Tyrannosaur no es el spin-off de Parque Jurásico. Sin embargo ambas albergan minutos que dejan sin aliento al espectador. Desde un prisma muy distinto a la obra de Spielberg, la cinta consigue emocionar. Y lo hace por la cercanía con la que está expuesta. Considine debuta en la dirección cinematográfica de una forma contundente, sin medias tintas, abofeteando como pocos noveles hacen. Con una historia incómoda, esperanzadora y sobre todo realista. Sin florituras, mostrando en carne viva el sufrimiento de dos individuos y el vínculo que se crea entre ellos. Dos almas necesitadas la una de la otra. Una para superar su turbio pasado y la otra su ensombrecido presente. Las acciones del uno se convierten en paradigma para desterrar la tortura del otro.
Para Joseph (Peter Mullan) la vida no es más que expirar violencia mientras que para Hannah (Olivia Colman) sus días transcurren inhalando temor. Él es un ser amargado que encuentra en la ira su válvula de escape. Ella, una samaritana que vuelca en el cristianismo sus debilidades. De él poco sabemos. De ella demasiado. Los personajes están estudiados al milímetro, sin embargo expuestos de manera desequilibrada. La inteligencia del guión radica en la necesidad imperante de conocer el pasado de Joseph con el objetivo de entender su comportamiento y para ello hemos de hundirnos en la vida miserable de Hannah.
La película apenas permite que salgamos a la superficie a coger aire. Los cuidados detalles logran una ambientación sórdida, casi marginal, necesaria también para navegar por la mente de los protagonistas. Tanto Mullan como Colman se dejan la piel ante sendos personajes. Su entrega es demoledora. Interpretar al dolor en su vertiente física y mental no es sencillo y en ambos recae el peso de una cinta que en momentos peca de excesos. Sin embargo esa catarata dramática adquiere su redención en un final atípico. Se agradece sobremanera como el director cuenta una historia sin caer en el vicio espantoso del obligado enamoramiento.
A diferencia del animal al que se hace mención en el título, la ópera prima de Considine llega sin apenas ruido. Hasta ahora sólo ha visto la luz en algunos festivales dejando un buen sabor de boca pero allí por donde pasa, como apreciamos en los Premios del Cine Independiente Británico, va dejando huella.
Lo mejor: su falta de moraleja.
Lo peor: recurrir a lo incómodo en ciertos pasajes es muy cómodo.