Revista Cine
Dos cuentos publicados en Guayoyo en Letras.
Desprevenida.-
“.. Y me dices estoy pensando que sentados frente a frente… tan solo a veces… sentados frente a frente…. nos damos tanto así… tan solo a veces… tu allá y yo aquí…”
De una canción de Luz Marina
Siempre ando desprevenida, ya saben, lo de siempre, Lenny Kravitz en el ipod, José José, Piazzolla o Sinatra, la música me da una energía que ninguna otra cosa me otorga, por eso me gusta caminar con Soundtrack, uno siente que el mundo es diferente al del resto de los mortales, que mientras ellos viven en su parcela de vulgaridad, uno está viviendo en la “verdad”, no sé, como si el mundo de uno fuese mejor, más vivo, más brillante.
Claro, eso acarrea problemas, a veces dejo de notar cosas, personas o circunstancias que quizás puedan interesarme, porque estoy tan concentrada en lo que escucho, que dejo de ver el mundo a mi alrededor, dejo de ver, incluso, lo que puede perjudicarme. Hace una semana por ejemplo, casi me atropellan y hace un año, me robaron del modo más vulgar: con un machete en plena ciudad de Caracas… la primera vez fue culpa de Montaner y la segunda creo que fue por concentrarme demasiado en la voz de Barbra Streisand en uno de sus discos de los sesenta… La música me hace perder –o ganar quien sabe- sentido de la realidad, vuelo a otro lugar lejos de esta miseria de vida cotidiana.
Así, caminando desprevenidamente por esta ciudad, absurda e histérica me encontré con él: rostro sereno, ojos negros: grandes y brillantes, con esa mirada perdida que parece buscar tantas cosas y no encontrar ninguna, vistiendo un traje azul como esos que usan los gerentes de los bancos, unas canas que parece le han acabado de salir, y esa belleza afianzada por la edad. Hace tiempo que no lo veía: meses, la última vez que lo vi, creo que era jueves santo, no lo sé, regresaba de la playa, cansada y con hambre. Ese día nuestro encuentro fue fugaz: nada del otro mundo. Pero nunca olvide esa mirada: fija hacia mí, pero a la vez, en algún otro lugar, quien sabe en donde.
Quiero creer que se llama Sebastián (me gusta ese nombre) y también, que ese día, volvía de trabajar, posiblemente es el editor de una revista femenina (el otro día lo vi con un paquete enorme de “Marie Claire´s”), aunque también podría ser simplemente el amigo de alguien que distribuye revistas femeninas, no lo sé, quizás podría ser médico, abogado, periodista o ninguno de los anteriores, en la cara de la gente no se ve su profesión, aunque hay quien tiene cara de algún oficio que termina no realizando, así como hay otras que no tienen la imagen de lo que supuestamente son: gente seria que se gana la vida echando chistes, gente graciosa que trabaja en una funeraria, periodistas con caras de mecánicos y mecánicos con caras de escritores, cuando no han leído ni un solo libro.
La verdad es que no conozco la profesión de Sebastián, y poco me importa, solo sé que ese día en que nos miramos, lo hicimos intensamente, como cuando vienes distraído y algo de súbito te roba la atención, como cuando crees que has descubierto algo nuevo, pero en un paisaje familiar, lo mire –estoy segura que lo noto- como diciendo: ¿quién eres tú? ¿De dónde saliste?
Nunca me había topado con él antes de ese jueves, creo en el destino, no hay encuentros fortuitos, tomar un pasillo y no otro, estudiar en una universidad y no en otra, ver unas clases con determinadas personas, quizás, después de todo, exista un motivo fundamental para todas las cosas y somos parte de un plan mayor. Quizás Sebastián y yo formemos parte de ese plan, de ese “azar” planificado de “la vida” “dios” o el destino, quizás no, quien sabe, quizás solo intento comprender porque pasan las cosas.
Lo cierto es que, casualidad o no, Sebastián pasó por esa calle, el mismo día que yo y al toparnos de frente “obligatoriamente” nos miramos, teníamos que, no podíamos bifurcarnos, yo no mire a la derecha ni hacia un lado, no obvie sus ojos negros, no cambie de acera, continúe: mis ojos en los suyos, en sus cejas, su boca, su traje y cada centímetro de su ser próximo a mi campo visual.
Hay un cuento de Cortázar, El perseguidor, me parece, donde el personaje principal, siente que el tiempo en su interior es mayor que el transcurrido en el mundo real: “¿cómo puede ser que yo haya estado pensando un cuarto de hora, eh Bruno? ¿Cómo se puede pensar un cuarto de hora en un minuto y medio?” tal como dice Jhony, un imaginario Charly Parker (el músico de jazz… ¿lo conocen?) en la mente del escritor argentino, así es como me suceden a mí las cosas, o por lo menos, así fue que me paso con Sebastián: lo vi unos minutos, pero en realidad para mi fueron horas, ¿Cuánto tiempo pude estar mirándolo realmente? ¿Cuánto toma dar un paso frente a otro en una avenida, mirar a alguien y seguir con tu camino? ¿Segundos? ¿Un minuto en cámara lenta? Para mí fue una eternidad verme en esos ojos distraídos, fue como congelar el tic tac, suspenderlo en el aire.
Ahora, que ha pasado el tiempo desde ese primer encuentro, quisiera comprender como instauramos esta relación casual, una relación de tardes, de mañanas de sacar al perro, de ir a trabajar, de salir a la esquina por el pan, mirándonos sin querer, como dos niños que estudian juntos en el colegio y que se ven todos los días porque ven las mismas clases o se trasladan en el mismo autobús escolar.
No sé, porque nos miramos, una y otra y otra vez, ya que, ninguno de los dos esboza un saludo, ninguno de los dos incurre en el más mínimo gesto que indique quebrar ese muro que rodea la ignorancia mutua de la vida del otro. Sin embargo, esos ojos que recorren mis piernas, mis manos, mis senos, cuando camino a centímetros de su cuerpo en la calle, esos ojos tuyos: Sebastián o Javier Jesús o Carlos, o como quiera que te llames, me seducen y me inventan fantasías de un deseo lejano, pero a la vez efervescente, como la coca cola cuando la agitas antes de abrirla: sabes que se va a desparramar si la destapas.
Y no queremos destaparla, no todavía, nos gusta mirar, somos sádicos.
.......
Una Bala.-
¿Por qué todo comenzó bien y terminó mal? ¿Por qué todos los que se supone me apreciaban dejaron de hacerlo? ¿Por qué todos parecen vivir sus vidas y la mía esta al margen, girando, pero dentro de su propio circulo, avanzando, pero sin dejar huella? ¿Quieren saber que se siente cuando nadie te quiere? Pues los invito una tarde a mi vida, al marasmo de la soledad, a la misma repetición de acciones, a hablar sola con un teléfono o con un correo electrónico, donde nadie contesta. Antes yo no era así, no lo era tanto, pero ahora que me he ido quedando paulatinamente más y más sola, me he dado cuenta que no vale la pena consolarse con nada y tratar de dar respuesta a las preguntas que no me dejan dormir.
Se me ha metido en la cabeza que no soy feliz y no puedo hacer otra cosa que pensar en eso, sobre todo cuando me meto en Facebook y veo la vida de los demás, las vidas sonrientes de los demás. Descubro que soy una envidiosa, cuando no me siento bien, que soy terriblemente cruel y envidiosa, pero esa crueldad es para conmigo misma, porque comienzo a decirme todas las palabras groseras, vulgares, ofensivas, sobre mi persona. Comienzo a recordar a mi padre y su desprecio, a mi madre y su desapego, comienzo a susurrarme al oído, a mi misma, lo mucho que me odio, y lo mucho que me quiero matar.
Veo en mi mente, como en “El” de Luis Buñuel, imágenes de los otros, que se alejan y se ríen de mi, se burlan de mi dolor, de mi soledad y de mi tristeza. Comienzo a pensar que lo mejor que puedo hacer es desaparecer, borrarme, dormir para siempre, porque es inútil seguir perdiendo el tiempo con una existencia que solo sirve para mi misma, para consumir, gastar y volver al círculo vicioso y el fastidio inmenso que significa tener que darle explicaciones a los demás de mis propios actos, los demás que comienzan con su preguntadera, intentando darle una respuesta a lo que ni yo conozco a plenitud: ¿Por qué no eres feliz? ¿Por qué con esa cara? ¿Qué cosa tienes? ¿Te pasa algo? ¿Estas bien? Ya! Basta! No tengo la menor gana de responder sus preguntas, quiero perderme, estar sola, escapar.
Entonces, como ya estoy decidida, como ya no me tiembla la mano derecha con que empuño el arma, me apunto a la cabeza y disparo, un solo tiro cruel y definitivo, un solo tiro certero que me ayuda a borrarme de este mundo.