Aunque he ido comentando algunas cosas sobre mis vecinos alemanes en el blog y en redes sociales, me apetecía mucho dedicarles un post entero. Porque si me he sentido querida y acogida en este país ha sido, en gran medida, gracias a ellos.
En nuestra primera casa, ya hicimos amistad con Frau P. una señora mayor, que vivía sola, justo debajo de nosotros. Por aquel entonces mi alemán era prácticamente nulo y el de mi chico, tampoco era demasiado fluido. Así que, nos limitábamos a preguntarle qué tal se encontraba e intercambiar algunas opiniones sobre el tiempo.
No sé si en toda Alemania el trato entre vecinos será igual o dependerá un poco de cada persona. Pero en esa primera casa tuvimos que hacer un montón de compras online. Al igual que en España, esperábamos encontrar el típico papel diciendo aquello de "por no encontrarse en su domicilio, puede recoger el paquete en tal estación de correos", junto con información sobre la ubicación y los horarios. No fue así. En ocasiones, el paquete estaba en las escaleras, justo antes de acceder a nuestra vivienda. Otras, teníamos ese papelito, aunque indicando que la caja la había recogido Frau P.
Al no conocer todas las normas de convivencia entre vecinos alemanes, nos sentimos un poco avergonzados pensando que, tal vez, estábamos dándole una tarea extra y no deseada a nuestra nueva vecina. Por eso, el primer día que timbramos en su casa para recoger el paquete, nos preparamos algunas frases en alemán para disculparnos y agradecerle que se hubiera hecho cargo del envío. Sin quererlo, esta situación se dio varias veces más y ella, en lugar de enfadarse, se mostraba feliz de podernos echar una mano.
Así que, cuando llegó la hora de mudarnos a una nueva casa, quisimos tener un detalle con ella. Le regalamos una botella de vino y le dimos las gracias una vez más por su ayuda. Ella se emocionó y nos dijo que era una pena que nos marcháramos. A la mañana siguiente, encontramos una postal en nuestra puerta, mecanografiada, con un texto en español que nos deseaba lo mejor. Nos conmovió que, aquella vecina a la que apenas conocíamos, se hubiera tomado la molestia de escribirnos unas frases en nuestro idioma para despedirse.
Aquello fue sólo el comienzo.
En la nueva casa
Siempre pensamos que aquella primera vivienda sería temporal y, durante los meses que residimos en ella, hicimos una búsqueda diaria del piso perfecto. Hasta que, un día, lo encontramos.
Se trataba de una casa tranquila, en el barrio de Kreuzviertel, rodeada de zonas verdes y Altbauhaus. Después de pasar por los trámites pertinentes, firmamos el contrato de alquiler y comenzamos a hacer planes.
La primera vez que fuimos, para tomar medidas exactas y limpiar un poco, nos encontramos con una botella de vino adornada y una tarjeta en la que el Hausmeister H. y su esposa B. nos daban su Herzliche Willkommen. Nos pareció un detallazo y comenzamos a pensar que, quizás, los alemanes no eran esas personas frías y distantes que nos habían "vendido" en España.
Una vez instalados, H. nos timbró para comentarnos que querían organizarnos una fiesta de bienvenida. No salíamos de nuestro asombro y no entendíamos exactamente por qué querían agasajarnos. En algunos blogs y foros he leído que los alemanes son un poco cotillas y puede que, en gran medida, aquella fiesta estuviera enfocada a conocer quiénes eran sus nuevos vecinos. Tampoco me parece una mala idea. Al fin y al cabo, vamos a convivir y compartir tiempo juntos así que, ¿por qué no ponernos cara y saber un poco más de todos? Aquella velada fue realmente acogedora y nos hizo sentir queridos e integrados. Pero no fue el único gesto cariñoso que han tenido con nosotros y con el resto de inquilinos.
En la puerta contigua a la nuestra, vivía una señora mayor con algunos problemas de salud. Tanto B. como otra vecina, I., acostumbraban a dejarle en un taburete, que había colocado para ella en el descansillo, tuppers con comida, fruta cortada, el periódico o pan recién comprado. Cuando fue su cumpleaños, H. nos avisó para que pasaramos a felicitarla ya que, para ella, era una fecha muy importante y no tenía familia que pudiera visitarla ese día. Todos estuvimos un rato en su casa, con algunos dulces y regalos.
Aunque S. no siempre era tierna. En este edificio, la limpieza de las zonas comunes está repartida entre todos. De tal manera que, cada 15 días, cada vecino se encarga de acondicionar las escaleras y, cada 6 meses, el Keller y el trastero. Como mucha otra gente de su edad S. estaba un poco obsesionada con lo de pasar la fregona y, cuando me tocaba hacerlo, me llamaba a la puerta para recordarme mi obligación. He de reconocer que, a veces, me molestaba un poco. Sobre todo, cuando se mostraba beligerante. Pero, generalmente, era una oportunidad para que charláramos un poco o nos tomáramos un café juntas. Por eso, cuando el año pasado nos dijo que se trasladaba a una residencia, nos dio muchísima pena.
Unos meses antes, una familia con niños que vivía en el bajo también se mudó. De manera que, cuando llegaron los nuevos inquilinos, se organizaron sendas fiestas de recepción. Además, con dos de ellos, una pareja de nuestra edad, H. y B. prepararon una Fondue privada para que pudiéramos hablar más tranquilos y establecer lazos entre nosotros. Acababan de tener una peque y no conocían a gente en la ciudad. Para seguir con el buen clima que había hasta entonces, se aprovechó la llegada de la recién nacida para comprarles un regalo y una tarjeta firmada. No esperaba menos de ellos.
Comida y tradiciones
Cuando les comunicamos que íbamos a casarnos en Münster, muchos vecinos se mostraron insistentes en conocer la fecha y la hora. No sabía muy bien el porqué de ese interés. Hasta que llegamos a casa, después de la ceremonia, y nos encontramos la puerta decorada, con un pequeño regalo, y un dibujo de una pareja montando en bici con palabras en español y alemán que nos animaban en nuestro nueva etapa. Para corresponderles, días después organizamos un Kaffee und Kuche en el jardín.
La comida ha sido una buena excusa para encontrar puntos de encuentro. Con la llegada del buen tiempo, ha sido habitual que organizáramos barbacoas o cenas en el Hof. Normalmente, cada uno se encarga de preparar algo para picar y contar la receta al resto. Así, nosotros podemos aprender cosas de la cocina alemana y árabe (tenemos un vecino tunecino) y aprovechamos para despejar algunas dudas sobre la cocina española. Y, de vez en cuando, regalarles algún producto de nuestra gastronomía. H. se pirra por el chorizo de Toro que traigo cuando voy a visitar a mi madre. Así que, acostumbro a comprar un par de tripas más para dárselas a la vuelta.
Tener un contacto tan cercano con alemanes también nos ha servido para conocer más detalladamente determinados códigos culturales o tradiciones de este país. Algunas como la de Sankt Nikolaus y Ostern, de primera mano. No sé muy bien si la costumbre de preparar dulces empezó porque había peques en el edificio, pero se siguió manteniendo y, el primer año, nos pilló completamente por sorpresa y sin nada preparado.
Desde el comienzo, vimos un montón de bonitos detalles, enfocados a que todos los vecinos se sintieran cómodos, queridos y respetados. Egoístamente, puede que lo hagan porque eso revierte positivamente en una buena convivencia. Sin embargo, a nosotros nos ha parecido siempre una experiencia llena de cariño que jamás habíamos experimentado en España.
Hasta ahora, nunca había intercambiado cafés con nuestros vecinos (en nuestra casa o en la suya), ni libros, ni información que pudiera ser de interés para otros. Ni habíamos dejado las llaves para que dieran una vuelta al piso y comprobaran que todo estuviera bien. Siempre nos han transmitido confianza y cercanía y nos han hecho saber que estaban allí y no nos han hecho dudar ni un momento de su buena voluntad.
Los malos momentos
El año pasado pinché. Como ya te he contado en alguna ocasión, tengo algunos problemas gástricos y, el último invierno, estuve unos días ingresada en el hospital. Tuvimos que llamar a una ambulancia y, como la ciudad es tan silenciosa, el ruido de las sirenas no pasó desapercibido para ninguno de mis vecinos. Se asomaron a la ventana para comprobar qué pasaban y, cuando vieron que se trataba de mí, le mandaron un SMS a mi chico para saber qué ocurría y si necesitábamos ayuda.
Cada vez que mi chico me visitaba, me transmitía las palabras de cariño de todos y me contaba que me habían ido dejando mensajes y flores en el felpudo de casa. Cuando regresé, no pude evitar emocionarme al ver las postales y los remedios naturales llenos de mensajes de ánimo y pronta recuperación. Los días siguientes, todos estuvieron pendientes de mi salud y me transmitieron sus mejores deseos.
El estómago no fue lo único que se resintió el año pasado. Supongo que, al llevar un tiempo fuera de casa, empecé a echar de menos a mi gente y, con la llegada del frío, estuve un poco baja de ánimo. Por eso, cuando un día, al ir a trabajar, encontré mi bicicleta completamente destrozada, no pude contener las lágrimas.
Al parecer, una vecina le había dado sin querer al pasar con su coche y la había atropellado. Puede que te parezca sentimental, pero era la primera bici que había comprado en Münster y me dio pena verla completamente kaputt. Dicha vecina, Bj., se ofreció a comprarme una nueva, pero antes de que pudiera acercarme a echarle un vistazo a las de segunda mano, B. me ofreció la de su madre. Había fallecido hacía unos años y nadie la utilizaba. Me sentí abrumada y no sabía muy bien si podía aceptar semejante regalo. Finalmente, accedí y un domingo, al mediodía, llamó a mi puerta. Su padre estaba de visita e iba a hacerme entrega de las llaves. Pese a que los alemanes, en general, no son muy dados al contacto físico, después de aquello quería darles un fuerte abrazo a ambos. Y así lo hice tras, obviamente, pedirles permiso.
Por supuesto, también ha habido algún que otro roce, pero han sido nimios y no han enturbiado para nada la buena convivencia. Supongo que es una relación parecida a la que tienes con tu familia de sangre. Y, aunque naturalmente no pueden sustituirla, para mí, mis vecinos son mi familia alemana.
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