Revista Viajes
13 días por el sur de Inglaterra. Día 2: Canterbury - Acantilados de Dover
Por Tienesplaneshoy @Tienesplaneshoy
El relato de este día se va a centrar en la visita a Canterbury, un pueblecito de cuento con toques medievales y una catedral totalmente impresionante, a parte de referencias de ficción como los Cuentos de Canterbury… otros muchos dicen que es la catedral que Ken Follet describe en los Pilares de la Tierra. Es un edificio precioso. Luego, daremos un paseo por unos Acantilados Blancos (White Cliffs), en Dover, donde sentarse y escuchar el mar. Comenzamos.
Nuestro hotel de Cambridge, donde habíamos pasado el día anterior, no incluía desayuno. Desayunamos en la habitación gracias a la compra de avituallamientos del día anterior.
La verdad que al despertar, tras la paliza vivida el día de llegada, hacía que uno no se levantara ligero como una pluma. Más bien, costaba infinito moverse, no sé por qué en ese momento me visualicé como cuando en el National Geographic sacan un perezoso en acción.
Una buena ducha, un café, unos dulcecitos y al coche de nuevo con las cámaras, maletas, mochilas, a hacer el tetris del maletero, GPS y ¡Atención! “carril izquierdo” para poner rumbo a Canterbury.
Nuestra intención era dirigirnos en primer lugar al alojamiento a ver si, con suerte, podíamos hacer el check in y ya dejar el coche y equipaje.
Este día nos iba a enseñar, entre otras cosas, una experiencia nueva, los alojamientos en los Inn. Nos alojamos a las afueras una vez más, pero en este caso afueras de verdad, porque no era como en Cambridge, una zona residencial, era una rotonda con este alojamiento, un Inn, que vienen a ser Pubs que tienen habitaciones disponibles. En nuestro caso el elegido el Inkeeper’s Lodge The Old Gate.
La habitación quizá fue de lo mejor que encontramos en nuestro viaje, acogedora, amplia, el wifi no iba si no tenías número de teléfono británico, el cual nos prestaron para conseguirlo, cómoda, bastante decente. El pub decorativamente hablando era bonito, aunque el olor al entrar era, no de ayer, de antesdeayer, o 5 años sin abrir las ventanas. Incluía desayuno y, bueno, fue un desayuno continental sin grandes pretensiones.
De Cambridge a Canterbury se tarda, más o menos, unas dos horas. Salimos del condado de Cambridgeshire para entrar en el condado de Kent. De nuevo, comienza la tensión de las carreteras. Por otro lado, poco a poco, se va disfrutando un poco más, en Inglaterra hay carreteras preciosas dignas de una película y un descapotable los días que no llueve. Si estáis en Londres pernoctando, Canterbury es otro de esos destinos que se pueden visitar en un día desde allí, usando el transporte público.
Hasta este momento, la lluvia nos respeta. Amanece un día bueno y disfrutamos con prudencia de las dos horas hasta llegar al alojamiento. Allí, nos recomiendan que nos acerquemos a unos metros escasos donde se encuentra el Park And Ride y desde allí coger el autobús al centro.
Así hacemos, aparcamiento y hotel están muy muy cerca. Nuestro primer contacto con un Park and Ride.
No hay ningún tipo de barrera, suponemos que algún sistema grabará las matrículas, y sino es así, suponemos una gran honestidad por parte de la gente, porque todos pasan por cabina. En el caso de este Park and Ride, es un precio único para bus y parking. Nos parece comodísimo.
Sacamos el ticket en la máquina por 3 libras y, sin apenas esperar, estamos en el segundo piso de un autobús que nos acerca en 10 minutos al centro de Canterbury.
Canterbury es un rincón especial, aunque para nuestro gusto todo lo eclipsa su apasionante catedral, la más antigua gótica en uso de Inglaterra. Según entras por la puerta, no te hace falta tener que sumergirte en rincones secretos para, con solo la imagen, quedar totalmente rendido ante la arquitectura de ese lugar.
Pero antes de eso, nos sumergimos por sus calles, de una de las calles principales High Street, tomamos Mercery Lane, entonces las fachadas con travesaños de madera, fachadas blancas apelotonadas e irregulares conforman la calle. Una arquitectura medieval que nos embruja y que deja al fondo el Pórtico de Christ Church Gate, del s.XVI, cuya figura central no es la originaria, y que da entrada a la zona ajardinada que rodea la impresionante catedral.
El precio de entrada a la catedral es de 10,50 libras. El edificio desde fuera ya resulta impresionante por su tamaño, es complicado intentar fotografiarlo y quede sitio para él en el encuadre. A su alrededor, una amplia explanada verde por la parte delantera.
Es necesario resaltar la importancia de Canterbury en la Historia de Inglaterra y la religión, en la actualidad, es aquí donde se encuentra la cabeza de la Iglesia Inglesa y el Arzobispo de la iglesia Anglicana.
Los orígenes de la ciudad se remontan a la época romana, aquí se produjo un asentamiento importante y fortificaron el lugar con unas murallas para defenderse. Tras la huida de los romanos en el s.V llegó el abandono. Un siglo después, aprovechando las murallas y restos de la ciudad se produjo un nuevo asentamiento de refugiados daneses. Casi en el S.VII el Papa mandó al que posteriormente haría primer Arzobispo de Canterbury (Agustín) a convertir al Rey del Condado, y aprovechando los orígenes romanos de la ciudad la convirtió en sede episcopal. Esto llevó a la construcción de una catedral y una abadía. Desde que San Agustín fuera el primer arzobispo de Canterbury hasta la actualidad han pasado 103 arzobispos más.
La construcción de la catedral comienza con los hechos que os narramos, y se va alargando en el tiempo. Una vez que la veais y estéis a sus pies es cuando uno realmente es consciente de las dimensiones de las que hablamos, y hay que trasladarse a la Edad Media, para imaginar lo que sería su construcción.
El templo sufrió varios incendios que llevan a su reconstrucción casi de forma constante. El más importante y del que sale prácticamente la apariencia actual data del s.XII. Ese fue un siglo importante para la catedral, en 1170, su Arzobispo Thomas Beckett fue asesinado en uno de los rincones del templo. Y este hecho fue trascendental para el futuro de la catedral anglicana.
Thomas Becket, mientras ostentó su cargo religioso intentó por todos los medios de separar la Iglesia de la corona, algo que al monarca que reinaba en esas fechas le causaba muchos problemas y desagrados. Unos soldados que trabajan para él le escucharon una vez lamentarse con un tercero de lo molesta y tediosa que era la presencia del Arzobispo Thomas. Así que, un domingo, éstos entraron en la catedral y lo decapitaron en su interior.
Este hecho tuvo graves consecuencias, la catedral se convirtió en un centro de peregrinación, Thomas Beckett fue beatificado y el rey Enrique II tuvo que mostrar su arrepentimiento y, como compensación, Canterbury se quedó como la cabeza de la Iglesia Británica hasta la fecha y su arzobispo como líder espiritual. No en vano la figura de Thomas Becket sigue siendo un símbolo en la Historia Inglesa y, cuando visitéis el templo, encontraréis una vela encendida en el lugar dónde se encontraba enterrado.
El interior de la Catedral es realmente fascinante, impresionante diríamos. Está llena de historias, leyendas y multitud de detalles artísticos y arquitectónicos que a nosotros se nos escapan, pero que en su conjunto nos embrujaron.
Las vidrieras, cuando llegó la II Guerra Mundial, se ocuparon de quitarlas para protegerlas y poner otras en su lugar. Esas últimas quedaron hechas añicos y, de nuevo, ya en periodo de paz, las primeras fueron devueltas a su lugar de origen.
El sepulcro del Príncipe Negro es otro de los hitos populares de los elementos que se encuentra en el interior. Sobre la tumba una escultura de un soldado con armadura oscura es protagonista. Ese soldado ahí enterrado es el primogénito del rey de Inglaterra Eduardo III, un batallador insaciable que murió un año antes que su progenitor y fue aquí enterrado. Tenía fama de ser implacable y poco compasivo. Lo cierto es que no se sabe claramente el motivo por el que se le llama así, si por ese carácter oscuro que le hacía cruel y vencedor en las batallas, o por llevar una armadura negra, regalo de su padre, de lo cual tampoco se tiene clara constancia. Sea como sea así ha pasado a la Historia.
Canterbury está llena de cuentos y leyendas, Geoffrey Chaucer ha contribuído a ellos con su obra literaria. De hecho, en el propio lugar una de sus atracciones es Canterbury Tales, donde recrean parte de la vida medieval. Un lugar que nosotros no visitamos, pero que lleva 25 años abierta y gusta a muchos, sobre todo, a los amantes de esta popular obra.
El día de nuestra visita era un día soleado y Canterbury se encontraba muy animado. El río Stour baña este lugar y, a ambos lados del mismo, las casas nacen dando una apariencia de canales. Se puede alquilar una embarcación que además incluye una visita guiada. Por lo visto dura unos 40 minutos y no eran caras. En nuestro caso, era por la mañana, y no estaba en nuestro planes, nos apetecía más caminar.
Recorremos High Street disfrutando de la música en las calles, la gente y llegamos al lugar donde parece que nos vamos a salir de las viejas murallas, The West Gate, una de las siete puertas medievales del s.XIV que tenía Canterbury, y la más grande aún en pie.
A sus pies, cruzándola, pasa el río Stour de nuevo.
Es nuestro segundo día en Inglaterra y a las 14.00 nos encontramos totalmente agotados. No es una sensación física muscular, es como un cansancio que te come la energía. La verdad que nos asusta porque entendemos que tampoco hemos hecho tanto, y pensamos que probablemente aún estamos cogiendo el ritmo.
Aprovechamos que justo al lado de la puerta medieval se encuentran los jardines Westgate. Un rincón totalmente bucólico donde hay más residentes que turistas. El río lo atraviesa con casitas a un lado e infinitas flores de colores. Forma una estampa totalmente bucólica.
Además parece que es en el único lugar donde hemos encontrado, una vez más, bancos para sentarnos. Aunque hay que reconocer que es una pradera magnífica para tirarse al suelo, como muchas de las personas, a descansar. Vemos gente leyendo, niños jugando, personas comiendo.
Sacamos nuestro avituallamiento, sandwich, fruta, agua… y cuando terminamos, el sueño se apodera de nosotros una vez más. Pero no le dejamos quedarse. Cerramos el chiringo y volvemos al centro de Canterbury, eran como las 3, momento perfecto para coger el autobús y volver al Park and Ride. Pero antes de eso, buscamos la famosa Casa Torcida de Canterbury, totalmente pintoresca. Después, los acantilados de Dover nos esperaban.
La vuelta la aprovechamos para volver a mirar las calles, las fachadas y los carteles. Para fotografiar detalles y, sobre todo, para intentar activar a nuestro cuerpo.
El autobús se coge en el mismo sitio que nos había dejado, según llegamos a la parada está allí y, en 15 minutos, nosotros en el coche. A Dover que nos vamos…
Más o menos, la distancia es de 1 hora y cuarto. Llegamos sin mayor dificultad al centro de visitantes.
Existe una especie de horario regulado para visitarlo, teóricamente hasta las 7. Nosotros cuando llegamos, antes de las 4, tuvimos que pagar 3 libras por aparcar. Lo cierto es que cuando salimos de allí, a las 17.45 (recordamos que hablamos de agosto), la caseta de admisión estaba ya cerrada y se podía entrar gratuitamente. Os lo decimos como consejo, nosotros no conocíamos esta información.
También es importante deciros que, desde el principio, nos apetecía visitar el Castillo de Dover, pero no éramos capaces de que nos encajara en el planning y fue a una de las cosas a las que renunciamos. Cuando pasamos al lado del mismo, nos volvimos a arrepentir, y ha quedado entre otras muchas cosas en “pendientes”. Es una visita larga y se necesitan varias horas para recorrerlo, a parte de que cierran pronto. Aunque no pudimos resistirnos a acercarnos a la entrada a las 18.30 (cuando ya estaba cerrado) para intentar verlo más de cerca (No se ve nada jaja).
Volvemos a antes de esto, cuando estábamos recién aparcados en la zona acondicionada de los Acantilados Blancos (White Cliffs), allí comienza el paseo o medio ruta hacia a los acantilados. La tarde de aquel jueves de agosto era muy. muy, muy soleada, y muy calurosa. El porcentaje de humedad hacía que, personalmente, me pareciera que estaba en un país tropical. Ni soplaba el viento ni refrescaba.
Nos planteamos llegar hasta el faro y dar media vuelta, más o menos unos 8 km de distancia. Un paseo diferente, totalmente distinto, donde el verde de las praderas con el azul del cielo era impresionante. Era tal la luz y el calor, que una especie de bruma impedía que los blancos acantilados brillaran como habíamos visto en otras imágenes. Ni una sola nube en el cielo, a pesar de estar en la costa, eso sí, nos dejaba ver al otro lado del mar la costa francesa y, por si teníamos dudas, nuestra red telefónica, un poco alocada, nos decía que estábamos en Francia.
Nos parecieron preciosos, algo diferente, y un bonita parada tras dos días perdidos entre universidades, capillas y catedrales…
Nos sentamos un rato, vimos multitud de conejos corretear, y nos acercamos al borde de los verticales y blancos acantilados para sentir esa sensación vertiginosa a la que contribuía el sonido del mar, bastante tranquilo aquella tarde, por cierto.
Como os decíamos antes, a las 17.45 de la tarde salíamos ya. El cansancio de sueño se había ido, ahora sí que estaba el físico. Llevábamos menos de 48 horas allí y apenas habíamos parado.
Lo cierto es que aunque se cene pronto nos costaba pensar que a esas horas teníamos que retirarnos. Nos planteamos ir a Rye, un destino que teníamos planeado para el día siguiente y así descargar un poco nuestro itinerario, pero no era responsable hacerlo. Aunque hubiéramos tenido tiempo material, por suerte reflexionamos, y nos dimos cuenta que el cansancio estaba ahí y, cuando llegaramos, la actitud no iba a ser como un destino merece. A veces hay que aprender a renunciar a ver cosas, para poder disfrutar de otras…
Así que emprendimos el camino, no hacia el alojamiento, no. Esta vez, aunque cansados, queríamos cenar en un Pub Inglés, y teníamos apuntado The White Horse, en Bridge, un pueblecito cercano a nuestro alojamiento perteneciente a Canterbury.
A las 19.30 estábamos entrando a cenar. Caían las primeras gotas del día, una lluvia fina que no sabíamos de dónde podía haber salido con la tarde que pasamos, o quizá esa era la explicación.
Bonito Pub inglés, una pequeña mesa redonda de madera junto a una ventanita con celosía inglesa, por donde pasaba alguna persona paseando a sus perros y veíamos las luces de las farolas brillar con los reflejos del agua en la calle y la luz del cielo apagarse. Un fish (de bacalao) and chips para cada uno de nosotros que se salía del plato, en plan más elegante, con guarnición, el rebozado de cerveza, y dos bebidas. Por si alguno está interesado, 26 libras. Estuvo bien, para no ser amantes del fish and chips. Un lugar muy agradable con no demasiada gente y la mayoría, aparentemente del lugar.
De ahí, directos a nuestro alojamiento. Solo recuerdo abandonar las maletas, prepararnos un café caliente, encender dos lamparitas y escuchar el run run británico de la televisión. Dijimos algo de echar un vistazo a las fotos, de cargar las baterías, de entrar en internet y no poder… Luego… todo se diluye… y por fin, ya no estamos cansados…
Al día siguiente sí lo estaríamos de nuevo
¿Tienes planes hoy?
Ubicación en Google Maps
Nuestro hotel de Cambridge, donde habíamos pasado el día anterior, no incluía desayuno. Desayunamos en la habitación gracias a la compra de avituallamientos del día anterior.
La verdad que al despertar, tras la paliza vivida el día de llegada, hacía que uno no se levantara ligero como una pluma. Más bien, costaba infinito moverse, no sé por qué en ese momento me visualicé como cuando en el National Geographic sacan un perezoso en acción.
Una buena ducha, un café, unos dulcecitos y al coche de nuevo con las cámaras, maletas, mochilas, a hacer el tetris del maletero, GPS y ¡Atención! “carril izquierdo” para poner rumbo a Canterbury.
Nuestra intención era dirigirnos en primer lugar al alojamiento a ver si, con suerte, podíamos hacer el check in y ya dejar el coche y equipaje.
Este día nos iba a enseñar, entre otras cosas, una experiencia nueva, los alojamientos en los Inn. Nos alojamos a las afueras una vez más, pero en este caso afueras de verdad, porque no era como en Cambridge, una zona residencial, era una rotonda con este alojamiento, un Inn, que vienen a ser Pubs que tienen habitaciones disponibles. En nuestro caso el elegido el Inkeeper’s Lodge The Old Gate.
La habitación quizá fue de lo mejor que encontramos en nuestro viaje, acogedora, amplia, el wifi no iba si no tenías número de teléfono británico, el cual nos prestaron para conseguirlo, cómoda, bastante decente. El pub decorativamente hablando era bonito, aunque el olor al entrar era, no de ayer, de antesdeayer, o 5 años sin abrir las ventanas. Incluía desayuno y, bueno, fue un desayuno continental sin grandes pretensiones.
De Cambridge a Canterbury se tarda, más o menos, unas dos horas. Salimos del condado de Cambridgeshire para entrar en el condado de Kent. De nuevo, comienza la tensión de las carreteras. Por otro lado, poco a poco, se va disfrutando un poco más, en Inglaterra hay carreteras preciosas dignas de una película y un descapotable los días que no llueve. Si estáis en Londres pernoctando, Canterbury es otro de esos destinos que se pueden visitar en un día desde allí, usando el transporte público.
Hasta este momento, la lluvia nos respeta. Amanece un día bueno y disfrutamos con prudencia de las dos horas hasta llegar al alojamiento. Allí, nos recomiendan que nos acerquemos a unos metros escasos donde se encuentra el Park And Ride y desde allí coger el autobús al centro.
Así hacemos, aparcamiento y hotel están muy muy cerca. Nuestro primer contacto con un Park and Ride.
No hay ningún tipo de barrera, suponemos que algún sistema grabará las matrículas, y sino es así, suponemos una gran honestidad por parte de la gente, porque todos pasan por cabina. En el caso de este Park and Ride, es un precio único para bus y parking. Nos parece comodísimo.
Sacamos el ticket en la máquina por 3 libras y, sin apenas esperar, estamos en el segundo piso de un autobús que nos acerca en 10 minutos al centro de Canterbury.
Canterbury es un rincón especial, aunque para nuestro gusto todo lo eclipsa su apasionante catedral, la más antigua gótica en uso de Inglaterra. Según entras por la puerta, no te hace falta tener que sumergirte en rincones secretos para, con solo la imagen, quedar totalmente rendido ante la arquitectura de ese lugar.
Pero antes de eso, nos sumergimos por sus calles, de una de las calles principales High Street, tomamos Mercery Lane, entonces las fachadas con travesaños de madera, fachadas blancas apelotonadas e irregulares conforman la calle. Una arquitectura medieval que nos embruja y que deja al fondo el Pórtico de Christ Church Gate, del s.XVI, cuya figura central no es la originaria, y que da entrada a la zona ajardinada que rodea la impresionante catedral.
El precio de entrada a la catedral es de 10,50 libras. El edificio desde fuera ya resulta impresionante por su tamaño, es complicado intentar fotografiarlo y quede sitio para él en el encuadre. A su alrededor, una amplia explanada verde por la parte delantera.
Es necesario resaltar la importancia de Canterbury en la Historia de Inglaterra y la religión, en la actualidad, es aquí donde se encuentra la cabeza de la Iglesia Inglesa y el Arzobispo de la iglesia Anglicana.
Los orígenes de la ciudad se remontan a la época romana, aquí se produjo un asentamiento importante y fortificaron el lugar con unas murallas para defenderse. Tras la huida de los romanos en el s.V llegó el abandono. Un siglo después, aprovechando las murallas y restos de la ciudad se produjo un nuevo asentamiento de refugiados daneses. Casi en el S.VII el Papa mandó al que posteriormente haría primer Arzobispo de Canterbury (Agustín) a convertir al Rey del Condado, y aprovechando los orígenes romanos de la ciudad la convirtió en sede episcopal. Esto llevó a la construcción de una catedral y una abadía. Desde que San Agustín fuera el primer arzobispo de Canterbury hasta la actualidad han pasado 103 arzobispos más.
La construcción de la catedral comienza con los hechos que os narramos, y se va alargando en el tiempo. Una vez que la veais y estéis a sus pies es cuando uno realmente es consciente de las dimensiones de las que hablamos, y hay que trasladarse a la Edad Media, para imaginar lo que sería su construcción.
El templo sufrió varios incendios que llevan a su reconstrucción casi de forma constante. El más importante y del que sale prácticamente la apariencia actual data del s.XII. Ese fue un siglo importante para la catedral, en 1170, su Arzobispo Thomas Beckett fue asesinado en uno de los rincones del templo. Y este hecho fue trascendental para el futuro de la catedral anglicana.
Thomas Becket, mientras ostentó su cargo religioso intentó por todos los medios de separar la Iglesia de la corona, algo que al monarca que reinaba en esas fechas le causaba muchos problemas y desagrados. Unos soldados que trabajan para él le escucharon una vez lamentarse con un tercero de lo molesta y tediosa que era la presencia del Arzobispo Thomas. Así que, un domingo, éstos entraron en la catedral y lo decapitaron en su interior.
Este hecho tuvo graves consecuencias, la catedral se convirtió en un centro de peregrinación, Thomas Beckett fue beatificado y el rey Enrique II tuvo que mostrar su arrepentimiento y, como compensación, Canterbury se quedó como la cabeza de la Iglesia Británica hasta la fecha y su arzobispo como líder espiritual. No en vano la figura de Thomas Becket sigue siendo un símbolo en la Historia Inglesa y, cuando visitéis el templo, encontraréis una vela encendida en el lugar dónde se encontraba enterrado.
El interior de la Catedral es realmente fascinante, impresionante diríamos. Está llena de historias, leyendas y multitud de detalles artísticos y arquitectónicos que a nosotros se nos escapan, pero que en su conjunto nos embrujaron.
Las vidrieras, cuando llegó la II Guerra Mundial, se ocuparon de quitarlas para protegerlas y poner otras en su lugar. Esas últimas quedaron hechas añicos y, de nuevo, ya en periodo de paz, las primeras fueron devueltas a su lugar de origen.
El sepulcro del Príncipe Negro es otro de los hitos populares de los elementos que se encuentra en el interior. Sobre la tumba una escultura de un soldado con armadura oscura es protagonista. Ese soldado ahí enterrado es el primogénito del rey de Inglaterra Eduardo III, un batallador insaciable que murió un año antes que su progenitor y fue aquí enterrado. Tenía fama de ser implacable y poco compasivo. Lo cierto es que no se sabe claramente el motivo por el que se le llama así, si por ese carácter oscuro que le hacía cruel y vencedor en las batallas, o por llevar una armadura negra, regalo de su padre, de lo cual tampoco se tiene clara constancia. Sea como sea así ha pasado a la Historia.
Canterbury está llena de cuentos y leyendas, Geoffrey Chaucer ha contribuído a ellos con su obra literaria. De hecho, en el propio lugar una de sus atracciones es Canterbury Tales, donde recrean parte de la vida medieval. Un lugar que nosotros no visitamos, pero que lleva 25 años abierta y gusta a muchos, sobre todo, a los amantes de esta popular obra.
El día de nuestra visita era un día soleado y Canterbury se encontraba muy animado. El río Stour baña este lugar y, a ambos lados del mismo, las casas nacen dando una apariencia de canales. Se puede alquilar una embarcación que además incluye una visita guiada. Por lo visto dura unos 40 minutos y no eran caras. En nuestro caso, era por la mañana, y no estaba en nuestro planes, nos apetecía más caminar.
Recorremos High Street disfrutando de la música en las calles, la gente y llegamos al lugar donde parece que nos vamos a salir de las viejas murallas, The West Gate, una de las siete puertas medievales del s.XIV que tenía Canterbury, y la más grande aún en pie.
A sus pies, cruzándola, pasa el río Stour de nuevo.
Es nuestro segundo día en Inglaterra y a las 14.00 nos encontramos totalmente agotados. No es una sensación física muscular, es como un cansancio que te come la energía. La verdad que nos asusta porque entendemos que tampoco hemos hecho tanto, y pensamos que probablemente aún estamos cogiendo el ritmo.
Aprovechamos que justo al lado de la puerta medieval se encuentran los jardines Westgate. Un rincón totalmente bucólico donde hay más residentes que turistas. El río lo atraviesa con casitas a un lado e infinitas flores de colores. Forma una estampa totalmente bucólica.
Además parece que es en el único lugar donde hemos encontrado, una vez más, bancos para sentarnos. Aunque hay que reconocer que es una pradera magnífica para tirarse al suelo, como muchas de las personas, a descansar. Vemos gente leyendo, niños jugando, personas comiendo.
Sacamos nuestro avituallamiento, sandwich, fruta, agua… y cuando terminamos, el sueño se apodera de nosotros una vez más. Pero no le dejamos quedarse. Cerramos el chiringo y volvemos al centro de Canterbury, eran como las 3, momento perfecto para coger el autobús y volver al Park and Ride. Pero antes de eso, buscamos la famosa Casa Torcida de Canterbury, totalmente pintoresca. Después, los acantilados de Dover nos esperaban.
La vuelta la aprovechamos para volver a mirar las calles, las fachadas y los carteles. Para fotografiar detalles y, sobre todo, para intentar activar a nuestro cuerpo.
El autobús se coge en el mismo sitio que nos había dejado, según llegamos a la parada está allí y, en 15 minutos, nosotros en el coche. A Dover que nos vamos…
Más o menos, la distancia es de 1 hora y cuarto. Llegamos sin mayor dificultad al centro de visitantes.
Existe una especie de horario regulado para visitarlo, teóricamente hasta las 7. Nosotros cuando llegamos, antes de las 4, tuvimos que pagar 3 libras por aparcar. Lo cierto es que cuando salimos de allí, a las 17.45 (recordamos que hablamos de agosto), la caseta de admisión estaba ya cerrada y se podía entrar gratuitamente. Os lo decimos como consejo, nosotros no conocíamos esta información.
También es importante deciros que, desde el principio, nos apetecía visitar el Castillo de Dover, pero no éramos capaces de que nos encajara en el planning y fue a una de las cosas a las que renunciamos. Cuando pasamos al lado del mismo, nos volvimos a arrepentir, y ha quedado entre otras muchas cosas en “pendientes”. Es una visita larga y se necesitan varias horas para recorrerlo, a parte de que cierran pronto. Aunque no pudimos resistirnos a acercarnos a la entrada a las 18.30 (cuando ya estaba cerrado) para intentar verlo más de cerca (No se ve nada jaja).
Volvemos a antes de esto, cuando estábamos recién aparcados en la zona acondicionada de los Acantilados Blancos (White Cliffs), allí comienza el paseo o medio ruta hacia a los acantilados. La tarde de aquel jueves de agosto era muy. muy, muy soleada, y muy calurosa. El porcentaje de humedad hacía que, personalmente, me pareciera que estaba en un país tropical. Ni soplaba el viento ni refrescaba.
Nos planteamos llegar hasta el faro y dar media vuelta, más o menos unos 8 km de distancia. Un paseo diferente, totalmente distinto, donde el verde de las praderas con el azul del cielo era impresionante. Era tal la luz y el calor, que una especie de bruma impedía que los blancos acantilados brillaran como habíamos visto en otras imágenes. Ni una sola nube en el cielo, a pesar de estar en la costa, eso sí, nos dejaba ver al otro lado del mar la costa francesa y, por si teníamos dudas, nuestra red telefónica, un poco alocada, nos decía que estábamos en Francia.
Nos parecieron preciosos, algo diferente, y un bonita parada tras dos días perdidos entre universidades, capillas y catedrales…
Nos sentamos un rato, vimos multitud de conejos corretear, y nos acercamos al borde de los verticales y blancos acantilados para sentir esa sensación vertiginosa a la que contribuía el sonido del mar, bastante tranquilo aquella tarde, por cierto.
Como os decíamos antes, a las 17.45 de la tarde salíamos ya. El cansancio de sueño se había ido, ahora sí que estaba el físico. Llevábamos menos de 48 horas allí y apenas habíamos parado.
Lo cierto es que aunque se cene pronto nos costaba pensar que a esas horas teníamos que retirarnos. Nos planteamos ir a Rye, un destino que teníamos planeado para el día siguiente y así descargar un poco nuestro itinerario, pero no era responsable hacerlo. Aunque hubiéramos tenido tiempo material, por suerte reflexionamos, y nos dimos cuenta que el cansancio estaba ahí y, cuando llegaramos, la actitud no iba a ser como un destino merece. A veces hay que aprender a renunciar a ver cosas, para poder disfrutar de otras…
Así que emprendimos el camino, no hacia el alojamiento, no. Esta vez, aunque cansados, queríamos cenar en un Pub Inglés, y teníamos apuntado The White Horse, en Bridge, un pueblecito cercano a nuestro alojamiento perteneciente a Canterbury.
A las 19.30 estábamos entrando a cenar. Caían las primeras gotas del día, una lluvia fina que no sabíamos de dónde podía haber salido con la tarde que pasamos, o quizá esa era la explicación.
Bonito Pub inglés, una pequeña mesa redonda de madera junto a una ventanita con celosía inglesa, por donde pasaba alguna persona paseando a sus perros y veíamos las luces de las farolas brillar con los reflejos del agua en la calle y la luz del cielo apagarse. Un fish (de bacalao) and chips para cada uno de nosotros que se salía del plato, en plan más elegante, con guarnición, el rebozado de cerveza, y dos bebidas. Por si alguno está interesado, 26 libras. Estuvo bien, para no ser amantes del fish and chips. Un lugar muy agradable con no demasiada gente y la mayoría, aparentemente del lugar.
De ahí, directos a nuestro alojamiento. Solo recuerdo abandonar las maletas, prepararnos un café caliente, encender dos lamparitas y escuchar el run run británico de la televisión. Dijimos algo de echar un vistazo a las fotos, de cargar las baterías, de entrar en internet y no poder… Luego… todo se diluye… y por fin, ya no estamos cansados…
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