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122. Aniversario

Publicado el 31 marzo 2022 por Cabronidas @CabronidasXXI

    Ya a una edad muy temprana, mis mayores me tildaron de negativo. «No», les respondía una y otra vez como única contestación posible a cuantos interrogantes me dirigieran, sin que ello menoscabara de ningún modo sus prejuicios hacia el no, y sin saber yo qué era el no, salvo un sonido que me gustaba pronunciar desde que lo hiciera por vez primera con apenas un año. 

    El tiempo pasó en un no continuo y a los trece años de edad, comprendí en su totalidad la palabra no, y sus desproporcionadas consecuencias cuando era utilizado con desmesura. Por aquel entonces tenía como excusa, si es que necesitaba una, el inestimable periodo de una adolescencia incipiente. Y el tiempo siguió y asombré y decepcioné a iguales y mayores cuando cumplidos los treinta y uno, continué en mis trece vocalizando el no como tarjeta de presentación.

    Pero algo ocurrió en el cabalístico trigésimo primero de mi existencia. Y no es por el hecho de que decidí nacer, sin yo saberlo, el día treinta y uno. Aquel día estaba de celebración con varias personas que me preguntaban de modo grupal y fascinados, por el origen de este atípico afecto mío del no. De pronto, alguien descorchó con sonido seco y rotundo, una botella de cava a escasa distancia de donde yo me encontraba, y el tapón impactó en mi entrecejo con gran contundencia. 

    De inmediato y durante breves segundos, estalló ante mí una vorágine mareante de colores, a través de la cual vislumbré a los comensales carcajearse sin disimulo alguno. Unas se doblaban que pareciera que se fueran a partir por la mitad, y otros dejaban caer el puño en la mesa como si fuera el mallete de un juez, con la cabeza hacia atrás al límite del descoyunte mandibular.

    Cuando aquel episodio de paroxismo cedió a la normalidad, los allí presentes me preguntaron por mi lucidez, y yo no pude más que mirarlos de hito en hito con solemnidad y sentenciar: «Estoy curado». Y al unísono y con intriga mortal, preguntaron: «¿De verdad?». Sostuve la tensión de sus semblantes expectantes, eternizando el suspense como un avezado tribuno, sintiendo los pálpitos de sus corazones, sometidos a mi antojo, cuando respondí con aquel implorado y tan esperado monosílabo, un conciso e ilusionante «sí».

    Y no es que me naciera un tercer ojo a causa de la colisión sanadora del corcho, pero nunca volví a contemplar el mundo del mismo modo.


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