Revista Opinión

Un nuevo comienzo (¿fragmento adecuado para dar la bienvenida al 2010?)

Publicado el 30 diciembre 2009 por Eowyndecamelot
Se trataba de una gran extensión de tierra yerma donde sólo habían florecido los frutos de la industria; atravesado por una autopista, de la que lo separaban un par de polvorientos muros de cemento, el territorio de aquel polígono industrial parecía unir la montaña y la mar de Badalona, como si las desmanteladas fábricas procedentes de la crisis de la década de 1980, y las otras, las que no tardarían en ser también desmanteladas por exigencias del mercado, constituyeran una erupción necrótica en el cuerpo de la ciudad milenaria, antes glosada en cantares. Y sin embargo, aquel lugar sin sombra cocido por el sol del incipiente verano, aquel lugar mecido por el viento que producían los coches en lanzarse a toda la velocidad posible hacia el Norte y acunado por el sordo ritmo de los engranajes, aquel lugar que estallaba de la paz de las puertas cerradas y las calles vacías, podía significar para algunos el paraíso: un pequeño paraíso-isla rodeado de un mar de infiernos.
Ella surgió a la carrera de la estación de ferrocarriles, y recorrió veloz los numerosos metros que la separaban del edificio de oficinas adonde se dirigía, preguntándose mentalmente por enésima vez si no se había equivocado en tomar la dirección y si realmente estaba circulando por el camino correcto: el polígono la despistaba como un desierto sin espejismos, lleno de dunas-naves industriales. Dobló, sin embargo, una esquina, y la visión de la considerable mole del edificio Coca-Cola (era llamado así por el descomunal y desfasado letrero luminoso de la controvertida marca de bebidas refrescantes que adornaba su techo) vino a recompensar sus desvelos. Respiró hondo; pintada de un marrón jaspeado claro, era una típica construcción de oficinas ochentista, con doce plantas, pero vio con optimismo sus grandes ventanales que, pensó, proporcionarían una agradable luminosidad a sus trabajadores. La célula fotoeléctrica de la puerta acristalada le envió a ésta la orden de abrirse automáticamente, al detectar su presencia.
Atravesó un vestíbulo amplio y cuadrado, alicatado con baldosas beis y doradas, saludó a la guardia de seguridad y la dejó a su izquierda, tras un mostrador, para doblar hacia un segundo distribuidor donde se hallaban los ascensores. Cogió el primero que llegó a la planta baja y subió hasta la tercera, dando, inadvertidamente, pequeños saltitos para controlar sus nervios. El aparato la dejó en un distribuidor idéntico al que acaba de dejar, donde la pared que correspondería a de la puerta de entrada estaba ocupada por un gran ventanal cubierto con una persiana de láminas; a la izquierda de los ascensores, un pasillo se hundía en las profundidades del edificio, jalonado, a un lado y al otro, por puertas que conducían a oficinas.
Al fondo, enfrente de ella, la marcada con el número cinco, y que ostentaba el logo de la empresa Garden Disseny, era su destino. Gracias a la velocidad con la que se había desplazado, había conseguido llegar a su primer día de trabajo con quince minutos de adelanto. Pero alguien había llegado antes que ella.
Se volvió al escuchar el ruido de sus pasos. Era menuda y de figura levemente redondeada. Ella se fijó en que su pelo estaba reseco por un moldeado mal aplicado y unas mechas rubias poco favorecedoras, y pensó que alguien tendría que aconsejarla mejor sobre su peinado. Llevaba gafas de miope y la elección de su vestuario no correspondía a ningún criterio ni de moda ni de estética: parecía que sencillamente había abierto su armario y había echado mano de lo que tenía más al alcance. Y aún así…
Y aún así algo brillaba en ella. Algo en ella brillaba con un destello oscuro.
La recién llegada no solía ser intransigente con las personas, y menos en la primera impresión: al contrario, la gente siempre le resultaba agradable de entrada, y así continuaban si no cometían nada ilegal o inmoral, al menos a sus ojos. Así es que sonrió con gusto y se dispuso a saludar, cordial y sinceramente, a la que sería su compañera en aquel nuevo empleo, con esa conmovedora inocencia que nos concede nuestra incapacidad por representarnos el futuro...
('Rostros lejanos', fragmento del segundo capítulo).

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