Nada mejor que esta inmersión en la realidad sudafricana, tras la reciente muerte de Nelson Mandela (personaje que verá próximamente estrenar una película basada en su autobiografía, Long Walk to Freedom, con Idris Elba impecable como protagonista). Frente al discurso triunfalista de reconciliación y perdón, Zulu se aventura en lo que no se ve, y por supuesto, no se comenta.Cuando en 2008 Caryl Ferey publicó esta negrísima novela, imaginé que no tardaría en encontrar pretendientes a su derecho de adaptación. Utilizando la clásica estructura de la pareja de contrarios-complementarios (en este caso, dos policías: uno de origen zulu, y el otro blanco), que en el curso de una investigación se enfrentarán a los demonios de su propio pasado, el autor dinamitaba todo el repetido storytelling de una reconciliación nacional, vendida como un éxito indiscutible.Jérôme Salle se ha encargada se trasladar a la pantalla el espíritu y la fuerza dramática de esta historia. Dirigida correctamente, la sorpresa y el acierto ha sido el casting de los protagonistas. Forest Whitaker, uno de los pocos actores que siempre mantiene la barra de calidad muy alta y, Orlando Bloom, decidido a dejar caer los anillos, y todo lo demás, para que dejen de encasillarle en papeles de duendes verdes u otros colores imposibles. La química funcionan entre la pareja protagonista y Orlando Bloom se mete en la piel de un policía depresivo, alcohólico, errante en sus búsquedas nocturnas para combatir la soledad y resacoso a la mañana siguiente, pasando con elegancia de las orejas puntiagudas de sus anteriores trabajos a las profundas ojeras de éste.Rodada en Sudáfrica con un equipo, prácticamente en su totalidad, local, la película cuenta con un atractivo añadido. La musicalidad de los acentos de todos los actores (impresionante en versión original) y la maestría de uno de los maestros de las partituras cinematográficas de la actualidad, Alexandre Desplat. Una interesante muestra de la vitalidad del cine negro para levantar ampollas dolorosas, sutiles radiografías de un país que aún no ha curado sus heridas y disecciones inteligentes del perdón y la reconciliación. De la historia universal a la particular: si la sociedad sudafricana aún arrastra problemas, los protagonistas lo tienen aún peor, porque lo más complicado es perdonarse a sí mismo.