Zoido está en franca retirada. Su engañosa puesta en escena del otro día durante el aniversario del primer bienio de gobierno para vender que ha cumplido más de la mitad de sus promesas electorales es la mejor prueba de ello.
El Alcalde de Sevilla tiene una curiosa cualidad: no es que se desdiga con relativa frecuencia, sino que además se lo cree a pies juntillas y, con una rapidez inusitada, lo incorpora a su realidad cotidiana como si de un dogma de años se tratara.
Dicha práctica ya la inició desde los comienzos del mandato, cuando con pasmosa comodidad se dedicó a apuntarse en el haber proyectos puestos en marcha por la corporación anterior como si fueran de su autoría. De la herencia recibida, que no toda fue mala, se adueñó lo positivo, mientras usaba como argumento político lo negativo para camuflar una endeble gestión sin apenas proyectos que llevarse a la boca.
Los casos de la Torre Pelli, el carril bici, el Metrocentro o las peatonalizaciones, por poner sólo unos ejemplos, son una muestra clara. En lo demás, aquello en lo que los lobbies ejercen mayor presión y que ya estaba comprometido desde el programa electoral, se limita a derogarlo sin más alternativa que dejar que los problemas se solucionen por madurez propia (Plan Centro, sentido único de Luis Montoto, etc.), al más puro estilo Rajoy.
Ahora le ha vuelto a ocurrir con la recalificación de La Gavidia para su venta y posterior conversión en centro comercial. El lobby de marras exige un aparcamiento cercano para garantizar la rentabilidad del proyecto, es decir, el beneficio de unos cuantos a costa de los bienes de todos. Y Zoido se lanza sin dudarlo un ápice a poner en marcha el aparcamiento subterráneo de la Alameda, a pesar de la fuerte oposición de los vecinos de la zona y de que no formaba parte del programa electoral con el que se presentó a las elecciones.
De nuevo, el que se juramentó como alcalde de todos los sevillanos se decanta por ser el sólo el de unos pocos, en concreto los comerciantes y su asociación, Aprocom, a la cabeza. Ya le ocurrió lo mismo cuando se puso a evangelizar desde su cuenta oficial de Twitter, a 140 caracteres el salmo, durante la pasada Semana Santa. Muchos usuarios de la red social se vieron en la obligación de recordarle que sevillanos son todos, incluso quien no cruza nunca la doble puerta adintelada de un templo.
Algo similar le ha ocurrido con otro proyecto que impulsa de una manera casi desesperada: el dragado de profundización del Guadalquivir. Aquí la estrategia habitual de culpar a la Junta de todos los males de la ciudad se le ha venido abajo de repente y no precisamente derribada por la artillería enemiga. Han sido las baterías de su propio partido, el fuego amigo que le llaman, las autoras de la andanada.
Primero con las declaraciones del ministro del ramo, Miguel Arias Cañete, reconociendo su inviabilidad actual; segundo por la oposición de la Junta y de los científicos para hacerlo sin las garantías necesarias para el estuario y Doñana, y por último porque desde el ministerio se cuestiona ya incluso la validez de la Declaración de Impacto ambiental de 2003, a la que se agarraban como clavo ardiendo a pesar de estar invalidada por su anterior titular, Cristina Narbona.
Sin embargo, sería de una simplicidad casi infantil interpretar la marcha atrás de Zoido sólo en clave de proyectos que se caen o que son incapaces de sortear las dificultades que los obstaculizan. Hay otra, la política, que tiene igual o más peso. El alcalde parece haber decidido ya lo que quiere ser y nunca quiso dejar de ser: el regidor de la ciudad que le dio la mayoría absoluta más holgada de la historia.
Con ello amortigua el ruido de sables proveniente de las filas de su partido, por mucho que se empeñen en negar su existencia, y se libera de ejercer un papel en el que se siente incómodo, el de presidente del PP andaluz, y en el que no está obteniendo los resultados deseados, más bien al contrario. A fin de cuentas, ya quedan menos de dos años para que se vuelva a enfrentar al plebiscito de las urnas para intentar revalidar la mayoría abrumadora que ostenta. El tiempo apremia y no todo está tan claro y despejado como en aquella primavera de 2011. Es lo que tienen los programas ocultos de gobierno, que desconciertan al personal y consiguen alejarlos del redil.