Abu l-Hasan Ali ibn Nafi, más conocido como Ziryab, fue un apasionante individuo que brilló en la corte de Abderramán II a comienzos del siglo IX. Referencia de estilo y célebre por sus dotes musicales, también fue poeta, astrónomo, geógrafo y un reputado gourmet. Procedente del Oriente islamizado, marcó tendencia en la capital andalusí, adonde llevó muchas de las costumbres de aquellas tierras. Lograrse el amparo del emir le granjeó un poder que le hacía resultar, si cabe, más atractivo de lo que ya era, facilitando sobremanera la implementación de usos orientales en la península. Lo original de su aspecto y su forma de actuar en sociedad se vieron como una auténtica modernidad, reflejo del esplendor de Bagdad, entonces epicentro del mundo islámico.
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Ziryab, referencia de estilo en al-Ándalus
Criado en dicha ciudad siria, capital del califato abasí y sede de la famosa Casa de la Sabiduría -el mayor centro intelectual durante la Edad de Oro del Islam-, fue designado músico y poeta oficial de la corte por Harún al-Rashid (el califa de Las mil y una noches). Movido por los celos, su mentor lo amenazó provocando su huída a otras cortes donde no fuese objeto de constantes intrigas, aunque algunas investigaciones apuntan a un exilio forzoso causado por las desavenencias con el califa al-Ma’mum. En cualquier caso, logró ponerse en contacto con el emir andalusí Alhakén I, quien lo invitó a Córdoba dada la fama que le precedía.
Cuando, en mayo de 822, el polivalente Ziryab desembarcó en Algeciras con la ilusión de establecerse en una de las cortes más interesantes del momento, supo de la muerte del emir andalusí y a punto estuvo de volver al norte de África. Afortunadamente, Abderramán II le esperaba ansioso y le ofreció un palacio con todos los lujos, un sueldo vitalicio y también su protección y amistad sin límites.
Ziryab encabezó en al-Ándalus una revolución estética de primer orden al plantear un calendario de la moda que establecía cómo ataviarse según la temporada: los vestidos de lino y sedas exóticas, el color blanco y las transparencias serían propios de primavera-verano, mientras que en otoño-invierno predominarían colores sobrios, algodón, lana o terciopelo (importado por él mismo de Oriente). Este gurú de la moda creó el primer instituto de belleza del mundo, donde se enseñaban técnicas de depilación, cosmética y peluquería. Convirtió en tendencia el flequillo masculino, emulado por muchos hombres que hasta entonces habían llevado el cabello por los hombros y con la raya en medio. Puso de moda ir bien afeitado, los dentífricos con buen sabor (algo inaudito hasta el momento) y la costumbre de darse dos baños diarios.
Igualmente revolucionó la gastronomía con recetas elaboradas con productos desconocidos en la península (almendras, pistachos, espárragos, etc.), enriqueciendo la mesa andalusí con dulces de miel y frutos secos y sorbetes y jarabes de zumo de naranjas amargas, melón y flores. Sin olvidar las albóndigas y una especie de pisto hecho con fritura de aceite de oliva, calabacines, cebollas, berenjenas y membrillo aromatizado, el cual fue remplazado por tomates y pimientos tras la conquista de América. Implantó el uso de la cuchara, copas de cristal y manteles de cuero fino, además de establecer el orden de salida de los platos, que es el que conocemos hoy.
A pesar de todas estas novedades instauradas en moda y gastronomía, será más recordado por sus aportaciones al ámbito musical. Fue el precursor de la guitarra española al añadir una quinta cuerda al laúd –por lo que el gran Paco de Lucía le rindió homenaje en su álbum Zyryab (1990)- y fundó el primer Conservatorio de Europa. Las enseñanzas musicales se impartían en la madraza de la mezquita cordobesa, donde Ziryab -que en árabe significa “Pájaro Negro o Mirlo”- introdujo melodías orientales de origen grecopersa. Los datos sobre la procedencia del talentoso forastero son tan oscuros como pudo serlo el color de su piel: ¿fue un liberto de ascendencia negra? ¿tuvo raíces kurdas?. En cualquier caso, ese apodo acaso atendiera al bello timbre de su voz, asemejándolo al del mirlo cantor.
De todos modos Ziryab demostró lo prolífico de su creación (hay quien habla de hasta 10.000 composiciones), así como un extraordinario dominio de la técnica que le permitió desarrollar un nuevo género musical: la nuba (nawba en árabe), que cambiaría la música andalusí de por vida. Se originó en la Bagdad dorada bebiendo de fuentes judeocristianas y bereberes pero con una indubitable base oriental y se trató de canciones encadenadas cuya interpretación podía extenderse varias horas, durante las cuales una compleja y extensa obra musical -no exenta de creatividad- agasajaría a los privilegiados oyentes.[1]
Coetáneo de genios como Ibn Firnas -el primer hombre que intentó volar y que da nombre a un puente cordobés con forma de alas-, fomentó los concursos musicales en los que competían artistas predilectos y se elegía la mejor composición árabe entre cien propuestas.[2] Asimismo, estableció nuevos métodos de instrucción en el canto, ignotos en Al-Ándalus y, probablemente, en toda Europa, como los ejercicios para calentar la voz que enseñaba en su escuela-conservatorio de la mezquita de Córdoba. Jesús Greus, autor de la novela Ziryab y el despertar de Al-Ándalus, señala que el artista propugnó las propiedades terapéuticas de la música hace nada menos que once siglos.
Este visionario estuvo en el momento y lugar adecuados, en el contexto del desarrollo y expansión experimentados por el Imperio islámico y en la corte de un gobernante culto y con buena predisposición a los cambios. Pero la renovación fue posible gracias al abierto carácter de los andalusíes, dispuestos a asimilar aquellas costumbres traídas de Oriente por el artista más famoso de la época.
Autora: Blanca Navarro para revistadehistoria.es
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[1] Reportaje “El canto Andalusí y la escuela de Ziryab”. Autora: Carmen Checa. Publicado en el nº 37 de la revista El legado andalusí. Una nueva sociedad mediterránea. Edita Fundación El legado andalusí.
[2] http://museoimaginadodecordoba.es/2010/ziryab-y-el-canto-andalusi
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