa, es decir, no tenían claro si ese señor tan sonriente y parlanchín les iba a soltar la pasta o no…, en fin, que se marcharon recordando que primero les dijo que sí, luego que era casi imposible, después que tal vez y, finalmente, que no se preocuparan. Como era de esperar, el asunto cayó en el saco del olvido.
No, Zapatero nunca fue calculador, astuto o sagaz, nunca capaz de sutilezas, y las trampas que a lo largo de su vida ha consumado no han tenido planificación y cálculo de beneficios; nada de eso, sus maniobras y marrullerías han sido producto más de la ausencia de intelecto que de verdadera maldad. Si a su imposibilidad para detenerse un segundo para pensar en los resultados de sus actos se suma su evidente falta de merecimientos (siempre receló del mérito), y a ello se añade su temor al esfuerzo, el resultado es la mediocridad. Lo malo es que, sin comerlo ni beberlo y aprovechando una situación excepcional, llegó nada menos que a presidente de gobierno. Como no podía ser de otro modo, la medianía guió al pueblo con resultados calamitosos en muy diversos campos. La última que se le ha ocurrido a esta especie de Ignatius J. Reilly ha sido agasajar, complacer en reunión supuestamente secreta al contrincante político. En alguien con más seso podría definirse el asunto como pura traición. En Zapatero, como en el protagonista de ‘La conjura de los necios’, es sólo sandez. Inopinada y desconcertante sandez.
La trayectoria vital del presidente emérito es una muestra de que es posible triunfar en la vida siendo alérgico al trabajo y careciendo de talentos y virtudes.
CARLOS DEL RIEGO