La paliza del día anterior deja huella, nos pesa todo. Pero de nuevo decidimos madrugar, bajar al desayuno de los locos, donde ya solo tomamos tostadas y salir volandito a seguir recorriendo la ciudad.
Itinerario del día: Tate Modern - Millenium Bridge - Camden-Market - The Shard - Buckingham Palace - St James Park - Downing Street - Trafalgar Square
El domingo realmente hay mucho planes que te ofrece la ciudad. En nuestro primer viaje nosotros fuimos primero al Cambio de Guardia del Palacio de Buckingham y luego al mercado de Camden. En esta ocasión, como el cambio de guardia ya lo habíamos vivido, nos apetecía ir con más calma a Camden. Pero como el día es largo, antes nos íbamos a acercar al Tate Modern donde habíamos leído que desde la cafetería había unas bonitas vistas, y de paso ver el Puente del Milenio.
El día amanece bastante nubladillo y fresco y nos vamos, en primer, lugar al museo. El Tate Modern es el museo británico de Arte Moderno. Como os comentábamos en otras entradas, tenemos pendientes las entradas a algunas de las galerías de arte. En esta ocasión, vamos a entrar para ver el edificio por dentro pero sin visitar ninguna de sus exposiciones, no teníamos demasiado tiempo. Así que os decimos que la entrada al museo es gratuita, salvo para algunas exposiciones temporales o especiales. Su horario de apertura son las 10 de la mañana y de cierre depende del día, a las 18 de domingo a jueves y a las 22 horas los viernes y sábado.
En su interior nos llama la atención el minimalismo de su arquitectura. Tras estar un rato dando una vuelta y haciendo algunas fotografías, nos dirigimos a la cafetería, ubicada en una de sus plantas altas, se puede entrar libremente a la terraza.
Desde allí, se tienen unas excelentes vistas del Puente del Milenio (Millenium Bridge), el Támesis y la Cúpula de la Catedral de St. Paul.
El Támesis, a esta altura, separa lo que es la City (orilla en la que se encuentra la Catedral) de la zona llamada Bankside donde, a parte del Tate Modern, está también el teatro The Globe.
Salimos del museo y nos acercamos al Millenium Bridge que está a sus pies. Nuestra intención es cruzarlo y llegar al otro lado del río.
El diseño de esta construcción es muy atractivo, realizado en acero y ofrece unas vistas estupendas de este área de la ciudad. Un lugar genial para los amantes de la fotografía. Es un puente de reciente construcción, inaugurado en el año 2000.
No os vamos a engañar, dedicamos mucho tiempo a ello, porque somos muy cansinos con las cámara; por suerte lo somos a partes iguales, la parte negativa es que no vemos el fin…
Al otro lado del río, nos encontramos la Catedral, de la que os hablaremos en la próxima entrada, ya que nos acercamos al día siguiente para tener unas vistas muy especiales de ella. Así que, desde aquí, partimos hacia Candem Market.
Candem Market no es un mercado como el de Portobello. Éste es mucho más alternativo y rompedor. Para llegar allí, solo tenéis que ir hasta la estación de Candem Town, barrio en el que se encuentra pero, luego, a la vuelta, si vais en domingo, seguramente, no podréis hacerlo desde esa misma estación, sino que tendréis que caminar hasta la siguiente, a unos 10 minutos, porque por acumulación de gente la suelen cerrar para que no se colapse la estación.
El domingo nos amaneció bastante nublado pero allí estábamos, rodeados de muchísimos puestos variados, desde los más extravagantes hasta los más sencillos. Calzado, cinturones, camisetas, objetos variados, música. El mercado se desarrolla alrededor de los canales.
Al poco de llegar, nos descargó un aguacero por el que nos vimos obligados a meternos en uno de los locales que hay en la zona a tomarnos algo hasta que parara el chaparrón.
Tras ese ratito, volvemos a salir y a adentrarnos en la multitud. El mercado de Camden tiene muchísimos rincones y nos damos cuenta de que la otra vez habíamos visto muy poco de él.
Entre unas cosas y otras, se nos echa la hora de comer encima y nos acompaña el sol. Así que nos acercamos a la parte del mercado dedicado a la alimentación; puestos con comida de muchísimos lugares del mundo que te preparan para el famoso “take away”, o dicho de otra forma, así te las apañes para comértelo donde puedas.
Damos muchas vueltas, infinitas, comida japonesa, hindú, española, argentina, francesa, peruana, americana… Finalmente, nos decidimos por los argentinos, que preparan una ternerita argentina en un pan con una pinta y un aroma… Les pedimos dos “steaks”, por supuesto en nuestro inglés de raza (española) y lo primero que nos dicen… “habladnos mejor en español, que a los españoles no les entendemos hablando en inglés” ¿Perdona? ¿Qué necesidad hay de ofender así? Nos reímos, ellos por supuesto, nosotros también, somos así… de risa fácil.
Con los bocadillos en mano, de carne espectacular, por cierto, y con el chumichurri ese, caminamos entre la multitud. Nos vamos acercando a la zona de los establos del mercado y escuchamos música. Pero música muy alta… así que, como si fuéramos los ratoncillos del cuento del Flautista de Hamelin, acudimos a la llamada. Y ¿Qué nos encontramos?
Un montón de gente cantando una canción, haciendo una especie de enorme rectángulo y mirando hacia abajo. Nos intentamos poner de puntillas y asomar la cabeza entre la multitud para ver quién canta, o toca.. .pero es casi imposible. “El que no escribe” es alto y tiene más facilidades.
Nos llama la atención cómo canta todo el mundo, cómo aplaude, cómo enloquecen. Nosotros solo vemos unas banderitas que pone “Let it be” y yo solo pienso en los Beatles, pero eso no suena ni a versión ni nada. Tiene mucho ritmo, mucho soul. Conseguimos coger un sitio entre las cabezas y un hombre toca el piano y canta. Un grupo de chicas sale a cantar entre gospel y soul para hacer los coros. Sueltan confeti, cámaras graban. Oye, ni idea… pero un subidón de música y de ambiente. Hemos tenido que engullir el bocadillo. Sacamos las cámaras y “el que no escribe” fotografía y a mí solo se me ocurre grabarlo (a pesar de las 1000 cabezas).
Estábamos convencidos de que el artista, allí, era conocido, pero aunque por la noche miramos en internet noticias no vimos nada relevante. Ahora, nos había encantado. Bueno, pues estando en Madrid, una semana después, más o menos, en uno de esos ratos de “ya no sé qué más mirar en internet, tengo a Google en estado de coma”, se nos ocurrió volver a mirar. Y entonces… lo vimos. Él era Labrinth y, ese día, había convocado a sus fans a Camden para grabar su vídeo oficial de una de sus canciones (os dejamos el enlace). Curiosamente, el video acababa de salir, lo ponemos, sí, lo ponemos para reirnos y buscar a los Wallys españoles y, oh, sí… uno de nosotros está y se le ve pero que muy bien… Un gran recuerdo del viaje.
Volviendo a Londres, tras presenciar ese concierto que nos encontramos por sorpresa, decidimos que teníamos que poner una guinda al pastel y nos tomamos, en otro de los puestos callejeros, un creppe de nutella. Un creppe de esos que te comes de pie paseando entre calaveras y zapatos de tacón y te saben a gloria bendita.
Bueno, el día parece muy despejado tras el chaparrón, de hecho, hace hasta calor y llega el momento de plantearnos si vamos, o no, a hacer la mayor turistada que creemos que hay en Londres en este momento. Subir a The Shard. El cielo acompañaba, casi deseábamos que se encapotara porque así no teníamos que decidir pero, con ese cielo despejado, las vistas debían ser estupendas.
Nosotros ya habíamos visto Londres desde dos de sus miradores, el London Eye y la cúpula de la Catedral de St. Paul (tiene unas excelentes vistas), quedaba éste, que en nuestro anterior viaje aún no existía. Este mirador que, no es que sea caro, es que es carísimo, lo sabíamos. Pepito Grillo nos decía “nooo”, pero nosotros decíamos “o en este viaje que ya casi no te das cuenta, o en ninguno”. Y habíamos leído que eran unas vistas de 360 grados. La fotografía que nos gusta… El rascacielos más alto de la Unión Europea, 310 metros de altura, y el gran pero… 30 libras, comprando en taquilla… por supuesto, 30 libras persona. Ya, lo sabemos, estáis pensando… “pringaosss”...
Bueno, pues allí llegamos a ese edificio triangular de cristal, preguntándonos si habría cola para subir. Por supuesto que no. Ahí tú entras y eres el rey, te llevan de ascensor en ascensor. Ascensores ni más ni menos que calidoscópicos. La verdad que estaban chulos. Por encima de una alfombra roja. Las últimas plantas se suben a pie. Nosotros leímos que la última era descubierta pero, claro, es un descubierto del que te entra el aire por encima ligeramente pero rodeado igualmente de cristales. Imposible sacar fotografías sin reflejos, huellas, brillos….
Durante un rato estuvimos muy enfadados con The Shard. Los cristales no son rectos, con lo cual tampoco puedes pegar el objetivo para intentar esquivar los obstáculos, pero hay una cosa que tenemos que decir, las vistas son alucinantes.
Como mirador, hay que reconocer que te ofrece una visión espectacular de la ciudad. Arriba existen unas máquinas que te indican qué estás viendo, en función de la dirección en la que apuntes.
Y luego, tiene algo realmente especial y es que te permite mirar hacia abajo, a través de los cristales de las paredes, obteniendo vistas en perpendicular vertiginosas. La Torre de Londres, el Támesis, la City y el infinito… Londres en 360 grados.
Para sacarnos de ese bucle de negatividad, en el que estábamos porque se nos colaban halos, brillos, huellas y reflejos, y que nos impedía disfrutar de las vistas, de golpe, aparece una pareja, con sus mejores galas, lentejuelas y traje, y unos fotógráfos detrás. El chico lleva a la chica a una de las paredes acristaladas y, de golpe, se arrodilla ¡Oh, my god! Saca una caja, la abre… a ella le faltó doblar una de las piernas y ponerse de puntillas y se da la pedida de mano delante de los cuatro que estábamos en el lugar. Luego, llegan unas copas de cava… y ya la risa se apodera de nosotros y podemos sacar al alien fotográfico que llevábamos dentro, pisotearlo y disfrutar solo de las vistas.
Como conclusión, el mirador es estupendo, en el sentido de que tiene fabulosas vistas si el día está despejado. Por contra, 30 libras nos parece un abuso. Entendemos que tendrán que amortizar la construcción del rascacielos pero es totalmente exagerado. Así que, ahí, cada uno que juzgue. Muchos de nuestros conocidos nos preguntan si, sabiéndolo, lo volveríamos a hacer, … No. No lo recomendamos al precio que tiene actualmente, aunque siempre te queda el “Arrepiéntete por lo que hagas y no por lo que dejes de hacer”.
Bueno, pues, tras este momento en el que Pepito Grillo se parte de risa en nuestros hombros mientra nos señala y repite sin parar “os lo dije, pardillos”, salimos de The Shard y nos dirigimos hacia el Palacio de Buckingham a dar un paseito.
En agosto de 2014, Londres tenía andamios por todas partes. La ciudad se encontraba en constantes arreglos y mejoras y la zona del palacio no iba a ser menos.
El palacio es la residencia oficial de la Reina de Inglaterra. Como os comentábamos, en el anterior viaje fuimos a presenciar el Cambio de Guardia pero, en ninguno de los dos viajes, hemos visitado el interior de la residencia real. Sí, deciros que es visitable, por si estáis interesados, aunque esto sólo es posible durante unas pocas semanas al año. Nosotros lo tenemos pendiente para una próxima ocasión. Os dejamos una imagen de 4 años antes cuando estuvimos en el Cambio de guardia un domingo.
Hasta el s.XIX, este palacio no se convirtió en residencia oficial, previamente, fue casa privada y, desde sus orígenes, en el s.XVIII, fue sufriendo diferentes ampliaciones hasta que, con la llegada de la Reina Victoria, gozó del nuevo estatus de Palacio.
Al lago del Palacio se encuentra St. James Park, el más antiguo de los jardines o parques reales. Tiene un lago artificial que lo recorre a lo largo. Es un recinto muy cuidado, con multitud de aves y ardillas que se mezclan entre los árboles y bancos de madera.
Dedicamos un buen rato a atravesar el parque porque nos entreteníamos constantemente con las ardillas.
La tarde cae y cuando salimos por el otro lado del parque estamos muy cerca de Dowing Street, donde se ubica, en el número 10 y en medio de la ciudad, la casa del Primer Ministro británico. El lugar está, como se puede imaginar, lleno de seguridad, pero vemos que no somos los únicos en pararnos frente a sus verjas negras. Resulta chocante pensar que antes de los años 90, la gente podía pasar con total libertad por esa calle y pasear delante del casa del Primer Minsitro. Luego, por miedo a ataques terroristas, ésta se valló. Esta calle tiene al otro lado el Ministerio de Asuntos Exteriores.
Subimos por Whitehall charlando tranquilamente y pensando que se acerca la hora de sentarnos un ratito a cenar en algún lugar. En nuestra lista de posibles opciones tenemos apuntada uno, en esa misma calle, en la inmediaciones de Trafalgar Square, The Lord Moon of the Mall. Pertenece a la cadena Wetherpoon. Típico pub inglés en su interior. Si os animáis a ir, no esperéis que vengan a atenderos a la mesa, hay que ir a la barra a pedir y luego te lo sirven. Está bien de precio, la comida aceptable, sin más. Eso sí, estuvimos esperando más de 35 minutos a que llegara nuestro pedido, estábamos desesperaditos ya.
Desde allí, emprendemos el camino hacia el hotel. Ha sido un domingo fantástico. El día siguiente sería nuestro último día del viaje por el sur de Inglaterra. Como teníamos nuestro avión de vuelta por la tarde, no íbamos a dejar que el tiempo pasara en vano. Teníamos un planning ambicioso que nos haría disfrutar de Londres un poco más antes de la vuelta.
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