Familia guay, vida social correcta, curro no puedo más.
100.000 al año y 3–4 horas al día. El resto, viendo YouTube.
Me lo contaba una vendedora a la que admiro mucho. Trabaja para un antiguo cliente.
Atrapada en una jaula de oro. Sus palabras, no las mías.
Vendedora número uno en su empresa pese a por ser la única que no se desplaza a ver clientes.
Y no es farol, le he hecho consultoría y sé que es cierto.
Quizás lo entiendas o quizás te cortarías un brazo por estar en su situación, pero te diré algo.
Salvo problemas atípicos, traumas infantiles que tapar bajo toneladas de plástico o restaurantes horteras, o un puesto que te obligue a vestir gemelos, a partir de 3000 al mes no cambia casi nada. Si vives solo, menos.
Entiendo si piensas que sí, pero no.
A ver, existe una cifra en la que las cosas otra vez cambian, pero ese escalón está lejos.
No pretendo convencerte simplemente decirte lo que hay.
¿Para qué hacer más cosas entonces?
Porque es el juego más divertido que existe y el dinero es el marcador.
El problema es que si te quedas quieto se te olvida.
Y no solo le ocurre a vendedores. Con empresarios es peor. Estos se acostumbran a dormir en una cama de fakir.
Quizás por eso el otro día algunos me preguntaron que para qué, que por qué, que de dónde sacaba las ganas.
No sé de dónde sacas la motivación.
Te lo cuento aquí:
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