15 DE MAYO. Publicado en Levante 1 de junio de 2011
Nos ha sorprendido, sencillamente. Nadie lo esperaba. Es comprensible. Además, han de ser conscientes de que no puede ser simplemente flor de un día. Sería una oportunidad perdida. Porque de lo que se trata, a mi entender, no es de desestabilizar el sistema, sino de regenerarlo. Bastante tenemos como para ponerlo todo patas arriba en este preciso momento. Pero lo mejor es que no se trata de una revuelta de animal satisfecho: un macrobotellón; sino de forjar una confianza, una expectación de futuro. El actual sistema partitocrático y plutocrático nos ha birlado ese intangible que es la ilusión. Ramplonamente. Los organizadores insisten hasta la saciedad: que nos digan la verdad, que no nos mientan. A los ciudadanos, últimos responsables de la polis, los políticos no les pueden sisar la verdad, como si fueran bobos: su comportamiento los deslegitimaría. No son nuestros amos y dueños, sino representantes; y tienen que dar cuenta, y no tomarnos el pelo, reincidentemente. Somos libres: este es el gran grito que surte efecto nutricional y que congrega y conjuga un proyecto común, en el que todos caben. Por eso, no conviene cejar en el empeño, ahora que han pasado las elecciones del 22 M. Si el movimiento se desinfla muchas ilusiones se desharán. Los motivos de fondo: una regeneración moral, de dignidad personal. Bonita palabra: dignidad. En el medioevo dignitas significaba “axioma”: lo que no se discute por ser evidente e inapelable; y de ahí ha derivado a nuestro lenguaje. Dignidad, en sentido propio, sólo afecta al ser humano: el único ser absoluto, que posee un valor más allá de todo valor, que no es mercancía, sino que su existencia es, de algún modo, sagrada.
Y es que, invirtiendo el dicho de la mujer del César, en la vida pública, no basta con parecer honrado, sino que hay que serlo. En la política, hay formas; pero también fondo, contenido; como en toda actividad humana. Y sucede que, cuando se le piden responsabilidades a un directivo, no basta con decir como aquél: “Yo he usado los fondos del Instituto como si fueran míos”; porque la respuesta es obvia: “Nosotros te pedimos simplemente que los manejes como si fueran del Instituto”. Es un matiz pequeño; pero decisivo. Una mentalidad de servicio al bien común; no a los intereses de partido o de determinados colectivos funcionales para el poder.
El cinismo: vicio de mayores. Las cosas son así y no pueden ser de otra manera. Y la hipocresía: decir lo contrario de lo que se hace. Hay que desterrarlos de la vida pública como carcoma que corroe el sistema desde dentro. Por eso, este movimiento ha de centrarse en lo justo. Unas pocas cosas, en profundidad. Y sobre todo alentar un nuevo espíritu, la ilusión de una nación que, aunando fuerzas, destierre a quienes quieran usarnos de modo cainita para sus propios intereses, y perpetuarse, de por vida, en el poder: a los corruptos y corruptores, por acción, inacción u omisión. Podredumbre y pesadumbre de todo sistema democrático.
Pedro López
Grupo de Estudios de Actualidad