
Como os comentábamos en la introducción “Preparando el Viaje”, no era nuestra primera visita a la capital y es un lugar que a los dos nos encanta. Volver a Londres con tranquilidad para pasear nos apetecía muchísimo. Lo que no sabíamos era lo diferente que es Londres un mes de marzo (la primera vez que fuimos) a un mes de agosto.


El Castillo de Windsor es una de las residencias oficiales de la familia Real Británica y en él encontramos otros de “los más”, ya que resulta ser el castillo más antiguo y grande de los habitados del mundo. El precio de la entrada en agosto de 2014 era de 18,50 libras por persona e incluía una audioguía y el acceso a los Aposentos de Estado, que no siempre pueden se pueden ver (debéis consultar el calendario). Su visita ronda las dos o tres horas. El horario es de 9.45 a 17.15, aunque la última entrada admitida es a las 16.30. De todas maneras, os dejamos el enlace donde podéis ver los días de cierre y demás.
Nosotros llegamos relativamente temprano y no tuvimos que esperar demasiado en la fila para entrar pero hay que tener en cuenta que se trata de un edificio muy demandado turísticamente hablando.

El Castillo de Windsor tiene más de 900 años, está perfectamente conservado. Cuando la reina está allí la bandera se mantiene izada. En su interior no se pueden realizar fotografías, sí en los espacios abiertos que hay tras sus murallas, pero no en los interiores de los edificios.
Como bien imaginaréis, se trata de un castillo muy británico, con sus ornamentaciones, sus moquetas, sus colecciones de porcelana….


Con la audioguía podréis pasear entre las paredes del imponente castillo y viajar por la Historia británica. Nos pareció realmente interesante. Os recomendamos que elijáis un día en el que los Aposentos estén abiertos. Habitaciones de estado llenas de detalle, con pinturas y mobiliario de gran trayectoria histórica.
La Sala de San Jorge es muy popular, una de las que hemos visto en más de una ocasión en la televisión. En el año 1992 sufrió un incendio que arrasó de forma violenta con ella y el bonito techo ha tenido que ser reconstruido.

En el mismo castillo, también podréis contemplar una de las casas de muñecas más increíbles, que data de 1924. Pertenecía a la Reina Mary (abuela de la Reina de Isabel de Inglaterra), aunque no la recibió de niña. Esta casa de muñecas es impresionante, tiene electricidad, tuberias, agua corriente, una mini bodega con vinos de verdad. Los muebles son réplicas de los existentes en el castillo, los libros están escritos y se podrían leer si no fuera por su microletra, las paredes están forradas de seda, y las alfombras son de las mejores lanas. Todo esto lo sabemos gracia a la audioguía, porque la casita se ve detrás de una vitrina. Visitar el recinto donde está la casa de muñecas, seguramente, os supondrá tener que esperar un rato por la acumulación de gente que siempre está a las puertas del edificio en el que se encuentra.
Así que, entre aposentos reales, casa de muñecas, la Capilla de San Jorge, resto de dependencias, exteriores y jardines podéis disfrutar durante unas cuantas horas dentro del Castillo de Windsor.

En el interior pasará a vuestro lado la guardia real y, con suerte, veréis algún cambio de guardia. Y, lo siento, nosotros también caímos en hacernos una foto al lado de uno de esos guardias de chaqueta roja y sombrero peludo que, asombrosamente, son de expresión totalmente impertubables y tienen que acabar hasta la coronilla, allá donde ésta se encuentre debajo de la indumentaria, de todos los turistas. Es que pierden mucha autoridad con esas trazas… Al verlos es imposible no pensar en un Gin Tonic o una botella de Beefeater.


El castillo está conectado con el pueblo de Windsor a través de Victoria’s Street, una calle peatonal y bastante animada. Windsor no tiene un casco muy grande, pero sus callecitas son curiosas. Nosotros nos dimos una vuelta por los alrededores.



Tras comer, nos acercamos en busca del punto donde se tiene una de las vistas más conocidas del castillo: Camino del Windsor Great Park.

En este parque hay un camino en línea recta que comunica el Castillo de Windsor con Snow Hill, una colina que se vislumbra al fondo de la que le separan un poco más de 4 km. Este paseo se conoce como el Long Walk. No estábamos muy por la labor de recorrer entre ida y vuelta 9 km, así que, simplemente, nos acercamos para tener esa panorámica tan popular y poder comprobar con nuestros propios ojos la belleza de este lugar, dónde el camino parece subir y bajar hasta llegar al infinito.

Tras disfrutar un rato del agradable parque en el que, aquel día, algunos paseaban a sus perros o jugaban con los niños, nos dirigimos al coche; tenemos que dejarlo en el aeropuerto antes de las 6 de la tarde, es viernes y los problemas de tráfico en Inglaterra ya habíamos comprobado que no eran pequeños. Ya sabéis que si te pasas de hora en la devolución hay que pagar un día más de alquiler y, antes de dejarlo, además, teníamos que dejar el depósito lleno.

La distancia a recorrer eran más o menos 68 millas y, según el GPS, el tiempo estimado de hora y veinte. Todo lo que os contemos es poco… el atasco que vivimos aquel día superó cualquiera que hayamos vivido en los últimos 5 años, en cualquier lugar y fecha. Veíamos correr los minutos, que eran los únicos que corrían, mientras permanecíamos encerrados en el coche, en una autopista de cuatro carriles donde no se movían ni las hojas de los árboles.
La tensión en el vehículo se hacía creciente, mirábamos el reloj y veíamos que no íbamos a llegar a tiempo. En un momento, decidimos que lo mejor era bajar las ventanillas, subir la música y soltar la adrenalina a través de nuestro canto (total, allí están acostumbrados a las lluvias). Hicimos amistad con el camionero de al lado, con el que íbamos adelantándonos constantemente el uno a otro y se entretenía viendo nuestras coreos… y, por fin… tras más de dos horas y media, en las que también grabamos videos para la posteridad, llenamos depósito y llegamos a Stansted a pasar el momento de estrés de “te voy a revisar el coche y como encuentre una marquita en la chapa te voy a crujir vivo”.
Pasamos la prueba, un ligero momento de tensión con una marca en la chapa con la que yo nos lo habían dado y que nosotros sí teníamos apuntada en el papel, pero ellos no. Pero fue rápido y la experiencia muy buena.
Pues, tras 9 días, nos encontrábamos de nuevo en el aeropuerto de Stansted, con nuestras trolleys, nuestra maleta grande y todos los accesorios y ahora ¿Cómo llegar del aeropuerto de Stansted a Londres?

Bueno, pues os diremos que hay varias opciones ¿La más barata? Autobus. Hay dos compañías que sepamos (Terravision y National Express). Y luego, hay otra más cara pero que tiene ofertas y que nosotros pudimos aprovechar de chiripa, y es el tren.
A ver, os comentamos, cogimos el tren por un único motivo, el tráfico. Veníamos de ver como estaba todo de atascado. A la ida nos daba un poco igual pero el día de vuelta por nada del mundo nos gustaría encontrarnos un atascazo camino del aeropuerto, así que puestos a un viaje largo decidimos que el tren Stansted Express era más seguro y no dimos mucha más vueltas al asunto.

Los billetes, si se compran con antelación por internet salen más baratos. Nosotros no lo hicimos porque no nos decidíamos qué medio coger. Cambiaba bastante el precio, habíamos leído lo del tráfico pero no nos lo acabábamos de creer. Así que, aquel día, tal y como vivimos el atasco tomamos la decisión en el momento y nos salió redondo, al mismo precio que si lo hubiéramos cogido por internet, ya que nos aplicaron la tarifa Duo y alguna más que no entendimos pero que al final nos salió por unas 24 libras cada uno (ida y vuelta).
Los trenes salen cada poco tiempo y te dejan en la estación de Liverpool Street, estación que tan solo se encontraba a 7 minutos andando de nuestro hotel.

En llegar se tarda una hora más o menos. Se viaja muy a gusto y tranquilamente. Al salir en la estación de Liverpool Street (en la zona de la City de Londres), sentimos estar en el palpitar de Londres de un viernes por la tarde ¡Qué diferente Londres un viernes por la tarde en agosto que Madrid, donde no hay un alma en esas fechas!
Tomamos rumbo al hotel, como os decíamos, está a unos 7 minutos andando, algo que nos pareció genial ya que, así, no teníamos que coger ningún medio de transporte adicional.
El hotel elegido, el Travelodge Central City Road. Es un hotel sencillo y cómodo. Está dentro de la zona 1, en cuanto a transporte se refiere. Al tener la estación de Liverpool Street a un paseo, está muy bien comunicado, tanto con el aeropuerto, como con otros puntos, ya que esta estación es una especie de intercambiador donde, a parte de metro, hay autobuses o trenes. Y en este mismo lugar es donde cada noche nos dejaba un autobús nocturno que funcionaba durante 24 horas y era ideal para volver cómodamente desde las zonas más turísticas de la ciudad. Además, hay otra estación aún más cercana al hotel que es Moorgate. Y en la puerta para un autobús que lleva a los alrededores de la Catedral de St. Paul.
La zona es segura, sí deciros que si vais en fin de semana como fue nuestro caso, los sábados y domingos está mucho más tranquila por estar en la zona financiera de la ciudad. Teníamos contratado el desayuno, que fue simplemente aceptable. Y contaba con lo que más necesitábamos, nos ofrecía la posibilidad de cuidarnos nuestro equipaje durante el lunes sin coste adicional (ya que el lunes volvíamos a Madrid por la tarde y queríamos aprovechar el día). Además, nos imprimieron nuestra tarjeta de embarque de Ryanair amablemente. En general, nos resultó muy cómodo y, teniendo en cuenta los precios del alojamiento en Londres, nos pareció que estaba bastante bien.

En la otra ocasión que fuimos a Londres, nos alojamos en el Hilton London Kensington, este hotel estaba peor comunicado pero era bastante mejor como alojamiento. Y tenía la ventaja de que dentro de no tener tantas opciones de transporte sí que tenía un autobús en la puerta que funcionaba 24 horas y te dejaba en alguno de los puntos céntricos de la ciudad. Hubiéramos repetido la experiencia de no haber sido por el precio que, en agosto, al menos, estaba desorbitado. Si tuviéramos que volver elegiríamos el más económico de los dos.
Bueno pues tras el repaso al alojamiento, tras dejar las maletas en nuestra habitación y colocar esos trapos que llevábamos ya por ropa, nos echamos a la calle.
Era ya tarde, no nos merecía la pena a esas alturas sacar la tarjeta de transporte, así que decidimos meternos en uno de los pubs que había en los alrededores donde mucha gente estaba tomando ya las cervezas de después de cenar.

Entramos en un pub que se encuentra en los alrededores de Liverpool Street, se llamaba Railway Station, de aspecto de pub de hace 50 años. En la planta alta, un grupo está tomando cervezas y riendo, nos sentamos en una mesa a la que acompañan unos silloncitos aterciopelados y “el que no escribe” se baja a la barra a pedir. No había muchas opciones, así que acabamos con una cena de supervivencia pero muy felices.
Tras la cena, un pequeño paseo y de vuelta al hotel ¡Por fin estábamos de nuevo en Londres! Al día siguiente, sábado, como la primera vez que vinimos, pero en esta ocasión nos teníamos que resarcir de lo que no pudimos hacer en la otra ocasión. Para el sábado en Londres tenemos grandes planes….
¿Tienes planes hoy?

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