Revista Psicología

1110 días para contar mi pasado

Por Carolina Guzman Sanchez @RevistaPazcana
Continua leyendo 1/15 Cada semana encontrarás una nueva parte de la historia “1110 días para morir”Carol J Angel @CarolJAngel

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Lucía nació en una de las semanas de fiesta. La atmósfera era de temor, miedo y silencio. En las calles, los perros ladraban casi en murmullo para no fastidiar y se metían en sus rincones, tratando de no dejar rastro. Lucía iba a llamarse Victoria, pero la victoria no llegaba y cada semana la fiesta se repetía eterna. Nadie podía recordar cuando había sido el último festival. Lucía golpeaba con sus manos y sus pies de manera desenfrenada la barriga de su madre para abrirse camino, su madre gritaba en silencio e imploraba que nada le fuera a pasar a ella o a su bebe, su padre le pedía que no se diera por vencida, que la lucha estaba por darse, le repetía que la victoria estaba cerca, por unos segundos su madre perdió el sentido. La atmosfera era de tensión y miedo. Cuando recobró el semblante, su padre pidió cambiarle el nombre por Lucía, los disparos de fiesta se escuchaban a lo lejos. No había festival como lo había prometido su padre. Sus primeras palabras para ella fueron “luces hermosa bebe mía, si pudieras verte, cuando seas grande, brillarás con tu propia luz. Perdóname por no traerte la victoria, te  llamaras Lucía, la que resplandece y la que ante los obstáculos se enfrenta con resolución”

–De los Ángeles- dijo su madre

Esa madrugada la gente del pueblo se mantenía temblando en silencio, mientras que los otros, saltaban en algarabía de tiros al aire, se emborrachaban y contaban las cabezas. En una de las tabernas, uno de los otros, disparó su arma hiriendo a uno de los comandantes. A lo que un compañero le respondió con un tiro en la cabeza. De inmediato se fueron a buscar al médico para que les solucionara el problemita. El padre de Lucía tuvo que salir urgente a atender lo que pasaba. No podía vacilar ni un segundo o sería hombre muerto. Cuando llegó a la taberna, veía como se desangraba uno de los comandantes, tenía en sus manos la vida de ese individuo. Podía dejarlo morir si quisiera, pero salvarle la vida fue su salvoconducto a largo plazo para salir de allí sin ser perseguido después. Salir de allí hacia la capital y olvidarse de haber vivido ese episodio de sangre, violencia  e incertidumbre en sus vidas.

Una infancia aparentemente normal, sin ninguna escasez o deficiencia. Como cualquier niña, le gustaba ser la consentida y la preferida de sus padres y de cualquier adulto que llamara su atención. En el jardín de infantes, prefería no mezclarse con otras niñas de su edad. Le parecía que esto iba en contra de su crecimiento. Se mostraba siempre de una manera independiente y en repetidas ocasiones, más inteligente que los otros niños de su misma edad. Resolvía problemas matemáticos y simbólicos en menor tiempo que sus compañeros. Sus padres le admiraban y se daban espaldarazos de felicidad tratando de adjudicarse a quién de los dos le había heredado tanta inteligencia. Pero está felicidad, no tardaría en transformarse en el tormento de su adolescencia cuando comenzaron los problemas. Algunas veces, se quedaba dormida sin razón, perdía la noción de saber dónde estaba, sufría de dolores de cabeza severos, una vez al despertar no pudo levantarse de la cama, había perdido toda movilidad. Su padre y los médicos que la examinaban, decían que era normal, cambios hormonales debido a la edad y al crecimiento. En el fondo, Lucía sabía que no era así, algo faltaba en su historia que no era normal.

Algunos de los síntomas alteraban sus funciones mentales y le producían un estado de lentitud que llegaba a desesperarla. Intentó por entonces recibir clases de guitarra para descargar la ira y la impotencia que el dolor de su cuerpo herido le generaba. En ocasiones, tenía que fallar por semanas enteras al colegio y no sabía lo que pasaba. Pero intuía que no era su adolescencia. Esto sucedió entre los 12 y 14 años.  Para sus 15 años todo mejoró, si puede decirse así “de un día para otro” Un día sin más, comenzó a sentirse fuerte, renovada, con vida, nadie comprendía si era el entusiasmo por los preparativos de la fiesta de 15, su presentación en sociedad o porque también comenzaría a salir y a conocer chicos.


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Tagged: autoestima, cáncer, terapia de pareja
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