Hacía pocas semanas que había cumplido los 14 y me sentía hasta mayor por ir al instituto. Obligada a dejar atrás mis adoradas Naturales y Sociales de 8º de EGB, caí de bruces en la primera asignatura que, más allá de mi tropezón con las Matemáticas de 6º, me costó asimilar: Ciencias de 1º de BUP. En las primeras semanas de aquellas clases creí que en vez de Ciencias estaba en Dibujo Técnico. Durante más de un mes tuve que dedicarme, a pesar de mi negada visión espacial, a montar figuritas geométricas con papel de libreta de cuadritos en tres dimensiones a partir de unas indicaciones que ni recuerdo. Imagínense mi empute cuando en vez de un cubo me salía un rombo, o cuando al pegar los lados de la figurita la barra de pegamento Pritt me dejaba mi obra hecha un asco. Y aquello se llamaba cristalografía.
Mi pesadilla en 1º de BUP.
Pasaron los meses, no sé cómo superé aquella parte de la asignatura, y jamás entendí de qué me habían valido aquellos trabajos manuales. Lo recuerdo aún hoy con angustia, sobre todo porque para muchos de mis compañeros aquella tortura era divertidísima y entretenida y porque no pocas noches tuve pesadillas con cilindros que rodaban calle abajo y que a medida que avanzaban se iban haciendo más grandes hasta aplastarme. De vez en cuando, con mis amigas del instituto sacaba el tema en nuestras conversaciones pero terminaba por darme cuenta de que la única tronca en este campo debía ser yo: para ellas la cristalografía fue como aprender a montar en bici en una tarde.
En fin, que aquel pequeño trauma se fue borrando poco a poco de mi memoria y recuperé mi autoestima geométrica, que en realidad no pasaba del cubo y el prisma, pero que no me perturbaba apenas. Hasta que llegó la semana pasada, ¡25 años después!, cuando de vuelta a casa en el coche oí de nuevo en la radio la palabra maldita: cristalografía. Por suerte se puso el semáforo en rojo y pude frenar, secarme el sudor repentino y preguntarme cómo era posible que aquello me estuviera sucediendo un cuarto de siglo después.
Estamos en el año internacional de la cristalografía, cuya celebración se inaugura hoy a propuesta de la Unesco, afirmó Carles Francino en su programa La Ventana, de la Cadena SER, y destapó mi fantasma. Pero decidí escuchar. De pronto, todas esas formas geométricas empezaron a ordenarse en mi cabeza y comprendí en apenas 10 minutos la importancia de los cristales en el día a día de la salud, la alimentación, la tecnología y un sinfín de aspectos esenciales de nuestra vida. Entendí también entonces por qué aquella profesora de Ciencias se empeñaba en explicarnos lo que para mí era como caer en una clase de física cuántica.
Si tienen 20 minutos pueden escuchar AQUÍ esta interesante historia sobre una ciencia que impregna nuestra vida cotidiana. Si van más apurados de tiempo, pueden ir directamente al intervalo entre los minutos 3:19 y 5:25 y oír las aplicaciones prácticas. Se los prometo: a partir de ahora ya puedo morir en paz.