Hace mucho tiempo, cuando era un veinteañero:
—Joder, cómo fumas. Eso te matará antes de tiempo; no llegarás a viejo.—De algo hay que morir.
—Pues cuando vuelvas a cruzar la carretera lo haces sin mirar.
Pasaron unos cuantos años y nunca tuvo voluntad de dejarlo. Y de cruzar sin mirar, menos. Su vida, no muy larga y hasta el final, estuvo preñada de jadeos, toses y esputos. Si pasas por su tumba, seguro que al lado de las flores hay un mechero y un paquete de tabaco. No se le puede recordar de otra manera, además de que cada cual honra a sus seres queridos como quiere.
E igual de certero que la muerte, seguro que el mechero está lleno y el paquete de tabaco vacío, que el vicio es el vicio.