Revista Opinión

No eran los políticos, era el sistema

Publicado el 14 julio 2013 por Eowyndecamelot

Hemos vivido muchos años presos del miedo. No del miedo a sufrir ni a sentir dolor, que sería comprensible: hace mucho que exportamos la crueldad de nuestras guerras al tercer mundo. Nuestro miedo era mucho más pusilánime pues se centraba en la pérdida de la tranquilidad que da la ignorancia y de la comodidad que conceden los caprichos consumistas, y también mucho más indigno, pues se convirtió en cómplice de los manejos del sistema. Es cierto, he de reconocerlo, la tentación de cambiar el libro por el circo, el tópico por el análisis, puede ser fuerte cuando te sientes cansado, perdido o fracasado, pero eso no nos exculpa de haber caído en ella. Cerramos los ojos. Nos tragamos todas las cucharadas de mierda envenenada que nos sirvieron. Fuimos ignorantes, superficiales, categóricos, y ante la corrupción y la crisis repetimos como marionetas: ”Hemos vivido por encima de nuestras posibilidades” o “Es que hay demasiados inmigrantes”.

Y de pronto, todo pareció cambiar: tanto en el ámbito español como en el internacional, cayeron las bambalinas del teatro y las miserias de la tramoya salieron a la luz: Wikileaks, Greg Smith, Snowden, Urdangarín, Bárcenas, corrupción en la Generalitat de CiU, financiación ilegal del PP… Se escucha el clamor general en los centros de trabajo, en las escuelas, en los mercados, aparte de, naturalmente, en las redes sociales.  Surge el 15-M. La PAH. Diversas plataformas constituyentes. Y solo por poner un par de ejemplos. Los gobiernos y sus esbirros de los cuerpos y fuerzas de Inseguridad del Estado se ven obligados a apartar la careta democrática para ponernos a tono. Empezamos a comprender que la Transición no fue modélica ni la Monarquía nuestra salvadora.

Pero ¿hasta qué punto hemos abierto los ojos? Me inquieta pensar que podemos salir de una impostura generalizada para meternos en otra aún más global. Tantos años de mentiras, tantas náuseas frente a las desfachatados embustes de los telenoticias, me han llevado a la incredulidad más absoluta, y ahora que parece que incluso los integrantes del sistema se vuelven contra la teta que les dio de mamar, me resisto a ser tan ingenua para no cuestionarlo y a quedarme con la benéfica sensación de que en realidad existe bondad intrínseca en el ser humano, comienza la anunciada destrucción del sistema o eso es lo que tiene poner a inútiles en el poder. Pero lo que más me preocupa es que la respuesta a este despertar sea una indignación sin ideología subyacente, un simple desahogo egoísta no dirigido contra el sistema sino contra las carencias personales, y que no persiga más que cambiar los representantes del orden mundial por otros diferentes, aunque quizá no mejores. Eso si realmente existe. Si es suficientemente multitudinaria. Contundente. Efectiva.

Y me pregunto qué sucederá al día siguiente de nuestra hipotética revolución. Quién vendrá a sustituir a la caterva de inútiles, patéticos, cobardes e indignos dirigentes del PP, que al menos cuando se lanzan a la corrupción y al desmonte del Estado del Bienestar no hacen más que seguir las directrices de su programa, lleno de premisas clasistas e insolidarias. Tal vez sea el PSOE, verdadero nido de traidores a su propia ideología, en principio más social aunque ello no les haya impedido allanar el camino a los más severos atentados contra los ciudadanos. O tal vez IU, salpicada de alianzas contranatura y apoyos a leyes más que discutibles en los últimos años, y lastrada por su desunión interna. Probablemente no tenga importancia. Y no porque todos los políticos sean iguales, afirmación tan precipitada y peligrosa como cualquiera de las que nuestra estupidez y nuestra inanidad nos hace pronunciar: todos conocemos ejemplos que nos recuerdan que no es así. Es porque el sistema sí que es igual, muy igual, a sí mismo. Y porque nosotros somos previsibles. Y porque siempre existirán hombres de arena que ayuden a nuestros ojos a cerrarse.

Si no los abrimos de una forma completamente irreversible: tomando las riendas de nuestra vida y de nuestro país día a día.


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