Antes que nada, señalar que la serie 13 Reasons Why no termina con estos 13 episodios. Qué va. El suicidio da de qué hablar. El suicidio vende.
Y es que, en los últimos instantes del episodio final, los creadores de la serie (Brian Yorkey y los productores Selena Gómez, Tom McCarthy, Joy Gorman, Michael Sugar, Steve Golin, Mandy Teefey y Kristel Laiblin) vieron en ella la forma perfecta para generar millones de dólares con la gente pegada a la historia, con una latente segunda temporada.
Y eso es lamentable, porque todo lo que se hizo en los 12 capítulos anteriores sólo son una forma de enganchar al espectador para algo que, cómo no iba ser con Netflix, haría que todos hablaran de ella. Pero hay formas, ¿no? No, con esta serie, Netflix declara que el suicidio también es tema para jugar y hacerlo otro de sus productos de consumo.
Porque, a ver, de acuerdo: Hannah Baker (Katherine Langford) es un personaje de ficción, pero un ente mucho más real que varios seres humanos. Esa es una de las tantas cosas en las que deberíamos centrar nuestra atención -por más que Netflix repita su fórmula narrativa traducida en que 13 Reasons Why sea la serie más vista en su historia, con 3, 585, 101 espectadores.
Y es que Hannah Baker es la nueva chica de preparatoria que quiere tener amigos y un novio. Tiene deseos, centra su esperanza en ellos y espera ser reconocida por los demás. Y pues, todos somos así, ¿no? Lo somos, pero a veces pareciera que antes de demostrar que deseamos conseguir algo, preferimos opacar lo que otros buscan. Aunque opacarlos es una palabra ligera, la realidad es que queremos terminar con las personas. Acabar con las Hannah Baker. De ese tamaño somos los seres humanos reales, que no están nada alejados de lo que sucede en la ficción 13 Reasons Why.
El título de la serie es claro: 13 razones del porqué se suicida Hannah. Increíblemente, habrá a quien no le parezcan suficientes. En serio aquí ya habría que checar si al nacer, nos tocó esa cosa llamada sentimientos, que dan paso a la empatía, esa capacidad para sentir lo que le ocurre a otra persona y obvio, no sólo a nosotros.
Porque aunque te hayan acosado sexualmente una infinidad de veces, se tradujera posteriormente en abuso sexual, y todo en lo que puedes centrar una esperanza, haya caído al caño, pues es fácil continuar desde cero, ¿no? Tan sencillo como irse a otro lugar donde vivir. Qué importa si el lugar en donde vives actualmente, es al que acabas de llegar porque justo vienes de otro lado que quieres olvidar. No se muestran éstas razones, pero si ya has empezado de cero, difícil creer que lo primero que te dé para pensar sea iniciar de nuevo.
Aunque es ridículo discutir si Hannah pudo luchar por la vida y no suicidarse, no está de más ponerlo para quien ignore y amplíe su visión sobre la historia que creyó ver. Y aquí, sugiero que si las razones no son suficientes, no se vean éstas, sino las personas que las ocasionaron. Adolescentes de preparatoria que pese a la consciencia de saber que hicieron algo mal y deben disculparse, prefieren hacerle ver a la persona que dañaron que ella fue la única responsable de lo que le ocurre. Como si todas las acciones fueran aisladas y no se necesitaran de las personas.
Y la supuesta ayuda que existiría en los tutores de las escuelas y los padres en la casa, o prefieren ignorar a sus alumnos o brillan por presionar a sus hijos sin darse cuenta. Y todo esto llega hasta Clay (Dylan Minnette), uno de los protagonistas que pese a mostrarse como la cara más amable e inofensiva, resume el sentido de la serie: no sólo importa lo que haces, sino lo que dejas de hacer. Es el mismo Clay quien da una frase de vital importancia: "Tiene que mejorar. La forma en que nos tratamos y nos cuidamos. Tiene que mejorar de alguna manera".
Porque pese a que en último momento, Netflix hiciera de la serie 13 Reasons Why, un juego, al explotar la novela escrita por Jay Asher para una segunda temporada, no puede superar el alma propia que tiene la historia original para poner en la mesa un tema tan delicado como es el suicidio y no sólo cómo ocurre este para que se dé en una persona, porque no se trata de si molestas o ignoras a alguien, sino de lo que tenemos dentro para hacerle eso a alguien más.
Las personas estamos podridas. Eso es un hecho. Pero la casa y la escuela, supuestos lugares para desarrollarnos como personas, están igual de infectados. ¿A dónde ir?, es la pregunta. A un lugar donde seamos quienes queremos ser y no lo que creemos debemos ser según la casa y la escuela, donde nos sintamos bien con nosotros mismos. Evidentemente, ese lugar aún no existe. Y en eso, adolescentes y adultos, nos estamos tardando.