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Zurbarán. El pintor del misticismo

Publicado el 01 junio 2011 por Santosdominguez @LecturaLectores
Zurbarán. El pintor del misticismo
Cees Nooteboom.
Zurbarán.
El pintor del misticismo.

Traducción de María Condor.
Siruela. La Biblioteca Azul / Serie mayor.
Madrid, 2011.
The Sacred Made Real se titulaba la exposición de pintura española del Siglo de Oro que está en el origen de este Zurbarán. El pintor del misticismo, de Cees Nooteboom.
Aquella muestra se expuso en la National Gallery, en pleno centro de Londres. Pero –recuerda Nooteboom- quien entraba en las salas se olvidaba del tráfago de Trafalgar Square y se sumergía en el silencio de un tiempo sin tiempo, en un lugar profundo habitado por rostros, cuerpos y objetos de los que emanaba un silencio que, como los rostros de estos cuadros, no es de este mundo.
Noteboom, un escritor de talento y sensibilidad inusuales, conecta la pintura de Zurbarán con la mística española de los siglos XVI y XVII. Porque Zurbarán nació en 1598, cuando moría Felipe II y aquella España imperial en decadencia se encerraba cada vez más en sí misma, en la renuncia y en la espiritualidad.
Es lo sagrado hecho realidad (The Sacred Made Real), una de las claves fundamentales del pensamiento barroco y la actitud desengañada del discreto, y el motor de muchas de sus manifestaciones artísticas, desde el teatro y la imaginería a la poesía o la pintura.
Fue un tiempo complejo y contradictorio, lleno de claroscuros tenebristas, de pliegues y matices cromáticos como los de los hábitos de los frailes de Zurbarán, un tiempo resumido en la profundidad tridimensional de sus naturalezas muertas o sus crucificados.
Zurbarán se había formado como pintor en Sevilla, la capital del barroco español, y allí, como Velázquez o Murillo, desarrolló buena parte de su carrera artística. Su mundo plástico, recogido en las cincuenta espléndidas reproducciones que ha seleccionado Cees Nooteboom para esta honda e intensa aproximación a la pintura de Zurbarán que publica Siruela, es el del contraste barroco.
Un barroco que combinaba teatralidad y recogimiento, el mundo superior y el terrenal, lo cotidiano y lo sagrado, la espiritualidad y los humildes cacharros de barro.
La biografía de Zurbarán es la de un hombre discreto y silencioso. Ese mismo silencio es el que emana de sus cuadros mudos. Y es que si Velázquez pintó el aire, Zurbarán pintó el silencio suspendido de los cuerpos o de las cosas, iluminados siempre por una luz que viene de arriba.
Solamente un hombre modesto y meditativo, como indudablemente fue Zurbarán, pudo pintar así el silencio inabordable que emana de las cosas en sí, escribe Cees Nooteboom.
Zurbarán es, en palabras de Nooteboom, el pintor de lo indescriptible. Por eso de la contemplación de su pintura parece surgir un enigma y quizá, como reconoce el ensayista, no es posible acercarse más a un enigma.
Santos Domínguez

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