Revista Cultura y Ocio
Se muere uno a cachos, sin percatarse de que la cosa se acaba.Es la historia de siempre.La alegría iza su bandera en un costadoy la tristeza planta un agujeroen el otro para levantar la suya.Da miedo toda esta sórdida maquinación de las sombras.Porque tienen que ser las sombras las que nos acechan tanto.Las que hacen que nos duelan las muelasque de pronto se nos han puesto levantiscasy andan muriéndose en nuestra bocasin que le hayamos dado permiso. Vosotros, mis amigos, deberíais saber que,aunque estornude, soy un cadáver.Se me nota en el ancho inédito de un ojo.Lo tengo más abierto que de costumbre. Como si hurgara la luz y buscase un argumento con el que rebatirla.Me muero porque el mal me va ganando.Es el mal, oh amados míos, el que nos derrota fatalmente.Si la bondad existiera en el mundo,si no hubiese tiranos,ni ganasen las batallas los de siempre,si los tahúres vieran cómo se pudrentodos los ases que esconden en la manga,si Dios estuviese más al quitey nos librase de algún quebranto,no moriríamos nunca.Lo he dicho bien claro:no moriríamos nunca.Todo sería suave y el aire sería aire de verdady el paisaje cometería la imprudencia de desdecirsecomo un ángel inútil que lee poetas griegosa la caída de la tarde,cuando las novias se acicalan para los besos. Así que morir no lo es todo.Ni lo es Dios ni la gana que tienen todosde que pierda pie y me dé de bruces con la eternidad.