Revista Opinión

Con Jaume II vivíamos mejor (X)

Publicado el 15 abril 2013 por Eowyndecamelot

(viene de) A veces me sobrecoge pensar en los numerosos y surtidos miedos a los que nos enfrentamos los seres humanos, y en su ocasional absurdidad: en realidad, normalmente son tan ilógicas las cosas a las que tenemos miedo que aquellas que no tememos. Y tal vez, ambas, aliadas, nos convierten en esclavos. Y a veces, además, en seres rastreros.  Aunque a veces esa cobardía de, por ejemplo, odiar y sentirse amenazado por los diferentes, puede ser considerada por otros cobardes miserable como valor y coraje.

Y para muestra un botón: ante mí tenía un veterano de la última Cruzada que había presenciado los horrores más innombrables en el campo de batalla… y ahí lo tenía yo, aterrado ante una frágil mujer (bueno, no tan frágil: la dama en cuestión, si la distancia no me engañaba, me sacaba por lo menos treinta centímetros de altura; no me habría gustado encontrármela en un callejón oscuro un día en que tuviera ganas de pelea).

-Me siento impotente, Eowyn –me confesó Guillaume abiertamente. Realmente debía de estar bien desesperado para sincerarse así-. Ella no acepta un no por respuesta, y yo… no sé cómo más decírselo. ¿Qué puedo hacer?

Yo le observé con los brazos en jarras.

-Pues solo te queda una: actuar como lo has hecho en toda tu vida de soldado y enfrentarte a este problema con valor y la lanza enhiesta –me lanzó una mirada sorprendida y algo escandalizada, y yo comprendí-. No es ese tipo de metáfora el que estaba utilizando, malpensado.

Él echó una mirada a su alrededor, como tratando de inspirarse en la búsqueda de una idea genial, pero al final se encogió de hombros con resignación.

-Tienes razón. No hay otra salida. Lo haré en cuanto llegue el momento. Sabes, me pareció tan hermosa… Solo he visto una mujer más bella en mi vida –fijó sus ojos en mí con intención y yo resoplé, cansada de aquella pantomima- pero Blanca era, desde luego, mucho más accesible. Supongo que, como tú dices, el poder y riquezas de su familia, y la libertad de la que parecía gozar gracias a su padre, contribuyeron bastante. Pero comprendí que aquello no me servía. Detrás de su lindo aspecto, no había nada que pudiera entusiasmarme.

-Pues podías haberte enterado antes, y te habrías ahorrado este lío fenomenal con Jaume –regañé yo.

-No puedo  negarte eso. Pero, en cualquier caso, la temo más a ella que al rey…

-… afortunadamente. Pero espero que eso no sea porque seas monárquico. Nada bueno se saca de ellos

-… pero no lo bastante para impedirme seguir donde lo habíamos dejado.

Fruncí los labios y apoyé la mejilla izquierda en mi puño. Solo que no necesité pensar demasiado.

-Bueno, supongo que hasta que ella no te encuentre o tus compañeros se decidan a buscarte aquí tenemos tiempo. Sí, creo que lo más razonable es que sigamos. Anda, vamos al lío.

Sin embargo, no estaba escrito que aquella mañana se materializara nada de ningún tipo de índole parecida a lo que en aquellos momentos tenía en mente, por designios del destino cruel: sería porque aquella no debía de ser la idea de la sexualidad humana que tenía el obispo de Alcalá y Dios me estaba castigando, je je. De pronto, unos golpes atronadores en la puerta de la alcoba nos hicieron dar un respingo.

-Estás profundamente dormida y no puedes oír nada –me susurró Guillaume al oído. Pero el insoportable estruendo se redobló y por si fuera poco, a él se añadió una voz.

-Eowyn, Guillaume, sé que estáis ahí. Por favor, abrid la puerta, es importante.

Yo estaba empezando a echar más humo que el obrero sobreexplotado de una fábrica de tercera.

-Tiene cojones la cosa –me quejé-. Un día que decido hacer algo fuera del guión, y tiene que venir un gilipollas aguafiestas para arruinarlo –y, dirigiéndome al mameluco que había osado venir a perturbarme, exclamé a voz en grito-. ¡Pasa, maldito seas, la puerta está abierta!

En un santiamén Gonzalo se presentó en el umbral, completamente vestido y pertrechado, y dio unos pasos hacia el centro de la estancia sin dejar de mirarnos alternativamente a Guillaume y a mí. Parecía preocupado.

-Disculpad si he interrumpido algo, pero…

-Solo una amena conversación. ¿Qué demonios es eso tan importante? –interrumpió Guillaume, desmintiendo con el tono y el contenido de la segunda parte de su alocución la primera. Gonzalo contestó, haciendo un gesto con la cabeza en dirección a la ventana.

-Supongo que lo habréis visto…

-Hemos tenido eses dudoso placer. No veo la urgencia por ninguna parte. Si Blanca me reclama, decid que es demasiado pronto para visitas corteses, que me hallo en la cama en brazos de una formidable resaca, y que por tanto nos estoy en condiciones de presentarle mis respetos.  Hala, no sé a qué esperas.

-Me temo que no se trata de eso.

Guillaume enarcó una ceja.

-¿Y entonces? ¡Por la Virgen María, habla de una vez!

-Su primera intención fue verte, desde luego. Pero al parecer el comendador logró convencerla de que no era gentil ni honorable semejante pretensión, al menos hasta que haber roto el ayuno nocturno y esperado hasta una hora más prudencial. Cuando Blanca convino a ello, me instó a acompañarla a sus propios aposentos, y de camino ella me dijo que corriera a buscarte, Eowyn.

A Guillaume se le descompuso el gesto.

-Pero ¿se puede saber por qué quiere verla?

Yo intervine.

-Espera, Guillaume, yo me encargo –y dirigiéndome a Gonzalo-. Pero ¿se puede saber por qué quiere verme? –entonces caí en la cuenta-. Bueno, quiero decir por qué quiere ver a Ermengarda.

Gonzalo negó con la cabeza.

-Ella no habló de Ermengarda en ningún momento. Fue tu propio nombre el que pronunció.

Guillaume me miró con franca inquietud.

-No imaginé ni en la peor de mis pesadillas que los espías del Rey pudieran ser tan hábiles. Los tenía por bastante inútiles. O quizá ella tenga también los suyos propios. Eowyn, no sabes cuánto lamento haberte metido en este lío. Pero que me queme en el infierno sobre mil hogueras si no te quito de encima a esa arpía antes de que vuelva a caer la noche.

Acepté las disculpas del hermano. Después de todo, no tenía la culpa de tener el cerebro situado en un lugar de su anatomía que en absoluto era el cráneo. Dios, o más bien el demonio, así lo había creado, como a buena parte de los de su género.

-En cualquier caso, no tomemos decisiones precipitadas –reflexioné-. Cabe la posibilidad que solo desee una confidente para sus delirios románticos. Lo mejor será que me prepare convenientemente para tan excelsa visita; así que, caballeros, retiraos, que no quisiera trastornar vuestras castas mentes. Tú también, Guillaume.


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