’1984′: el modelo a seguir
“No era deseable que los trabajadores tuvieran sentimientos políticos intensos. Todo lo que se les pedía era un patriotismo primitivo al que se recurría en caso de necesidad para que trabajaran horas extraordinarias o aceptaran raciones más pequeñas. E incluso cuando cundía entre ellos el descontento, como ocurría a veces, era un descontento que no servía para nada porque, por carecer de ideas generales, concentraban su instinto de rebeldía en quejas sobre minucias de la vida corriente”.George Orwell, ‘1984’
Leí ‘1984’ siendo adolescente. Me costó acabarlo. Es un libro muy denso, con ideas profundas y complejas, con un poso histórico que un joven de 15 o 16 años difícilmente puede llegar a relacionar con la trama. Pero lo leí entero, y tantos años después (aunque iría siendo hora de una relectura) todavía la considero una de mis obras de referencia, una de esas novelas que al hacer listas de imprescindibles por fuerza debo incluir.
El mundo que nos presenta Orwell es angustioso. Opresivo, gris, desesperanzador, triste… Un mundo que nadie con un mínimo de aprecio por la belleza, por la libertad, podría soportar. Incluso la gente sin inquietudes aparentes, poco exigente con la calidad democrática de la sociedad, sin ideas críticas, se sentiría incómoda en un contexto así.
Cuando lo leí no pensé que un mundo así fuera posible. Era demasiado exagerado, demasiado duro con la permisividad, con la facilidad para someterse sin levantar la voz del ser humano. No, aquello no podía suceder en la realidad. Ni siquiera en regímenes autoritarios tenía la impresión de que las personas se mostraran tan sumisas. Siempre hay rebeldes que luchan contra la injusticia, que intentan cambiar las cosas, aunque acaben pagándolo con la vida. En ‘1984’ la gente ha renunciado a la lucha. Ni se les pasa por la cabeza que exista la más mínima posibilidad de oponerse al sistema. Y el que lo hace no supone más que un mínimo error fácilmente subsanable.
Anoche un ‘tuitero’ colgó la cita que abre el post, en referencia al arreón patriótico que el gobierno y sus panfletos afines se han sacado de la manga con respecto al peñón de Gibraltar para desviar la atención de los asuntos realmente importantes. La leí, y lo que iba escuchando en mi cerebro me resultaba terriblemente familiar. Leedla otra vez si no lo habéis hecho con atención y decidme: ¿no podría ser esa una descripción coherente de en qué se está convirtiendo la sociedad española? ¿O por lo menos de en lo que están intentando que se convierta?
El actual régimen político desearía que los trabajadores no tuvieran sentimientos políticos, que no se cuestionaran las decisiones que toman por ellos y que ejecutan siguiendo el dictado de organismos no elegidos democráticamente, para los que la política ha dejado de tener sentido.
El patriotismo, la bandera, el nacionalismo excluyente, rancio, rabioso, es utilizado como arma arrojadiza, como excusa barata para justificar lo injustificable y para exigir lo que ninguna persona con un mínimo de autoestima y dignidad aceptaría. Ahora vuelven con la tontería de Gibraltar. ¿A quién le importa Gibraltar? Los gibraltareños no quieren ser españoles. Son felices formando parte del “imperio” británico, y a la inmensa mayoría de españoles nos importa entre 0 y -1 que así sea. ¿Quién tiene interés en montar un follón por tal minucia? Pues el régimen ahogado en porquería. Apelando al sentimiento patrio pretenden desviar la atención, que nos olvidemos de Bárcenas, de la expoliación de lo público, de los miles de millones vertidos en el pozo sin fondo que es el sistema financiero, de la destrucción de todo derecho consolidado por la clase trabajadora, de nuestra conversión en simples peones necesarios para mantener el sistema que parasitan con fruición.
Su mundo ideal es ése que describía con inquietante precisión George Orwell a mediados del siglo XX, en el que una sociedad sin ideales, carente por completo de espíritu crítico, concentra su malestar en minucias, en asuntos irrelevantes de la vida cotidiana. Una sociedad que no se cuestiona la validez del sistema. Anoche un escalofrío me recorrió la espalda al concluir que es ahí hacia donde vamos.
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