Revista Opinión

Con Jaume II vivíamos mejor (V)

Publicado el 28 marzo 2013 por Eowyndecamelot

(viene de) -Bueno –arguyó Isabel con sabia resignación-, lo importante es que está vivo: al menos de la locura se puede sanar.

En aquel momento, uno de los caballeros se quedó atrás a propósito para cabalgar en paralelo a mí. Le reconocí en seguida: era uno de los integrantes de la tropa original de Guillaume, aquellos fieles hermanos que conocí en Siria y con los que tuve oportunidad de hablar en la embarcación que nos condujo hasta Chipre, que le siguieron incluso en su traición y que, según me contó, habían sido reintegrados también a la Orden y ahora se hallaban desperdigados por diversas encomiendas.

-Me alegro de volver a verte, Eowyn –dijo con ligero acento del Sur de la península-. ¿Me recuerdas?

Yo miré su barba algo más recortada que antaño, y los mechones de cabellos que se escapaban de su yelmo, ligeramente más largos que lo que requería la Orden y que recordaba siempre un poco grasientos, aunque me constaba que se bañaba regularmente. Se trataba de un caballero procedente de Sevilla, de la misma edad que Guillaume y tal vez su mejor amigo después de aquel al que engañó y robó, por muy honorables que hubieran acabado siendo esas acciones, cosa que de la que yo aún dudaba. Pero la política hace extraños compañeros de cama, y el afán poder aún más, y un buen ejemplo lo tenéis en los que ha sucedido en los primeros años de la década de 2010 en los partidos comunistas de Andalucía y Cataluña. Ahora te has deslizado hasta la primera posición, pensé tristemente

-Claro que sí, Gonzalo –él me dirigió una sonrisa de dientes sanos, aunque grandes y demasiado prominentes-. Yo también me alegro.

Me miraba expectante con sus ojos algo saltones: estaba claro que deseaba decirme algo, y al final lo hizo.

-Tienes que seguirle la corriente en todo –me advirtió-. Te lo digo por tu bien.

-Pero ¿tan peligroso es? –le interrogué, espantada.

Me miró con humor.

-No, hombre, no. ¿Creías que había enloquecido Tal vez haya estado cerca de ello en algunos momentos, pero puedo asegurarte que está perfectamente cuerdo…

-¿… y entonces?

-Lo que sucede es que debido a las circunstancia ha tenido que cambiar la historia que te servía como excusa para entrar en Gardeny.

Vaya. Otro conjurado de la plana menor. A este paso lo difícil no iba a ser guardar el secreto, sino encontrar a alguien que no lo conociera.

-Curiosamente, yo tuve que hacer lo mismo. Pero ¿quieres decir que fue por culpa de…?

-¿Tu desaparición? –terminó él-. Sí, exactamente por eso.

¿Por qué se empeñaban en llamarla desaparición? ¿Es que no eran capaces de entender nada?

-Cuéntamelo todo –supliqué-. Yo te explicaré asimismo todo lo que precises saber.

-Bueno –comenzó él-. Todo empezó cuando Guillaume llegó a Gardeny esperando que le estuvieras aguardando allí. Había tenido un encuentro indeseable en Barcelona, estaba herido, aunque levemente, y eso le había retrasado. Cuál no fue su sorpresa, y su preocupación, cuando no te encontró. Nadie sabía nada de su supuesto criado, y los días iban pasando, hasta que decidió enviar mensajeros a las encomiendas del camino donde se suponía que habías tenido que pernoctar para ver si en alguna sabían darle noticias tuyas. La respuesta no fue de su agrado: el último lugar donde te vieron fue Miravet, y de ello hacía varias semanas.

El último párrafo había sido pronunciado casi sin respirar, atendiendo a mi interés y a mi desconcierto, así que tuvo que detenerse para recuperar resuello.

-Yo intenté tranquilizarle –continuó-. Le recordé que eras famosa por tu indisciplina y por tu individualismo. Pero él no atendía a razones. Así que convocó a unos cuantos caballeros, yo entre ellos, y salió en tu busca. Y como no era razonable que se preocupara tanto de un sirviente, tuvo que explicarle al comendador que en realidad el susodicho venía a traerle nuevas de su prima, que viajaba desde Perpignan para visitarle y pedirle consejo acerca de un matrimonio no deseado, y que la ausencia de ambos no presagiaba nada bueno.

Yo estaba admirada y hasta divertida. Qué despliegue imaginativo, por Dios. Ni Chrétien de Troyes con el Libro del Graal. Guillaume había equivocado su vocación, sin duda alguna.

-Así que se puso en marcha. Prácticamente esa pequeña encomienda de donde procede el hermano Guifré era el único lugar que nos faltaba por visitar, después de varios días de búsqueda. Y aquí fue donde la Providencia quiso que te halláramos. Los exabruptos de Guillaume se deben a la preocupación que había sufrido por tu ausencia. No se lo tengas en cuenta.

Bueno, al menos era una explicación. Ahora entendía por qué se había dirigido a mí en la lengua de Oil.

-Déjame adivinar. ¿Ermengarda es el nombre de su prima?

-Ermengarde, en realidad. Sí. Aunque también podía haberte rebautizado con un nombre más bonito. ¡Tiene muchas más primas donde escoger!

Yo reí de buena gana: la verdad es que Gonzalo, como buen andaluz, era, o en su caso al menos pretendía ser, divertido. Conocía la razón por la que Guillaume había elegido aquel nombre tan particularmente horrendo para mí: venganza. De todos modos, me alegraba saber que su coartada coincidía con la mía. Así Guifré, que no estaba en el secreto aunque comenzaba a barruntarse que le ocultábamos algo, sospecharía menos.

-Pero hay algo que no entiendo –intervine-. ¿Acaso no llegó un mensajero avisándole de dónde me hallaba, amén de que me estaba recuperando de una herida y de que tardaría en llegar?

Gonzalo me miró con preocupación y extrañeza.

-Nada sabíamos de eso. No te habríamos dejado sola de haberlo sabido. ¿Quién envió a ese mensajero? No fuiste tú, ¿verdad? Porque te habrías extrañado de no tener respuesta.

La indignación volvía a apoderarse de mí, pero esta vez el destinatario no era Guillaume, sino otro miembro de su orden. Yo no entendía nada. En mi vida, últimamente todos los enemigos (o casi todos) acababan convirtiéndose, por numerosas extrañas razones, en amigos, pero al mismo tiempo los partidarios parecían trocarse en adversarios. ¿Qué estaba pasando? ¿En quién podía confiar? ¿Por qué todos parecían manipularme, usarme como un peón para sus partidas de ajedrez particulares? Me sentía como si habitara en cierta conocida sede de la calle Génova de Madrid.

-Es una historia muy larga y complicada, y tendría que ponerte en antecedentes de cosas antiguas que quizá –aunque no lo tenía muy claro- desconozcas. Te informaré, te lo prometo. Pero creo que antes debería saberlo Guillaume.

-Estoy de acuerdo –respondió Gonzalo, con el rostro repentinamente grave. Volvió la mirada hacia mí y me hizo una especie de confesión-. Eowyn, antes de continuar hay que algo que deseo decirte: sé que no confías en mí y quizá te causa dudas pensar en por qué seguí a Guillaume aquel día. Pero quiero que sepas que, aunque haya muchas cosas en él que te resultan extrañas, puedes estar segura de que es un hombre íntegro. A pesar de sus ocasionales tentaciones hacia el poder y la riqueza. Yo creo en él, incluso cuando no puede contármelo todo. Por eso marché en pos de él entonces, a pesar de lo que arriesgaba, y por eso le seguiría ahora a cualquier misión suicida. Sin la menor vacilación.

Desde luego, no se podía negar que Guillaume era amado por los suyos. Y supuestamente eso debería de ser un punto a su favor. Mi pregunta era ¿la inquebrantable adhesión que había concitado era la de Chávez? (En mi último viaje al siglo XXI, el mandatario venezolano acababa de morir. Dos personas en quienes confío y que trabajarán estrechamente con él lo calificaron como un hombre bueno. Nada más que eso. Y nada menos. Su funeral fue un baño de las multitudes más humildes del país latinoamericano. Eso para mí es una garantía). ¿O tendría que conjeturarle como a un vil manipulador de las voluntades de su pueblo, como a Hitler, que por cierto también era idolatrado? Y, por último pero no menos importante, ¿no me estaba engañando yo misma al considerar los dos casos tan diferentes? En cualquier caso, yo sabía que eso era exactamente lo que necesitaba Guillaume: su debilidad era sentirse respetado, admirado, amado… Si esto fallaba, podía llegar a caer en la depresión más honda.

Pero yo me sentía apesadumbrada por más motivos. “Mi indisciplina y mi individualismo”, las había llamado Gonzalo. ¿Era así como me veían los demás? ¿Era así como era yo en realidad?  ¿Realmente la misión estaba arruinada por mi culpa? Me he demorado demasiado en la casa disfrutando de las atenciones de Isabel y de la amabilidad de esos monjes, y he tardado en ponerme en marcha, cosa que habría tenido que hacer mucho antes aunque fuera  arrastrándome por los suelos. Yo tenía un compromiso, y con mucha o poca fe a él me he entregado, y eso habría debido  ser sagrado. He vuelto a fallar, y no sin consecuencias. ¿Quién les mandaba a los Ocho confiar en mí? ¿Y a mí aceptar? Tendrían que haber sabido con quién se la estaban jugando. Y yo debería haberme conocido a mí misma mejor. Gonzalo vio el cambio en mi expresión y adivinó.

-Eowyn, puedes dejar de preocuparte. La misión no está arruinada, ni mucho menos. Habrá que hacer algunos cambios, eso es todo. Y en cualquier caso, no ha sido tu culpa. No hay más que ver cómo te mueves, en comparación a cómo lo hacías, para comprender que te hirieron gravemente. No puedes acusarte de nada.

Aquellas palabras me levantaron el ánimo. Le dirigí una mirada de agradecimiento.

-Gracias –le dije con voz cálida-. Y gracias también por molestarte en salir en mi búsqueda.

-No hay de qué darlas -respondió él, jocoso-. Después de todo, aquí ya no hay nada que hacer desde que reconquistamos estos territorios –hubo de pronto un eco amargo en su voz–.  Difícil es encontrar en estos días algo por lo que luchar. Y aunque lo hubiera,  ya sabes cómo va esto: en esta Orden nunca te envían adonde quieres ir.

Era extraño que dijera aquello: las desigualdades existían, demasiado, y un conjurado de la plana menor debía de saberlo. Me imaginé que lo sucedía era que estaba demasiado acostumbrado a repartir estocadas entre los sarracenos y la inactividad castrense le aburría: a veces yo siento lo mismo. Pero no indagué más al respecto porque otro de los caballeros le reclamó, y Gonzalo arrancó a trotar hacia él, no sin antes despedirse con un sonriente ademán dejándome sola con mis preguntas sin responder, mis dudas y mis conflictos internos, aparte de una terrible sensación de injusticia, tal como si tuviera mis ahorros encerrados en un banco de Chipre por culpa de un sistema que ya no necesita ni excusas ni justificaciones para robar al pobre para dárselo al rico.

Durante un segundo me invadió la terrible sospecha de si no me hallaba más tranquila cuando pensaba que Guillaume estaba muerto. (continuará)


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