Título original: Groblje manjih careva
Idioma original: Croata
Año: 2010
Editorial: Rayo Verde (2016)
Traducción: Luisa Fernanda Garrido y Tihomir Pištelek
Género: Relatos
Valoración: Recomendable
Este libro viene con una advertencia en su portada: "los cuentos de Zoran Malkoč muerden y pinchan". Y es cierto. Cubierta de magulladuras vengo a hablarles de esta colección de relatos, que, les advierto desde ya, no es apta para pusilánimes.
Desde que escribo en Libros Prohibidos creo haberme topado con bastantes rarezas, libros difíciles de catalogar y otros que escapan a todo intento de ligarlos a lo ya conocido. Lo que hoy les traigo da una nueva vuelta de tuerca al término "raro".
Se trata de una colección de relatos, pero bien podría considerarse una novela de decenas de historias paralelas. Todas ellas transcurren en la zona geográfica de la antigua Yugoslavia, durante la terrible guerra que asoló a su población en los noventa, y la posguerra que la siguió. Las tramas a menudo rozan la psicodelia y, no obstante, resultan de un realismo atroz. Los personajes no son sólo anti-héroes, sino verdaderos marginados sociales: borrachuzos, yonkis, asesinos, timadores; gente que ha aprendido a hacer de la miseria y la desgracia su modo de vida. Las historias son independientes entre sí, pero se repiten los personajes (de nombres memorables como el Pastilla, el gitano Irfo, la Pequeña Muerte Adormilada, el Rubio, el Chino...), e incluso hay tramas que se entrecruzan. Quizá vemos la decadencia o la muerte de uno de estos individuos, para más adelante verlo en todo su esplendor juvenil en otro cuento, o viceversa.
Más allá de este detalle, que ya es de notable originalidad, lo que hace de esta colección de relatos una verdadera extrañeza es su capacidad de generar emociones encontradas casi de manera constante. En El cementerio de los reyes menores queda perfectamente retratado el horror de la guerra en todas sus dimensiones y, sin embargo, no hay el más mínimo rastro de dramatismo. Todo está narrado en clave de humor (un humor de toques absurdos y negro como el tizón), pero uno siempre se ríe horrorizado, escandalizado, asqueado, o con un ineludible sentimiento de culpa. Miren, si no, cómo comienza el primero de los relatos:
Todos los otoños el Pastilla y yo hacíamos apuestas sobre quién la palmaría primero al invierno siguiente. [...] El otoño anterior el Pastilla había apostado por sí mismo; sobrevivió al invierno, y en primavera por poco pierde la apuesta: se rompió la cadera, tres costillas y un brazo, pero salió adelante. Mis tiros iban por el Chino, pero fallé. Ese invierno la palmó Serđo, que sólo de vez en cuando pasaba por el club y en realidad no lo tomábamos en serio para nuestras quinielas. Lo habían molido a palos en Zagreb y lo habían dejado morir en el parque de Zrinjevac.
Esa última frase es uno de esos mordiscos, uno de esos pinchazos de los que nos advierte la portada. Está escrita con la falta de maquillaje que caracteriza a todos y cada uno de los relatos de Malkoč, asegurándose de que te remuerda la conciencia por haber leído el resto con una sonrisa en la boca. Como bien retrata este fragmento, la traducción de Fernanda Garrido y Tihomir Pištelek es impecable, con todo el mérito del mundo, además, por haber sabido captar el tono coloquial de la narración sin perder un ápice de crudeza y comicidad.
No es recomendable leer El cementerio de los reyes menores de un tirón. Los relatos a menudo son difíciles de digerir, y la colección es larga (23 cortes), por lo que se hace un poco cuesta arriba. No obstante, les recomiendo encarecidamente -si tienen estómago, claro- que se asomen al universo de Malkoč poquito a poco, con calma. Dense una vuelta con pies de plomo por sus mugrientos tugurios, sus campos minados y sus pueblos derruidos. Si quieren un consejo, es en los relatos más cortos con mayores niveles de absurdo donde Malkoč luce en todo su esplendor. Y pude haber sido el rey, Arrancamos los ojos, Cuando yo era la abuela Pila, muerta, y en los mejores años, Discusión ornitológica y El bestiario de Celentano son, a mi entender, joyas de valor incalculable. Pero eso sí, más raras que un perro verde.