Revista Diario

Zu: el dolor de las mentiras

Por Zulema @MamaEsBloguera

Zu: El dolor de las mentiras

Hace un tiempo, será cosa de tres o cuatro meses en casa sucedió algo inesperado con mi mayor. Algo que nunca antes había sucedido y que despertó mis alarmas de madre, que me decía que algo estaba empezando a fallar y tenía que buscar una solución para que no se repitiese, y para que A. entendiese a la perfección el mensaje que yo tenía en ese momento en mi cabeza.

Supongo que debe ser por la edad, que ya empieza a ser una etapa un pelín más compleja ya que una pequeña parte de la infancia va quedando atrás para dar paso a esa preadolescencia que tanto me aterra. Aunque aún es una niña, y en el fondo me temo que a mis ojos siempre lo será.

Ya hace un tiempo que A. como “mayor” puede ir a comprar al super que está junto a casa. Para ella fue una gran paso en su pequeña independencia, para valorar un poco más que ya es algo más mayor, y es algo que le encanta… ¿ a quién no le gustó sentirse mayor siendo aún un niño, verdad?

Pues una de estas tardes en que nos quedamos en casa A. fue a comprar, ya no recuerdo ni el qué… la cosa es que al volver, le faltaba dinero del cambio, como un euro. Yo como soy una maniática de revisar siempre facturas y tickets de la compra pues me di cuenta y se lo comenté.

A. me aseguraba que ella no sabía nada, aunque yo por la cara que estaba poniendo ya sabía que me mentía. Así que le insistí, y cuando por tres veces me aseguraba no saber nada del tema le dije que muy bien, que me acompañara al supermercado para avisar a la cajera de que se había equivocado y le había devuelto de menos. Su cara en ese momento se hizo un poema. Yo obviamente ya sabía lo que había pasado pero no lo mencioné, quería que fuese ella la que lo dijese (me gusta que mis hijos acepten y asimilen que han cometido un error) así que empecé a preguntarle si estaba bien, que su cara le había cambiado. Acepto que aquí se puede decir que “abusé” un pelín de nuestra confianza, de conocerla tan bien, para conseguir que confesase su pequeño delito. Y como la conozco tan bien como que la parí yo, sabía que terminaría confesándolo.

Al contarme que efectivamente no le habían devuelto de menos, sino que se comió unas chuches por el camino, tuve sentimientos encontrados; por un lado mi enfado ante lo que había hecho, por otro el desconcierto de que no me lo hubiese pedido y lo hubiese cogido sin más, pero sin duda lo que más me preocupaba sobre todo, fue que al preguntarle me mintiera. Así que como realmente yo ni sabía bien lo que sentía, y ella también se sentía un poco agobiada en ese momento por lo que había hecho, decidí que nos daríamos un ratito de reflexión para pensar bien en lo sucedido y después charlar de una forma tranquila.

Pasamos como una hora, donde sinceramente y a pesar de poder caer en el término de mala madre, me alegré de verla triste. Y no quiero decir que me alegre por la tristeza de mi hija, porque para nada es así, pero sí me alegré de poder ver que mi hija sabía que eso no se debia hacer, que había cometido un error y que no lo veía como algo normal.

Después del tiempo de reflexión, no hice más que hablar con ella. Explicarle la gravedad de lo que había hecho con todas sus letras, robar. Quería que comprendiese que no se puede hacer eso sin permiso, ya sea de mamá, de papá, o de la persona que sea, no está bien hecho. Y dimos paso al tema de la confianza. Le expliqué claramente que yo necesito confiar en ella, que necesito saber que cuando le pregunto por algo y me dice que ella no sabe nada o que ella no ha sido, yo necesito saber que es verdad. Y necesito sobre todo saber que tiene la confianza suficiente para no mentirme y contarme sus errores.

Aunque parece una conversación un poco dura para una niña de diez años, he de decir que me alegro muchísimo de haberla tenido. Porque mi hija entendió perfectamente lo que yo le queria transmitir, entendió que no se trataba de ese euro insignificante sino que era algo que iba mucho más allá entre las dos, y al ver esto yo sentí que no habíamos perdido nada con lo que había hecho, sino que habíamos vuelto a ganar un montón entre las dos.

He de decir que hasta el día de hoy jamás ha repetido un acto así, y aunque no quiero ni me gusta cantar victoria hasta el día de hoy puedo decir que esa conversación dio sus frutos y cumplió el fin que tenía y mucho más.


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