Mi pasión por la música empezó desde muy niño gracias a mis tíos que por entonces vivían en la casa de mis padres. Ellos me hicieron escuchar todas las variantes comerciales, desde Deep Purple hasta Donna Summer, pasando por Peter Frampton, Hall & Oates y Pink Floyd, por citar sólo algunos variopintos representantes de finales de los setenta.
1983 fue el año en el que dejé de ir de la mano de mis tíos e inicié mi propio recorrido, como quien va al colegio por primera vez sin ninguna compañía. Empecé a registrar en mi memoria intérpretes, grupos, canciones y álbumes que treinta años después siguen formando parte activa de mi biblioteca musical.
Las radios de Lima basaban su programación en el pop-rock en inglés, aunque tanto el alemán de Falco con su hipnótico “Der Kommissar” como el portugués de Gilberto Gil y su “Palco” lograron colarse en las listas de éxitos. “Maquillaje” de Mecano y “Embrujada” de Tino Casal fueron el germen de lo que un par de años más tarde sería la explosión del rock en español en el Perú. Y también desde España llegó una alegre y sencilla melodía que nos decía que “el sur es una playa fantástica”: los casi olvidados Chicos de la Bahía y su “Camino del sur” me acompañaron durante todo ese verano del 83.
Desde EE.UU. nos llegó con retraso la música de B-52’s y “Private Idaho” se convirtió en una de las más escuchadas de aquel año. Billy Joel y Kenny Loggins publicaron los que son, para mi particular gusto, sus mejores composiciones: “Allentown” y “Heart to heart”. El rockabilly se mantenía vigente con “I do” de The J. Geils Band y la incursión de los Stray Cats, quienes con el video de “Sexy and 17”calentaron mi no tan inocente infancia.
Los canadienses Men Without Hats tuvieron su mayor hit con “The safety dance” y desde Australia los Men At Work editaban su segundo álbum “Cargo”, el primer LP que me compré con las propinas de mis padres, que contenía temas como “Overkill” y mi favorita “It’s a mistake”.
Grandes bandas que se originaron en los setenta publicaban los que serían sus últimos discos antes de su disolución o la partida de sus principales integrantes, como fueron los casos de The Police, Styx y Supertramp. Mientras tanto, Elton John se despedía de la música divertida con su “I’m still standing”.
Pero 1983 será siempre recordado por la segunda invasión británica, la que bajo la etiqueta del “New Wave” nos dejó grupos emblemáticos de toda una época como Duran Duran y Culture Club. La música se fundía con la imagen y producía videoclips en la que la estética era tan o más importante que las propias composiciones.
Había espacio para todos: desde el folk rock de Dexys Midnight Runners y su megahit “Come on Eileen”, el reggae de Musical Youth y su “Pass the dutchie” hasta el disco-punk de The Clash con su “Rock the Casbah”.
Dentro de esta nueva ola inglesa dos corrientes serían las preponderantes: por un lado, los elegantes new romantics con grupos como ABC, Spandau Ballet y Joe Jackson con su melancólica “Breaking us in two”. Por el otro, el synthpop, con su base de sintetizadores y baterías electrónicas, tenían como bandas emblemáticas a The Human League, Naked Eyes y los impronunciables Kajagoogoo, los de la conocida “Too shy”.
No he querido hacer un ranking sino más bien una recopilación personal sin ningún orden particular aunque con una excepción: la mejor canción de 1983 y que además considero que es la mejor canción de la década de los ochenta es “Our house” de Madness. Lo tiene todo: el piano, el bajo, las trompetas, los violines; todo en un equilibrio constante y con un coro memorable: “our house in the middle of the street”. Hoy, cada vez que la escucho, todavía la canto imitando los nerviosos movimientos que hace el cantante Mike Barson en el video. Y hoy, como si me mirara desde arriba, sigo viendo al niño de nueve años que está tirado en el sofá de la sala, con la luz del sol entrando por las ventanas, que escucha, canta y se emociona con las canciones que marcarían su vida entera.
He compartido en Spotify la lista “1983 Top Kikin” con las canciones mencionadas en este post.