Grabado de Séneca, según Rubens
Entre todos ellos, quiero traer a colación el titulado "Superación tecnológica del libro", un ensayo que -como ustedes podrán suponer- no hace más que apuntar las razones por las que el libro tal como lo conocemos tiene difícil sustitución. De ellas, la más evidente, y una que yo experimento casi a diario en mis lecturas digitales, es la gran facilidad para hojear un libro, frente a lo incómodo que es el ejercicio equivalente en un libro digital. Es cierto que permite búsquedas concretas, ir a la página tal o encontrar el término cual. Pero es no es hojear. Lo que hacemos al hojear un libro es echar un vistazo rápido y aleatorio a sus páginas. Y es muy posible que, al compás de ese recorrido, nos quedemos enganchados aquí o allí. Que esos párrafos espigados de uno y otro lugar nos seduzcan lo suficiente para convencernos de que debemos leerlo entero. Las librerías virtuales intentan capturar nuestra atención con algo que se quiere parecido, esos pedazos de texto que nos invitan a "hojear". A menudo, sin embargo, resultan ser páginas sin ningún interés, que nos coartan más que estimularnos a la compra (uno siempre quisiera ver precisamente la página siguiente a la que se nos muestra, algo perfectamente posible cuando se hojea un libro físico). Esa facilidad para "navegar" adelante y atrás por el libro físico no la tiene el digital. Yo nunca recuerdo si esa escena que me interesó ocurría en la página 23 (que es lo que debería decirle al libro electrónico si quiero que me lleve a ella). No obstante, con el libro físico en la mano, resulta sencillo encontrarla. Como señala Zaid, hacer zapping libresco es mucho más fácil y más provechoso que en la televisión. Yo iría más lejos: por muchos miles de libros que tengamos a un clic de distancia en una biblioteca virtual, nada supera a la experiencia de situarse físicamente frente a un anaquel lleno de libros, de los que se puede ir cogiendo y hojeando los que nos llamen la atención. El mismo proceso que me llevó a descubrir el libro de Zaid, y que seguro que me sigue deparando otras muchas alegrías.Revista Cultura y Ocio
Séneca, en sus Cartas a Lucilio, desaconsejaba leer muchos libros. A los que disfrutaban yendo de uno a otro les decía: "Es propio de un estómago inapetente probar muchas cosas, las cuales, siendo opuestas y diversas, lejos de alimentar, corrompen". Recomendaba la lectura concentrada de unas pocas buenas obras, frente a la disipación de los que, empujados por la abundancia de lectura a su alcance, parecen no tener nunca freno en su furia lectora. ¡Ya entonces, tantos siglos antes de la imprenta, había quien consideraba que la oferta libresca era excesiva! Vaya por delante que, por más que sienta un profundo respeto por el filósofo cordobés, yo formo parte del nutrido batallón de esos lectores disipados a quienes él reconvenía. Los libros nunca me parecen demasiados. Por eso mismo, me sentí irremediablemente atraída -¡ah!, eso es lo que tiene de malo husmear en bibliotecas, que uno encuentra tesoros casi sin querer- por un libro de ensayos que se titula así, Los demasiados libros, del mexicano Gabriel Zaid, "un ingeniero echado a perder por los libros" (¿se puede pedir mejor carta de presentación?). Un texto muy ameno e inteligente, del que se podrían extraer numerosas frases llenas de enjundia y por supuesto muy librescas, como "La medida de la lectura no debe ser el número de libros leídos, sino el estado en que nos dejan" o "Publicar un libro es ponerlo en medio de una conversación. El aburrimiento es la negación de la cultura. La cultura es conversación, animación, inspiración". En resumen, una serie de textos que invitan a la reflexión, de modo que quizá a Séneca no le pareciese tan mal que les dedicásemos nuestro tiempo.